Por Raúl Antonio Capote
Caminar de mi barrio hacia el Palacio de las Convenciones, por la magnífica avenida sembrada de palacetes, esos hermosos monumentos a la codicia y a la vanidad humana, construidos por la alta burquesía cubana antes del ' 59, es todo un ejercicio, cuanta presunción de aquellos hombres, cuanta jactancia brutal en medio de la pobreza de todo un país, esquilmado por ellos, vendido por ellos al extranjero, cuanta vanidad, cuanta arrogancia por un lado y cuanto servilismo por el otro.
La avenida rodeada de árboles frondosos, siempre fresca, sombreada, invita a caminar, a divagar, el placer del silencio apenas alterado por algun que otro auto, te sumerge en un sin fin de ideas y sueños que se mezclan y saltan dentro.
Es larga la distancia que tengo que recorrer, pero se va sin sentirlo, voy a participar en la II Conferencia Internacional “Con Todos y para el Bien de Todos”, asisten participantes de muchos países. A la distancia de los años, Martí convoca. Nadie me invitó, pero, cuando se trata del Maestro siempre hay que tener el caballo listo y enjaezado para salir a botasilla. El Maestro nos convoca y se borra la distancia de los siglos, no había forma de que no asistiera. Siempre es 1895.
Por uno de esos misterios que le rodean siempre, días antes un amigo, sin venir al caso en nuestra conversación, me preguntó si ya tenía invitaciones para el magno evento martiano, le dije que no, que no las tenía y él me extendió un sobre con todas las necesarias para asistir sin perderme un solo evento, como joven estudiante cercano, sabía que no existe mejor regalo para mi.
Asi emprendí la caminata para encontrar a Frei Betto en la inauguración y muchas veces más, no me perdí una sola de sus intervenciones en el evento. Sus palabras sobre la corrupción que arrugaron la frente de algún que otro gris personajillo, sus palabras sobre el socialismo que elevaron nuestras almas, su llamamiento a los jóvenes cubanos, tan precisa y amorosa.
Frei Betto nos recordó las palabras del intelectual cubano Cintio Vitier, quien hace algún tiempo alertó que lo que está en peligro es la nación misma, inseparable de la Revolución desde el 10 de octubre de 1868, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto. Nos recordó también que le ética está en el centro y sin ella no hay revolución posible y que, para él, el Socialismo es el nombre político del amor. (Para nosotros también)
Salía temprano por la mañana todos los días, como buen guajiro, aspiraba a pleno pulmón ese aire de árboles, hojas secas y flores de invierno, para encontrar a Atilio Borón, politólogo y sociólogo argentino, siempre agudo en sus análisis; a Ignacio Ramonet, catedrático de Teoría de la Comunicación, periodista comprometido con las causas justas de este mundo y a tantos otros brillantes oradores, a la siempre amiga de Cuba.
Yeidckol Polevnsky que tuvo una brillante intervención el útima día, y a los más nuestros, no logré comprender bien la causa de que no estuviera junto a los grandes invitados, Enrique Ubieta, por solo poner un ejemplo -que pacata decisión-, escatimar la oportunidad de poner a nuestra mentes más lúcidas junto a los grandes, ahora que tanto se necesita, ahí tenían que estar.
Martí estaba en aquellos salones inmensos, en todo aquella gente de tantas regiones del mundo, caminaba y llegaba sudado, algo adolorido, mi pierna no anda bien aún, se queja fuerte cuando la obligo, pero todo eso era compensado por el cariño de tantos amigos, por la ventura del encuentro con gente que quiero bien y veo poco. Los estudiantes, los colegas, los amigos y amigas, entregan mucho amor que no creo merecer. Fueron muy amables conmigo, respestuosos.
Regresaba tarde, ya sin sol en el cielo, caminaba un poco más rápido entre las sombras de aquellos árboles inmensos de la evenida, apenas hay faroles que alumbren y las sombras tejen animales mitológicos en las aceras, lloviznó algunas veces y otras la imaginación desbordada me llevó al escenario de un viejo texto "El sabueso de los Baskerville", de Arthur Conan Doyle, sobre todo en el tramo que siempre atravieso para cortar camino, un pequeño bosque de mangos.
A veces me asaltaba la vanidad de intelectual y dolía no haber estado en una de las palestras, no haber podido hablar, comunicar con aquellos auditorios martianos, me gusta el debate de ideas; para ser sincero, lo adoro, pero no se me dan muchas oportunidades, la gente que puede y debe decidir no lo hace -hay quien prefiere verme lejos en el público- por buena fe, por ignorancia sana, encasillamento o por mala fe, ahora estoy más apartado que cuando era considerado un enemigo; al menos, entonces era un escritor para los nuestros que es lo que importa.
Termino borrando la mitad de lo que escribo sobre el tema. Hay que saber desaparecer, dijo Martí, que era inmenso. ¿Cómo no voy a poder hacerlo yo que soy apenas un soldado sin más mérito que el privilegio de haber servido algo?. Pero, ah, la vanidad no me deja borrarlo todo y aquí se queda.
El penúltimo día se hace tarde, fue un día maravilloso que me reservo, 27 de enero, lo guardaré, hay una antorcha encendida que preservar, solitaria llamea y alumbra el recorrido de regreso, esta vez más tarde que otras veces, pero el paso es más seguro y espanta a los perros.
Otra luz de ese día tuvo que ver con la billetera perdida de un estadounidense participante en la Conferencia Internacional. Fue de recorrido a La Habana Vieja y de regreso, en el camino, perdió la billetera con todo su dinero, tarjetas de crédito y otros documentos. Llegó desconsolado al Hotel Palco donde se hospedaba. Apenas 20 minutos después de su regreso al hotel, lo llamaron de la carpeta, un taxista joven, trabajador por cuenta propia le esperaba en la entrada del hotel, con la billetera en la mano. Su cliente había dejado abandonada la cartera en el asiento del taxí y allí estaba él, devolviendo todo, intactos los documentos, completo el dinero y las tarjetas. El estadounidense sonreía feliz, se lo contaba a todo el que quería escucharlo, exclamaba en voz alta: ¡ Esto sólo ocurre en Cuba !. Esta es Cuba, mi Cuba.
Una de las ponencias que más removieron la sangre y el deseo de lanzarme al ruedo, fue una presentada por dos jóvenes estudiantes de derecho sobre si Martí era socialista o no, bien presentada, bien defendida, con puntos cargados de polémica, pero no intervine, quedó el gatillo cerrado y un nudo en la garganta, mucho que decir sobre eso, pero una pregunta giraba y giraba en la cabeza y más en el corazón: ¿Quién puede estar interesado en demostrar que el Apóstol no era socialista y más aún que estaba lejos del socialismo?.
José Martí sintetiza el pensamiento revolucionario cubano del siglo XIX, lo resume, y eleva a un plano cualitativamente superior. José Martí no era un socialista clásico, de etiqueta, pero el socialismo cubano, la revolución cubana tiene como base teórica fundamental, las ideas de José Martí, su pensamiento.
Si usáramos la pregunta sugerida por Frei Betto para respondernos si somos o no socialistas, ¿cuál sería el resultado?. Según Frei Betto, la pregunta es si somos socialistas porque esto nos da un estatus social determinado o si lo somos porque sentimos y sufrimos en nuestro pecho el sufrimiento del hambriento, del que tiene frío, del que es esclavizado. explotado, marginado. A José Martí le importaba un bledo ese estatus social, el rango, el puesto que ocuparía. Martí declaró su fe y su motivo: Con los pobres de la tierra, quiero yo mi suerte echar.
De regreso me pregutaba, caramba que gran oportunidad de llevar a Frei Betto, a Ramonet y a Atilio Borón, a un breve recorrido por las Universidades, para que debatan con los jóvenes. ¡ Qué oportunidad !.
Terminó el evento, una verdadera maratón de ideas, algunos álgidos debates, algo de desorden. Bueno, era un evento gigante, con miles de personas, pero sobre todo Martí estuvo allí, con caballo, pluma y machete, listo y vivo como siempre, más que nunca.
Frei Betto concluyó su conferencia magistral el primer día del encuentro con una cita del libro La Edad de Oro, de José Martí: “Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” y exhortó: “Hablemos siempre de la luz”.
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