Una nueva edición literaria para acompañar este domingo otoñal, apenas unos días después del Día Internacional de los Trabajadores. Y precisamente está dedicada a ellas y ellos. Los que, a diario, ponen su esfuerzo y tratan de sobrevivir en el medio de un capitalismo que suele llevarse sus vidas en el intento.
Finalizamos con una radio. Sí. Ese medio que nos lleva a imaginar, todavía, durante cada mañana acerca de la realidad que nos rodea. Pero tendrán que leer hasta el final para encontrarla...
Les recordamos que seguimos recibiendo poesías para las ediciones especiales del 18 y 25/05, las cuales participarán del VIII Festival Internacional de Poesía - palabra en el mundo - que tendrá lugar del 12 al 25 del corriente, a través de nuestro e-mail: gacetillasar@gmail.com
Y ahora les dejamos la habitual poesía de nuestro Director Editorial...
Luchas
Puños en alto
van cruzando por esa avenida,
van buscando ese salto
hacia la dignidad perdida.
Son cientos, miles de obreros en fuerte grito,
que caminan y buscan que se escuche su voz encendida
en esa marcha sin tregua ni final por respeto,
por ese derecho a vivir con dignidad definida.
Rojas pancartas inundan esa plaza que, cada tanto,
el viento mece y lleva a volar con furia enrojecida
acompañando las voces que reclaman otro trato
para sentirse humanos y encender otra vida.
Cae la tarde y todo termina en la barricada, eterno retrato,
en pleno regresar desde la histórica plaza, con marcha entusiasmada,
y seguir pensando en ese camino, el de la lucha y el del reto,
de encontrar la salida hacia la dignidad que merece ser vivida.
Trabajador
Por Gabriel Impaglione
He visto ayer, tal vez de mañana,
cerca de una hora precisa de pan caliente
todavía, al hombre que pasaba
con sus hijos en la boca.
Rodaba en su bicicleta sobre un hilo
de regreso urgente.
O volvía a llevar la misma mirada de imposibles rota.
A dejarla en la cocina como una medalla,
un trofeo astillado, un punto de partida.
Cargaba una bolsa redonda, hinchada
de almuerzo y las manos en los brazos
y los brazos en los hombros
y los hombros rematando la ancha espalda
transpirada.
Ay mi amor el hombre que estrenaba
el brillo en los ojos, el aire en los pulmones,
la honda y poderosa esperanza.
¡Lo hubieras visto!
¡No vi guitarra tan llena de auroras!
Caminaba sobre el viento
con breves pasos circulares
y silbaba.
Iba detrás del abrazo, del buen día,
como si lo arrastrara el alma.
Y a sus espaldas flameaba una pared,
un torno, un crisol, una espiga!
Habrá sido un martes de espadas,
o aquel jueves que los diarios callaron,
pero lo vi deambular por el residuo
y me preguntó la hora.
No hay apuro, me dijo y fumamos,
la basura no tiene memoria.
Me llevé su mirada de
granito y cartón,
su rostro desatando los abismos,
y en ese espejo me conté los años.
Ay mi amor, si supieras tanta palabra
inútil que ronda en los periódicos!
Hoy es lunes de mirar distinto.
Silbaba y en su camisa el viento fresco
era remolino de mesa servida,
un come despacio con sol afuera,
fiesta del pan que me ha devuelto la risa.
2004
Quien
Por Horacio Mantiñán
Quien levanta las paredes de cada casa,
maneja los trenes,
y los fabrica y los arregla,
no es un quien,
somos los quienes.
Quien hace los alimentos de cada mesa,
construye las sillas,
(y las mesas)
enseña a leer y a escribir,
cura en un hospital,
ayuda a parir,
no es un quien,
somos los quienes.
Quien hace ventanas y caminos
y computadoras,
y libros
y barcos,
y barriletes,
y puentes,
y solidaridad,
y telescopios,
y lentes,
no es un quien,
somos los quienes.
Quien fabrica y maneja un torno,
una cuna
y una Molotov,
que se levantan al alba,
y al alma,
que le duelen los años y la espalda,
y los nietos y los abuelos,
no es un quien,
somos los quienes.
Somos quien construyó el mundo
con sus manos y su sangre
(que disfrutan los que no trabajan)
que morimos un poco
con cada nene que muere de hambre,
quien más padece,
esos somos los quienes.
Somos quien tiene razones
de las que adolece
para hacer justicia por mano propia,
lenta pero sin pausa,
por los que murieron antes,
obreros, revolucionarios,
rebeldes con causa,
nosotros somos los quienes.
Somos los únicos
que podemos hacer otro mundo,
romper este con un martillo,
cortarlo de cuajo con una hoz,
piquetearlo hasta que sangre,
sovietizarlo con otros no tan quienes,
huelguearlo hasta que acalambre
y hacer otro.
Uno sin patrones,
sin policías,
sin curas,
sin privilegios, donde:
¨a cada cual de acuerdo a su necesidad,
de cada quien de acuerdo a su capacidad¨
¡ Solo en nosotros
vive esa esperanza !
de romper este mundo
que no hizo ningún dios
sino nosotros.
Repartir sus bienes,
para que no sean nuestros males,
y crear otro mundo a nuestra imagen y semejanza:
un mundo sencillo,
un mundo de iguales.
La magia de la radio *
Por Alicia Susana Gómez
“Radio Mágica”. Nunca supe por qué elegimos ese nombre. Lo cierto es que, en el último grado de la escuela primaria, tuvo para mi grupo ese maravilloso efecto...
Cuando nos convocaron a participar de la radio escolar, muchos de nosotros rehuimos pensando que sería una dura tarea. Lo único que nos interesaba era la preparación del viaje de egresados de séptimo grado. Así que sólo algunos comenzaron a asistir a los encuentros con cierto desgano.
Aquel año, mi curso recibió a Dylan: un chico que era un poco más grande que nosotros. Nos despertaba un poco de envidia la forma en que nuestros maestros lo consideraban: Casi siempre llegaba tarde o faltaba a clases y no lo reprendían, ni le reclamaban las tareas faltantes.
Sus padres no lo esperaban a la salida del colegio como tantos otros que, como los míos, eran parte del paisaje que se aparecía cuando trasponíamos el umbral al mediodía. Vivía en los suburbios del barrio, donde convivían inmigrantes orientales y de países limítrofes.
A pesar del guardapolvo que pretendía igualarnos, nosotros nos reconocíamos diferentes a él. No obstante, hacía todo lo posible por acercarse: Miraba nuestros juegos; desarrolló las más variadas formas para entablar vínculos; nos observaba uno por uno hasta descubrir las características que nos individualizaban... Pero nada parecía surtir efecto. Nunca lo invitamos a participar de los grupos de trabajo o de los juegos, a menos que los profesores lo incorporaran. Así que Dylan era casi un desconocido, al que veíamos sólo de vez en cuando y no incluíamos en nuestras agendas.
El ansiado viaje era lo que realmente suscitaba nuestro interés. Planeábamos las cosas más insólitas para recaudar el dinero que necesitaríamos: Bailes; ferias de platos; venta de papel de diarios; ahorros en el material escolar... Ningún alumno compró los libros en aquel año. Los maestros se veían en figurillas cada vez que teníamos que investigar. Porque el viaje, ese soñado viaje, que fue la meta ansiada desde primer grado, se concretaría aunque nos costara una dieta estricta sin golosinas.
Desde el gimnasio, donde sólo los próximos egresados tenía acceso en los recreos, escuchábamos, como sólo un sonido, la Radio escolar sin prestar atención.
Una mañana de lluvia, en que unos pocos asistimos a clase, que tuvo en suerte coincidir con la fecha de una evaluación y que sirvió de excusa para algunas ausencias, Radio Mágica pareció subir el volumen y todos escuchamos una voz cálida y suave que narraba una historia.
Casi por obligación, o por aburrimiento, comenzamos a sentarnos en el piso de baldosas de goma y nos dedicamos a atender: Era el relato de un vendedor ambulante que, en el tren del oeste, se ganaba la vida y, centavo a centavo, mantenía su hogar. La historia nos interesó porque asociamos que, si una familia se sostenía con la venta en un tren, un viaje de egresados se podría prolongar con la misma estrategia.
Esperamos el día que la Radio emitiera de nuevo, con la consigna implícita de no jugar a la pelota y escuchar propuestas nuevas. Pero, para nuestra sorpresa, pasó los acordes de una flauta que tocaba música del altiplano, y luego supimos era el recurso que usaba el vendedor del ferrocarril para atraer la atención. De todos modos, al concluir la melodía, nos sentimos invadidos de una serenidad que no era característica nuestra en aquellas turbulentas horas...
Sin proponérnoslo, se nos hizo costumbre esperar la función de la Radio. Aquella voz que nos cautivó en el primer relato leyó poesías latinoamericanas; describió geografías, para nosotros insólitas, como la meseta del Mato Grosso, la cuchilla de Santa Ana, las islas de Chiloé, el salto del Guairá, la península de Yucatán, las quebradas y yungas que descienden a la cuenca selvática del Beni, las rocas cristalinas del Orinoco; informó sobre prevención de la salud; denunció casos de discriminación; nos emocionó hablando de propuestas para intercambiar correos con chicos de otros países; puso en palabras nuestros sentimientos encontrados de la pubertad... Y era siempre la misma voz y la misma flauta en cada cortina.
Las charlas sobre el viaje fueron cambiándose por los temas de la Radio. Debatíamos. Dejábamos propuestas. Armábamos planes para construir un mundo mejor. Nos solidarizábamos con las causas sociales...
Hasta que, por fin, llegó el día en que la comisión de recaudación dio aviso de que se había logrado obtener el dinero para el viaje. Esa mañana nos reunieron en el patio, cerca del escenario, tras cuyos telones funcionaba la Radio.
Escuchamos la flauta tocando para nosotros. Esta vez no sonó por los parlantes, así que nos pareció que la Radio cobraba vida. Más tarde, la voz que tanto nos conmovió nos auguró eterna amistad.
Como nos sentíamos agradecidos por los gratos momentos que nos proporcionó, quisimos conocer a quien nos hizo reflexionar, emocionarnos, reconocernos y mejorar el futuro.
Con una gran sonrisa de satisfacción, los maestros que hacían posible el funcionamiento de la Radio, descorrieron el espeso telón que la separaba virtualmente de nosotros y apareció ante nuestros ojos, sentado de cuclillas, tocando su armonía suavemente, Dylan.
Comenzamos a mirarnos, asociando al compañero que nunca habíamos reparado, con aquellos momentos que nos ayudaron a crecer. Sin mediar palabra, un sentimiento de gratitud comenzó a invadirnos, entremezclado con un fuerte deseo de volver el tiempo atrás...
Los días siguientes, esperamos ansiosos la presencia de Dylan. Pasado un tiempo, que se nos hizo eterno, los maestros anunciaron su posible deserción. Sabíamos que los preocupaba. Se reunían. Escribían sobre él. Sacaban de sus bolsillos numerosos boletos de tren que nunca les habíamos visto.
La Radio Mágica emitió una función especial: Con la cortina de la flauta dulce, se pidió cooperación para una familia que no podía costear el tratamiento médico de la madre...
La fiesta de egresados fue maravillosa. Allí estábamos: “La Promoción de séptimo que inauguró la Radio”. Desde la misma, los maestros nos dieron su despedida, instándonos a crecer con la alegría que caracterizó nuestro paso por la primaria. Nombraron a todos los chicos que se acercaron, ceremoniosos, a recibir el diploma. El más aplaudido fue Dylan. Y ninguno de nosotros cuestionó la ovación...
Casi lo olvido: Fuimos el primer grupo que donó lo recaudado del viaje de egresados. Lo anunció Radio Mágica pero, para entonces, ya ni nos acordábamos.
* Segundo Premio. Primer Certamen Internacional de Literatura Infantil 2013 (Poesía y Cuento) escrito por adultos.
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