Por Lorenzo Gonzalo *
Foto: Virgilio Ponce
Los países han llegado a ser fuertes, poderosos, desarrollados, débiles, subdesarrollados o pobres por razones circunstanciales. En cada uno de esos momentos, la iniciativa humana ha optado por la acción más eficiente y aunque no siempre ha resultado de esa manera, indefectiblemente el camino escogido ha permitido a la humanidad progresar con mayor o menor rapidez. Excepto que ese progreso ha sido principalmente en las áreas científicas, técnicas y en la formación de una economía regida por unos pocos, mientras que lo social, que debería ser lo prioritario, corre a la zaga.
En el nacimiento de Estados Unidos de Norteamérica algunos de los factores circunstanciales fueron la geografía, la ausencia de poblaciones originarias viviendo bajo la organización de un tipo de Estado, la ausencia de un tercero que hubiese hecho las veces de nación colonizadora durante los siglos críticos de la estructuración de las Colonias y la visión de sus organizadores para interpretar los requerimientos necesariales y fundar un país constituido íntegramente por el espacio continental llamado América del Norte. Estados Unidos es uno de los pocos países que sin ser una isla, tiene muy pocas amenazas por tierra.
La única etapa en que se convirtió en una cuasi colonia, fue a raíz de la Guerra de Inglaterra con Francia en 1765, lo cual duró muy poco porque desbordó los ánimos que hasta ese momento no lidiaban con terceros y que preferían resolver sus asuntos entre comunes y para los comunes.
Unificar íntegramente el territorio continental, coincidía con el pensamiento que Bolívar tuvo años después respecto a Suramérica. La América Continental de Bolívar es la Norteamérica del Norte.
La diferencia respecto a la visión bolivariana estriba en que aquella del Norte no estuvo representada por un hombre, un líder, un caudillo o como quiera llamársele, sino por un conjunto de hombres cultivados en los nuevos pensamientos aportados por los filósofos del liberalismo quienes, desde un comienzo, entre acuerdos y pasiones, se apoyaron los unos a los otros y no flaquearon ante los éxitos propios o los vacíos criterios de la Gloria.
Incluso George Washington, la figura emblemática, fue el acuerdo de las principales luminarias de aquel proceso, nombrado ex profeso para lograr, entre otras cosas, el necesario consenso del Sur agrario, idea que pertenece en gran medida a John Adams quien fuera su proponente.
Quizás la diferencia esencial que permitió la posterior grandeza de la naciente nación fue la colegiación informal del nuevo Poder, el cual se encargaría de plasmar en concreto, las bases organizativas de la democracia más real y abarcadora lograda hasta ese momento de la historia. La intelectualidad revolucionaria europea encontró en la Revolución Norteamericana de las Trece Colonias, su nicho idóneo.
Las diferencias entre los Padres Fundadores fueron mínimas, civilizadas y algunas, como el duelo entre Hamilton y Aaron Burr, fueron la excepción y no forman parte definitoria de la gran nación.
Pero a pesar de la grandeza vaticinada por el ambicioso proyecto, los mecanismos políticos derivados, espoleados por el desarrollo de una economía que creció de espaldas al medio social, comprometida con éste solamente por su inventario de mano de obra, cayó en las vorágines de un crecimiento que no veía más allá de las ganancias, la nueva categoría que por siglos ha sido parte esencial del modo de producir que conocemos.
Por otra parte el éxito personal de la nueva estructura de gobierno fortaleció las concepciones de “pueblo escogido y destino manifiesto” que los primeros pobladores de las tierras vírgenes del Norte confirieron a su nueva morada. La extrapolación de este sentimiento a nivel de política nacional y la necesidad real de extender el control sobre el conjunto del territorio continental, se conjugaron con las necesidades surgidas del crecimiento geométrico de la producción económica naciente, contribuyendo a exacerbar la visión centrista del mundo practicada por los estadounidenses.
Ese enredo dio a luz al fenómeno imperialista, el cual es una mezcla de economía y política, del destino manifiesto nacido de las concepciones mágicas de nuestro pasado primitivo y también de mucha hipocresía y grandes dosis de manipulación.
Así lo veo y así lo digo.
* Periodista cubano residente en EE. UU., Subdirector de Radio Miami.
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