Por Gabriel Ángel
Enterado de la muerte del camarada Martín Villa, me parece pertinente recordar la historia del viejito Fabio, un ex guerrillero de setenta años dedicado hoy a tareas del campo. Siendo niño, la violencia política obligó a su padre a abandonar el área rural de Tuluá y emigrar con sus tres hijos varones al norte del Tolima.
Varios tíos habían sido guerrilleros liberales, y la región a la que llegó era por entonces hervidero de guerrillas. En El Líbano, Santa Teresa y Santa Isabel operaban los nombrados Sangrenegra, Tarzán y Desquite, de cuyos grupos hacían parte muchos nativos de la zona. Una prima de Fabio, Mariela, era por entonces mujer de Sangrenegra. Y Fabio terminó haciendo parte de las guerrillas de este último. Su paso por aquel grupo fue breve y acabó del modo más inesperado.
Su prima, Mariela, lo cuidaba con celo pues apenas tenía once o doce años. Los de Sangrenegra cumplían un rito que los envalentonaba, beber de la sangre de los enemigos que mataban, para hacerse a sus energías. Y se llegó el día en que Sangrenegra consideró que Fabio debía ponerse a la altura de los otros, bebiendo de la sangre de un muerto que tenían ante ellos. Mariela se opuso rotundamente, y el incidente condujo a la salida de Fabio del grupo y la región.
Emigró al territorio Vásquez, donde habitaban una tía y varios primos, en una vereda llamada La Pizarra, de Puerto Boyacá, una región de colonización, refugio de antiguos guerrilleros liberales y en donde se presentaban ya las disputas por la propiedad de la tierra entre pequeños colonos y aspirantes a latifundistas. Además, por la vieja pelea con la Texas Petroleum Company, florecieron y tomaron fuerza algunas organizaciones obreras y campesinas.
Quizás haya sido por eso que en el año 1962 apareció por las veredas Agualinda y Palagua un personaje excepcional, médico de profesión y de ideas radicales, Federico Arango Fonnegra, empeñado en organizar una guerrilla que encabezara la insurrección popular, a imitación de lo conseguido por el Che y Fidel en Cuba. Sus libros, revistas y prédicas rápidamente sedujeron a Fabio, quien por entonces andaba por los quince años. De acuerdo con su relato, los integrantes del grupo llegaron a ser unos cuarenta campesinos de la zona.
Resultan novelescas las aventuras del grupo que logró sostenerse un poco más de un año, y cuya mayor prueba fue la propia muerte de Federico Arango a manos del Batallón Colombia. En su huída posterior, decidieron cruzar el río Guaguaquí y ubicarse en Cundinamarca. Calmadas las cosas volvieron a Puerto Boyacá, pero entonces descubrieron que la base de Palanquero se había convertido en una escuela de formación de bandas armadas de civiles, cuyo objetivo era ubicar y matar a guerrilleros y colaboradores. Varios de esos grupos se hallaban tras ellos.
En medio de un verdadero cerco enemigo, una buena mañana recibieron la visita de dos campesinos desconocidos. Uno se identificó como Alfonso Betancur, y el otro como Rafael, apodado bozo de brocha. Eran integrantes de las autodefensas comunistas de la zona, y los enteraron de que estuvieron entre los primeros contactos de Federico Arango al llegar a la región. Desde la sombra, habían servido como apoyos de Federico, sin importarles que no fuera miembro del Partido. Ahora venían a auxiliarlos a ellos. A partir de entonces se convirtieron en sus más firmes colaboradores, hasta cuando por problemas internos el grupo decidió disolverse. Las armas las negociaron con esas autodefensas.
Ese Alfonso Betancur, años después, convocaría una conferencia regional de las autodefensas campesinas y les plantearía convertirse en guerrilla, para sumarse en calidad de tal a las FARC, la organización creada por Manuel Marulanda y Jacobo Arenas tras la operación Marquetalia. En ella adoptó el nombre de Martín Villa y figuró en la historia insurgente como fundador del Cuarto Frente de las FARC, del que años después brotarían innumerables Frentes que se avanzarían a otras zonas del país. Fabio, desde luego, fue uno de sus primeros miembros.
Narro esto un poco con la intención de señalar cómo se cruzan las vidas. Cuando viajé a San Vicente del Caguán, como miembro de la Comisión Temática en el fallido proceso de paz con Andrés Pastrana, conocí a Martín Villa, por entonces segundo de Jorge Briceño, El Mono, en la conducción del Bloque Oriental. De mirada inteligente y generosa, lo vi unos años después, en tiempos del Plan Patriota, siempre al mando de una compañía de orden público, ordenando y dirigiendo la respuesta a las distintas operaciones del Ejército.
Villa, como lo llamaban en el Bloque Oriental, se había especializado en el manejo de explosivos, y enseñaba al respecto. Figura como uno de los mandos que se encargó de preparar la operación Cisne 3 contra Águila 2, en el área del río Guayabero, año 1980, en la que por primera vez, a campo abierto, una fuerza guerrillera logró asediar y copar una patrulla completa de soldados de contraguerrilla. Vi a ese mismo hombre, a sus casi setenta años, en la zona de Uribe, en el Meta, planeando y realizando emboscadas al Ejército, moviéndose como un pez entre las brigadas móviles. Y años después, en Arauca, con un gran mapa extendido ante sus ojos azules, analizando el desarrollo de las operaciones militares y calculando cómo enfrentarlas.
Martín Villa asistió a las diversas reuniones de la dirección de las FARC en las que se debatió lo referente al actual proceso de paz. Y expresó su pleno respaldo a la solución política. En sus primeros días de guerrilla, tras una emboscada fallida contra un convoy militar, se encontró con la sorpresa de que al saltar los enemigos ilesos a tierra, un soldado cayó sobre él, justo cuando su carabina se negó a responderle. En lucha cuerpo a cuerpo, no encontró otro recurso que apelar a al machete para quitárselo de encima. Por eso exigía a los guerrilleros portar el machete al cinto. Al imperialismo y la oligarquía había que combatirlos con política, con fusiles, con lo que fuera, lo importante era vencerlos un día. Coincido con Fabio, son muchas las cosas para recordar de Villa.
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