Por Carlos Del Frade
(APe).- Matías tiene 30 años; Iván, 33; Gonzalo, 27 y Juan Ponce, 31. Viven en Ludueña. Uno de los principales barrios de la zona noroeste de Rosario. Su nombre está vinculado al arroyo que en 1986 desbordó y se tragó gran parte de la región.
-Venimos a que nos den una mano. Hay balaceras cotidianas y se hace muy difícil mostrarle otro camino a los pibes del barrio que no sea la violencia y la droga -dice Juan Ponce, hijo de Mercedes Delgado, asesinada el 8 de enero de 2013, cuando quedó atravesada por un proyectil que repetía la casi cotidiana pelea por el territorio de grupos generalmente relacionados con la policía.
-Los niveles de violencia son muy fuertes. Es necesario que lo institucional se haga presente, de alguna forma -agrega Gonzalo.
Ellos militan en distintas organizaciones sociales como “Caleidoscopio” o los comedores vinculados a las diferentes parroquias que levantan, todos los días y a pesar de los pesares, una esperanza concreta al multiplicar panes, costureros, y tazas de leche o platos de comida, como lo hacía Meche.
Lo increíble es que no le sacan el cuerpo a la realidad de un ex barrio obrero, cuando el trabajo le daba sentido a la palabra futuro. En aquella ciudad que por entonces era el corazón del cordón industrial más importante de América del Sur después de San Pablo, entre los años sesenta hasta entrada la década del ‘ 80.
-Nosotros apuntamos al trabajo colectivo, las decisiones por medio de las asambleas, las granjas ecológicas, hornos para hacer empanadas y panes pero nos damos cuenta que esa realidad violenta nos desborda. Hace un par de semanas balearon a un dos pibes de doce años y la noticia ni apareció porque nadie hizo la denuncia -cuenta Gonzalo.
La postal más fuerte que les impacta es la visión de algunas madres cuerpo a tierra en algunas noches apenas el reloj supera las 21. No hay muchas palabras para enfrentar esas situaciones.
-No podemos hacernos cargo de tantas cosas. No es nuestra responsabilidad. Por eso venimos a pedir ayuda para que la gente de Ludueña Sur viva mejor. Porque nosotros vamos a seguir insistiendo en que la vida mejor les corresponde por derecho propio -sostiene Iván.
La zona más complicada se da en las casillas que dan a la vía del ferrocarril y el cruce con la calle Teniente Agneta, detrás del complejo de cines “Village”, levantado donde hacía décadas estaba la empresa Gema.
-Cuesta abrir la comunidad a espacios colectivos. Necesitamos que haya un club. No hay actividades para los pibes. Están todo el día sentados al cordón de la vereda. Ni siquiera una canchita de fútbol o una biblioteca. Ahora estamos trabajando para hacer los carnavales de Pocho y nos logramos juntar dos veces por semana pero nada es fácil para esas familias. Están muy solas -remarca Matías.
“Para un pibe significa un montó que vaya alguien, se le acerque y le pregunte cómo está. Estamos convencidos que el asistencialismo no sirve porque no se crea el vínculo de confianza y conocimiento con la gente que es lo que nosotros estamos buscando. Por eso éste es también un pedido de participación. Porque los talleres que anuncian desde los distintos gobiernos al barrio no llegan. No queremos que llenen de patrulleros el barrio porque la cosa pasa por otro lado. Esa no es la solución. Si, en cambio, es fundamental la participación y la cercanía de lo estatal”, coinciden los muchachos del barrio Ludueña.
Son los que todos los días, junto a mucha otra gente, van construyendo esperanzas a pesar la democratización del narcotráfico, la corrupción policial y la invasión de armas. Los que le hacen pito catalán a la resignación y la individualismo.
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