Por Manuel E. Yepe
Foto: Virgilio Ponce
Para Cuba, el alcance de la elección del primer presidente no blanco ni anglosajón en la historia de los Estados Unidos no derivaba solamente de la política global de la superpotencia y nada tenía que ver con el color de su piel o su etnia. Lo singular para la Isla era que suscitaba la esperanza de que condujera a la renuncia a la política de feroz hostilidad contra el proyecto revolucionario que el pueblo se diera como culminación de un proceso independentista de luchas iniciado 140 años antes.
Los cubanos comprendían entonces, por su propia experiencia, que las promesas de Obama que decretaron la histórica ocurrencia de su elección, en caso de cumplirse, fatalmente convocarían a una contraofensiva de los poderosos consorcios financieros encarnados por Wall Street y el complejo militar industrial cuyos torvos intereses se afectarían.
Ellos disponen, para defender el mantenimiento del status quo y sus privilegios, de la fuerza de sus armas de guerra, del control de los medios de información, educación y cultura para manipular conciencias y llevar a grandes masas de personas a actuar contra sus propios intereses y derechos en el contexto de un orden jurídico y social regido por el dinero y la competencia en el mercado, que asegura la superioridad de sus recursos sobre las aspiraciones humanas naturales de paz, solidaridad e igualdad.
Los cubanos tenían motivos para albergar la esperanza de que la elección de un presidente que así lo había prometido abriera el camino hacia un nuevo período en las relaciones entre La Habana y Washington. Estaban conscientes de que, para poder cumplir casi todas las promesas que formulara a los movimientos populares y las familias humildes que lo llevaron al triunfo, el recién electo presidente de los Estados Unidos tendría que enfrentarse en su propio país a las mismas fuerzas retrógradas que durante medio siglo han obstaculizado el avance de la revolución en la Isla.
Esa ecuación supondría, por regla aritmética de tres, que el carácter que han tenido los vínculos entre Cuba y Estados Unidos a todo lo largo del siglo XX y los años iniciales del siglo XXI tendrían que cambiar de manera espectacular.
Y para hacer realidad esa utopía en el Mar Caribe, el gobierno norteamericano tendría que renunciar, no solo a la ambición secular de tutelar los destinos de la isla, sino a sus afanes imperiales a nivel global, porque Cuba no podría ignorar la deuda de gratitud contraída con los pueblos del Tercer Mundo y los humildes de las naciones industrializadas cuyo apoyo solidario ha sido, en última instancia, su sostén principal en la guerra de resistencia que ha venido librando. Por ejemplo, a la victoria de Obama contribuyeron con su voto millones de afroamericanos -grupo étnico que sufrió la esclavitud legalmente autorizada hasta 1865, seguida por un siglo de cruel discriminación racial conocido como “Jim Crow”, con los desmanes terroristas del Ku Klux Klan y, más tarde, la violenta represión de sus luchas por los derechos civiles en la década de los años ' 60 del siglo XX- que dieron líderes de la talla universal de Martin Luther King Jr. y Malcom X. A los cubanos, que no votan en esas elecciones, pero que han sido víctimas de esa misma cruel política, les ha llevado a apreciar que aquella victoria de la nación estadounidense podría servir para iniciar un período de buena vecindad y paz en la región, en el contexto de una amplia democratización de las relaciones internacionales.
La esperanza de los cubanos se concretaba en que, por la voluntad de su pueblo, surgiera en Estados Unidos un gobierno respetuoso de la independencia de Cuba.
Transcurrido más del 90% de período presidencial para el que fuera electo dos veces, algo ha cambiado, al menos formalmente, durante el mandato de Obama. Se restablecieron relaciones diplomáticas y se conversa sobre diversos asuntos importantes, pero se mantienen vigentes la esencia del bloqueo económico y otras manifestaciones humillantes de la inicua relación, como la ocupación del territorio que ocupa la base de Guantánamo, la persistencia de los planes subversivos, abiertos y encubiertos, y la campaña mediática contra Cuba.
Quedan pocos meses para que concluya el mandato final de Obama y son muchas las esperanzas que amenazan con subsistir como anhelos irrenunciables del pueblo cubano en la relación bilateral con Estados Unidos tras el fin del período de gobierno del presidente presuntamente “distinto”.
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