Subcomisario Alfredo Veysandaz
“En una situación así, es el fin de los protocolos”, confesó el subcomisario Alfredo Veysandaz cuando le preguntaron si conocía las disposiciones vigentes respecto del uso del arma de fuego para el personal de la policía bonaerense.
“No me puedo arriesgar a algún ataque o al clásico atentado de los trapitos, entonces tomo recaudos”, respondió cuando el fiscal quiso saber por qué, además de su arma reglamentaria 9mm, llevaba una Glock calibre .40.
Con actitud desafiante y voz autoritaria, el asesino de David y Javier dio su versión al término de la audiencia del jueves en la sala del Tribunal Criminal Nº 1 de Quilmes. A pesar del esfuerzo -evidente pero no siempre efectivo- que hizo para tratar de conciliar lo que decía con su primera declaración a tres días del hecho, y del intento de colocarse en posición de víctima acosada por una turba violenta, el subcomisario no pudo explicar por qué detuvo la marcha, por qué bajó del auto ni mucho menos por qué descargó su arma sobre el grupo de chicos de 13 a 20 años que volvían de un baile esa mañana.
No pudo explicar por qué se fugó, por qué no regresó a su destacamento, a pocas cuadras de distancia, ni por qué no llamó al 911 ni pidió una ambulancia desde su celular. Mucho menos pudo explicar por qué estuvo prófugo en su casa en San Martín hasta que se lo detuvo.
La declaración indagatoria del subcomisario fue recibida por las juezas Silvia Etchemendi, Marcela Viccio y Florencia Butierrez con bastante más benevolencia que la que ofrecieron a los chicos y chicas de la Villa Luján, que tenían 13, 14 o 17 años cuando vieron, a metros nomás, cómo Veysandaz le volaba la cabeza a David, fusilaba a Javier y hería a Marcelo.
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