Por Alberto Pinzón Sánchez
Sin haberla visto, pero por los comentarios, avances, cortos en internet, y por la saludable controversia entre distintas opiniones, la película de ficción “El abrazo de la serpiente” de Ciro Guerra, ha puesto en actualidad un viejo tema colombiano: el descubrimiento (hecho por el hombre blanco occidental y también andino) de la selva amazónica con sus nativos y sus ciclos sangrientos de infamia, despojo y destrucción.
Inspirada (este verbo es muy importante) en los diarios de campo de dos científicos viajeros; el alemán Theodor Koch - Grüngberg y el biólogo y botánico de la Universidad de Harvard, el norteamericano Richard Evans Schultes, y en la vida de Karamakate, el chamán indígena milagrosamente sobreviviente, y quien al parecer (en la ficción) une a los dos viajeros.
En la película, y eso hay que tenerlo bien claro para no confundir el plano ficcional y artístico con lo verdaderamente ocurrido en la realidad, el viajero inspirador Mr. Schultes viene, como su antecesor de 20 años atrás el alemán Koch Grüngberg, en busca de una planta selvícola milenaria y sanadora, que bien puede ser el Yagé, el Yopo, la Mezcalina o la Coca entre otras: El dorado de la post-modernidad globalizada, descrito en el libro “El Rio” (1966) por el antropólogo discípulo de Schultes, Wade Davis.
No hay discusión en que el biólogo y botánico estadounidense Schultes poseía los conocimientos más especializados y abundantes para la época acumulados en Harvard, una de las universidades más importantes de los EE. UU., y que conociera de la existencia de tales principios químicos selváticos y de sus propiedades farmacológicas (alcaloides), y viniera en 1941 a buscarlos en la increíblemente rica selva colombiana.
Sin embargo, como tuve oportunidad de comprobarlo cuando viví cinco meses de 1973 en las selvas del Vaupés, haciendo el obligatorio “trabajo de campo” para mi grado de Antropólogo en la Universidad Nacional de Bogotá, el botánico estadounidense Schultes, en la realidad prosaica vino contratado por sus conocimientos en especial sobre caucho vegetal por el gobierno de los EE. UU., durante la llamada “batalla por el caucho” de la Segunda Guerra Mundial, y por medio de la agencia que el Departamento de Defensa puso a funcionar en Colombia durante el gobierno de Eduardo Santos llamada "The Rubber Development Corporation".
A los alcaloides mencionados, Mr. Schultes añadió la búsqueda prioritaria de la resina vegetal del caucho amazónico colombiano, porque las plantaciones caucheras del sudeste asiático, especialmente en Malasia, habían sido tomadas por el imperialismo japonés en 1941, en la fase de la guerra interimperialista del Pacífico, y el US Army necesitaba ingentes cantidades de este material para continuar su actividad bélica.
Hoy vuelvo a trascribir íntegramente mis hallazgos sobre la “batalla por el caucho librada en Colombia”; 40 años después de haberlos establecido y escrito en mi tesis de grado que posteriormente (en 1979) la editorial Armadillo de Arturo Alape publicó como libro titulado “Monopolios, misioneros, y destrucción de indígenas”, el que se puede leer aquí, páginas 63 a 67: http://es.scribd.com/doc/210828318/Monopolios-misioneros-y-destruccion-de-indigenas
(…) "El primer representante del presidente F. Roosevelt, en Colombia es Ronald S. Pockintong, quien buscó el equipo humano más adecuado para el funcionamiento de la agencia: El Dr Roberto Urdaneta Arbeláez fue su asesor jurídico; don Pedro López Michelsen, encargado de los “servicios especiales”; el comisario del Vaupés, ingeniero Miguel Cuervo Araoz, quien renunció al gobierno al gobierno seccional para emplearse en la “Rubber” como superintendente general. Antonio Michaeler T. fue el superintendente de construcciones (aeropuertos y carreteras) y el interventor fue el ingeniero norteamericano Joe Campbell, quien contrató para las obras ingenieros colombianos en su totalidad. Para el reconocimiento y estudio forestal estuvo el Dr. Evans Schultes, afamado botánico norteamericano especialista en caucho.
La administración general se ubica en pleno centro bogotano (Avenida Jiménez con Av. Caracas) e inmediatamente van surgiendo en la selva puestos de avanzada y campamentos. Los mencionaremos por orden de Importancia: Acacias, San Martín, Puerto Mayer, Antiguo Puerto Arturo sobre el rio Guaviare, Mitú, y Miraflores; los dos últimos, dotados de puestos de socorro, comisariato, depósitos para el caucho, casa de empleados y aeropuerto con radio bajo órdenes directas del ex comisario M. Cuervo Araoz.
Durante el año de 1942, el Dr. A. Michaeler T., en entrevista del día 8 de enero de 1975, recuerda haber proyectado e intervenido directamente en la construcción de los campos de aterrizaje para los siguientes campamentos: Calamar, Miraflores y Mitú, en el río Vaupés; Monfor, en río Papurí; la Pradera, en el río Caquetá; Santaclara, en el Putumayo; Leticia, en el río Amazonas; la Tagua, el Encanto, y Araracuara, en el río Caquetá; Arica (río Putumayo); Campo Baxter, en el río Papunagua; Campo Troco, en el río Vichada; la Concordia, en el río Ariari; Caucayá, en el río Putumayo; la Vorágine, en el río Metica; Macayá, en el río Manacacías; la Chorrera, en el río Melúa; Puerto Carreño, en el río Orinoco; San Fernando, en el río Atabapo; Tarapacá, La Victoria (trapecio amazónico) Lozada, en el río Apaporis y Uribe, en la Sierra de la Macarena.
En el ' 43 se construye la pista de San José del Guaviare y se dota por la “Rubber”, al igual que todas las demás de las instalaciones aeroportuarias (radios, etc.), que posteriormente pasaron a las FF. AA. colombianas. Traemos esta engorrosa lista para tener en cuenta como esta “experiencia acumulada” es usada treinta años más tarde forma similar por otra agencia norteamericana: El Instituto Lingüístico de Verano.
El diario bogotano “El Tiempo” el 24 de noviembre de 1942, trae esta noticia: La Rubber Reserve busca 3.000 hombres para hacer carretera entre Acacias, donde funcionaban la oficinas principales y primer campamento, hasta Calamar del Vaupés”. El transporte aéreo del caucho resultaba excesivamente caro por sus costos y porque, durante la guerra, el material volante se agotó. La solución más económica proyectada entonces era sacar el caucho vaupense por Tierra: Bogotá se comunicaba por tierra con Acacias; de allí, aprovechando las antiguas “trochas” caucheras, se uniría por un carreteable con Calamar, pequeño puerto del Alto Vaupés, e inicio de la navegación por este río. El sentido del flujo ya no era hacia Manaos en el río Amazonas, como años atrás, sino en contracorriente remontar el rio Vaupés para traer el producto a Bogotá.
El proyecto parecía realizable, solamente no se disponía en el momento de gran maquinaria para usar en la vía y se recurrió al empleo masivo de obreros, pero tres mil hombres con “picas y palas” haciendo una carretera en terrenos difíciles y construyendo puentes sobre tantos caudalosos ríos y caños con troncos y lazos de manila, no pudieron avanzar más de algunos kilómetros en los tres años que permaneció la agencia del gobierno USA extrayendo el caucho colombiano.
Sin embargo, la goma siguió saliendo a marchas forzadas por vía aérea hasta Bogotá y por las antiguas trochas y caminos de siringa siguieron adentrándose en la manigua desde el interior del país “empleados” de la Rubber y colonos independientes, calculados por el Dr. A. Michaeler T. para los tres años en números aproximados de 15.000 quince mil. A los empleados y colonos se les enseñaba al verbo “siringuiar”, las últimas técnicas del sangrado y extracción del látex, se les donaba y dotaba de herramientas y en los campamentos se les compraba en pesos los balones de siringa. Los pesos colombinos no salían de allí, pues en el comisariato de la empresa había necesidad de comprar abastecimientos, ropa, y reemplazar los instrumentos dañados, etc.
En ese flujo, llegó al Vaupés el chofer del automóvil del embajador norteamericano en Bogotá, Sr. Hernando Gómez, a trabajar como capataz de cauchería. Años después convertido en “empresario” y gran propietario de una hermosa hacienda con ubicación en la cascada de Yuruparí en el curso medio del rio Vaupés, donde tuve la oportunidad de hablar con él, gracias a la utilización de las formas de trabajo y la estructura productiva aprendidas a sus patronos extranjeros, se haría famoso en todo el país con el apodo puesto por sus compañeros de vigilancia como “tío Barbas” o el personaje que vendió a otro empresario cauchero vecino, una finca cauchera incluyendo en el negocio a los trabajadores indígenas con sus deudas, según la denuncia del Obispo de Mitú aparecida ampliamente en la prensa nacional: Este dato lo consignamos no por mera anécdota, sino porque el Sr. Gómez (tío Barbas) tuvo y tiene relaciones de trabajo con la mayoría de los indígenas habitantes de la zona Papurí - Paca.
En 1943, Jules de Wald Mayer, holandés proveniente de Borneo, es el segundo representante de la agencia Rubber para Colombia y el tercero y último “special representative” fue Ernest W Willis; quien, en septiembre de 1944, da por concluida la misión. La agencia abandona el país, llevando cuidadosamente un inmenso archivo con todos los conocimientos científicos adquiridos en las pesquisas geográficas, hidrográficas e hidrológicas, geológicas y humanas, fuera de los datos botánicos que, en un herbario descriptivo especial, el Dr Schultes remitió a su país natal.
Valorando objetivamente; a la salida de la Rubber del Vaupés, además de los campamentos mentados, quedaron a semejanza del “tío Barbas” un grupo calculado por el diario El Tiempo de Bogotá (febrero 20 del ' 71) en dos mil hombres con sus familias conformando una población aproximada de 10.000 habitantes con los resabios productivos aprendidos a sus patronos extranjeros: Un patrón o propietario, varios “empleados” o capataces, no indígenas, con participación en la producción final y la mano de obra extractiva en su totalidad “siringueros”, indígenas capturados inhumanamente y por medio del mecanismo del “endeude” servilizados de por vida, llegando al extremo de ser vendidas caucherías enteras con los indígenas, sus cuentas y sus deudas…”
Cerrado en lo fundamental el ciclo del caucho, unos pocos años más tarde, la misma selva cerrada, los mismos ríos torrentosos, los mismos pobladores blancos de orilla y colonos, caboclos o mestizos, e indígenas, verían llegar en avionetas venidas de Medellín otros “patrones” con bruñidos anteojos oscuros, carrieles de piel de nutria y pistolones en el cinto, descargando y regalando otras semillas vegetales ya mejoradas, y adelantando dinero por las cosechas, iniciando en el silencio milenario de la selva otro ciclo infernal del cual no se ha salido del todo: el de las “maticas de cocaína” de cierto presidente no muy lejano.
De modo que a manera de conclusión podemos decir lo que tantas veces se ha dicho sobre Colombia: Que la realidad supera cualquier ficción.
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