Nos sigue mirando y nosotras y nosotros a él, porque lo mató la policía, lo desapareció el Estado y lo encontramos en plena lucha. Nos está pidiendo seguir en la trinchera, en continuar pensando como ayudar y proteger a sus compañeros durante su corta vida, y en las y los pibes de los barrios que siguen a merced de los variados uniformes en todo el país.
Y ese pibe villero continúa pidiendo que la lucha no se detenga. Que nos unamos en un sólo puño para arrasar con la desidia estatal. No lo olvidemos, nos sigue observando con sus ojos negros y su piel oscura que tanto detestan los ricos con su riqueza.
No nos cabe duda que aún falta mucho para terminar con la impunidad reinante, que amenaza con perpetuarse en cada nuevo pibe que desaparece o es asesinado por las fuerzas represivas. Ya no importa si es en la calle, en una comisaría o en una cárcel, se trata simplemente de exterminar a los pobres porque se les da la gana o no trabajan para los buenos negocios que engordan la caja policial que, por supuesto, no es chica.
Mientras tanto, la clase mierda cree que matando pibes pobres se acaba la delincuencia y la pobreza. Pero no se da cuenta que Luciano también los está mirando. Y menos aún, que los verdaderos delincuentes están en el Estado. Muchas rejas, demasiadas alarmas y pago de adicionales que pronto darán los datos para que maten y roben los mismos de siempre. No hace falta nombrarlos. Ya sabemos quienes son.
Sus ojos negros nos piden que miremos el genocidio que aún continúa. Que hemos vuelto al ' 76 y a los ' 90, con un nuevo libreto: ya no serán los subversivos sino que son narcotraficantes. Porque temen perder sus pertenencias, prefieren el asesinato legalizado y el despido arbitrario para, luego, volver a matar a las y los compañeros despedidos.
Pero también hay omisiones que no podemos dejar pasar. Las detenciones de jóvenes con discapacidad, a quienes les arman causas para que las policías demuestren su eficacia y eficiencia cuando no pueden resolver una causa. Y los más afectados suelen ser quienes poseen una discapacidad mental leve, como José Luis Orellana, hoy en libertad, o una discapacidad auditiva, como aquel sordo que fuese acusado de una violación que no cometió.
Tampoco podemos olvidar la adquisición de discapacidades por parte de los internos de las cárceles, cuya gran mayoría son jóvenes pobres, debido a la ausencia de la asistencia médica que les debe brindar el Estado. Las torturas y vejaciones suelen llevar a discapacidades de tipo sensorial, como la auditiva y visual o de tipo visceral, como las producidas por enfermedades evitables causadas por la mala alimentación o las calamitosas celdas de nuestras instituciones carcelarias.
Son 7 años de lucha. De búsqueda incesante. Pero lo encontramos. Ahora resta hallar y juzgar a los responsables políticos, judiciales y policiales que se ensañaron con un pibe villero y con tantas y tantos otros que conocemos, sin olvidarnos de aquellos que lo serán en el futuro cercano con o sin discapacidad.
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