Por Ilka Oliva Corado
Hace algunos años un día amanecí con la bandeja de entrada de mi correo electrónico llena de mensajes y fue algo que nunca cambió, está así todos los días. Personas que sin pedir mi autorización agregan mi correo electrónico a esas listas de reenvíos, gente que no conozco. Y así llegan columnas de opinión provenientes de todas partes del mundo. Personas que me envían sus tesis universitarias para que las lea y les dé mi punto de vista. Gente que está incursionando en la poesía y pide mi opinión. Gente que me envía sus manuscritos y piden que los lea y se los corrija. ¿Yo?
De pronto me vi en redes de periodistas internacionales, columnistas, escritores, poetas, blogueros, intelectuales y sociólogos que envían sus textos y sus análisis en esas cadenas de reenvíos masivos y que si no les contesto el mensaje dándoles mi opinión, me lo vuelven a enviar y así y así con la necedad de obligar a alguien a leer algo que no pidió. Me vi recibiendo mensajes de embajadas y consulados latinoamericanos que me han agregado a su listas de correos. Me ví recibiendo invitaciones para participar de jurado en concursos de poesía y relatos. ¿Yo, jurado, de qué?
Me incluyen en esas listas de reenvíos donde personas del gremio de la literatura se lanzan flores unas a otras con toda la lisonja del caso. Y se sienten inmortales y levitan en esa ensoñación de los encumbrados en el ego de quien se cree iluminado e intocable. -¡ Puta, el mundo se desmorona y ellos levitando ! -De quien cree que sus manos fueron hechas para el lápiz y los lienzos y jamás para el chuzo. De quien denigra y desvalora a quien usa sus manos para trabajar con el chuzo o para aporrear frijol y máiz. Y se aplauden los premios y menciones honoríficas en juegos florales y concursos literarios. Y sonríen con la elegancia y el narciso propio de quien cree que pertenece a una especie exclusiva y en extinción. De quienes se creen dioses. ¿A cuenta de qué me veo yo en esos bailes?
Periodistas y escritores y poetas que me llaman colega. Mis únicos colegas son los vendedores de mercado. Y no es complejo de inferioridad, no es que me sienta incapaz o insegura, o mucho menos que sea arrogante como muchos me acusan, lo que sucede es que aborrezco la lisonja, esa palabrería galante, la labia. Yo no necesito pertenecer a ningún gremio de literatos o periodistas o intelectuales para saber que existo. No me interesan las etiquetas, ni compartir con conocedores que hablan cuatro o cinco idiomas y que, para poder mantener una conversación, tienen que citar el pensamiento de otros con fechas incluidas que memorizaron porque son incapaces de poder pensar por sí mismos. Incapaces de crear algo propio.
Y sé que es muy difícil de comprender que a alguien no le agraden los halagos y que hasta se vea como presunción. Pero de verdad, yo leo lo que quiero leer y yo misma busco los textos. Recibo docenas de artículos de opinión que me envían de articulistas guatemaltecos, a mí las únicas tres articulistas de Guatemala que me calman la sed, que me llenan son Margarita Carrera, Carolina Vásquez Araya y Carolina Escobar Sarti. Por lo demás, no es irrespeto pero mis lecturas son seleccionadas, es mi derecho. Lo que yo lea muy bien no le puede gustar a alguien más, ¿entonces por qué voy a cometer el abuso de sugerirle lecturas? Es un irrespeto. Cada quien tiene ese libre albedrío y debemos respetarlo, debemos hacer uso de él. A mí no me interesa mantener lazos que me puedan servir de contactos, cuando necesito algo voy yo misma y toco la puerta y si me la cierran en las narices voy y toco otra, hasta que encuentro lo que busco. Jamás pondré a nadie a que dé la cara por mí. Por esa razón no creo en el mundo de los contactos. Sí creo, en cambio, el de los afectos que es tan delicado, el mundo del amor es el que nos debe mover como humanidad.
Agradezco que se interesen en mi crecimiento personal pero agradecería que no me sugieran lecturas, yo las busco por mi propia mano, y si de encontrarme con un texto tengo, será a su tiempo y en su espacio. Agradezco que piensen en mí como jurado en concursos literarios pero la verdad no podría jamás calificar el trabajo de alguien más, es más, creo que los concursos literarios (ni de ningún tipo, incluidos los de reinas de belleza) deberían existir; esto es, encasillar un trabajo, una mente creativa, es cortar alas, en la vida no hay ganadores ni perdedores. Esas normas se vuelven subjetivas e injustas. Someter un texto a un concurso es faltarle el respeto a su belleza natural y singular. ¿Acaso necesitamos que alguien más nos diga que nuestra creatividad es hermosa y nos dé un premio? ¿Por qué no aprendemos a caminar sin muletas? Por principio, para defender la originalidad un texto no debe someterse a ningún tipo de concurso.
Cualquiera dirá, pero si está en internet y hace públicos sus textos que no se queje. Es que hay algo que se llama sentido común, yo sigo viviendo como en mi arrabal, que no se entraba en una casa aunque estuviera la puerta abierta de par en par. Primero se toca y se pide permiso. Otra cosa es que en la entrada se encuentre un rótulo que diga: “pase adelante que está sin tranca”. Sigo viviendo como en mi arrabal, que uno no va a una fiesta si no lo invitan. Yo no le sugiero lecturas a nadie porque confío plenamente en el raciocino de cada quien y que ésta persona buscará nutrirse conforme a sus necesidades particulares. Permitamos que las personas se valgan por sí mismas y que no se conviertan en parásitos. Dejemos que exploren, que indaguen por sí mismas. Dejemos que se rompan la cara por sí mismas, no intervengamos para evitarles el dolor del aprendizaje, y esto aplica en todas las circunstancias de la vida.
Y por último, cuando alguien quiera enviarme un texto para mi formación personal, cuando alguien quiera escribirme un mensaje donde halague mi capacidad creativa, cuando alguien quiera buscarme para jurado de concursos literarios, cuando alguien quiera incluirme en listas de reenvíos de eventos de consulados y embajadas. Cuando quieran volverme parte de un gremio de intelectuales, periodistas, escritores y poetas. Deténgase un segundo y piense que yo vengo de la invisibilidad total, a estas alturas de mi vida no necesito halagos ni palmaditas en la espalda. Pero allá afuera, allá afuera hay miles de niños y adolescentes invisibles, vaya y dígales a ellos lo que quiere decirme a mí. Motívelos, vuélvase el apoyo que no necesita tener lazos de sangre. Ellos necesitan aparte de una palmadita en la espalda, un mentor, una guía, alguien que les dé aliento. Alguien que esté dispuesto a cambiar el sistema con su participación personal. Alguien que les muestre el camino. En cada uno de esos niños estoy yo, en los parias, en los nadies, en los invisibles estoy. Ellos están en la edad en que necesitan el apoyo moral, la palabra que los aliente, el abrazo que los cobije. Ellos están en un proceso de formación, seamos parte de esa formación integral que los niños y adolescentes tanto necesitan.
No es nada personal contra nadie, y tampoco estoy despotricando, ni mucho menos soy mal agradecida, sí soy insociable y es muy difícil de explicar y mucho más difícil de comprender. Claro que agradezco los saludos hermosos de los lectores y que lean mis textos, pero ese es otro paisaje y no tiene nada que ver con este texto.
Por lo demás escribo para no morir en el vacío. Escribir es el aire que respiro.
Con amor, la niña heladera. Que no se les olvide nunca que quien escribe es una niña heladera.
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