Por Silvana Melo
(APe).- La felicidad es un estado gelatinoso que se escurre y mira de lejos. Se derrite, se derrama y se va como suele huir lo más querido. Es complejo resistirse a destapar la felicidad como si fuera una botella, con el sonido de tap que hace el vacío cuando deja de serlo, en compañía del gas en contacto con el afuera. Afortunadamente, la Argentina, según la presidente de la Nación, es el país que más gaseosas consume en todo el mundo, con 137 litros por habitante. Y como unos cuantos cedemos generosamente los litros de Coca Cola que nos corresponden, es posible que una parte importante de la infancia consuma unos 200 litros en pos del sostén del imperio y la continuidad de los 6.000 dólares por hora que suelen ganar los más altos directivos de la compañía.
CFK, deslumbrada con su anuncio, agregó que el consumo de Coca Cola se duplicó desde 2003 porque durante el infierno (como gustaba llamarlo Néstor) “teníamos menos plata para comprarles Coca Cola a nuestros hijos". Los interrogantes son varios. Múltiples, en realidad. Pero basta con dos: el piberío para la liberación que le canta en el patio de las palmeras de la Rosada, ¿acepta sin ruido esta exaltación del ícono mayor del imperialismo norteamericano? Y la segunda: ¿alguien puede pensar seriamente que nuestros hijos deben tomar Coca Cola? El imperio es especialmente chatarrero a la hora de la comida. En eso no hace diferencias: come tan basura como lo que exporta al cuarto mundo.
Aunque a la hora del veneno propiamente dicho, suele usar a la América profunda como basural tóxico. Y en este punto, otra alegría presidencial en un par de discursos atrás: el país comienza a producir potasa cáustica, uno de los componentes base del glifosato. Estamos todos tan felices como los chicos que caminan por el barro envenenado de los tomatales de Lavalle y se mueren después; como los chicos que tienen cáncer en San Salvador, muchos más que en cualquier otro pueblo; como los chicos fumigados en las escuelas de gran Paraná.
Desde Berazategui pero en teleconferencia con La Matanza, Cristina ensalzó la ampliación de la embotelladora de Coca Cola - Femsa. Probablemente para la Presidente es un golpe bajo imaginar que entre 2003 y 2007 unos 30 mil niños salvadoreños han trabajado en las plantaciones de caña que generaría el azúcar para que el mundo se refresque mejor. Es verdad. Es un golpe bajo pensar que “las niñas se ocupan principalmente de ir sembrando caña detrás de un tractor; niñas y mujeres cultivan por día 7.000 metros, el equivalente a una cancha de fútbol. Los niños trabajan en la cosecha de caña de azúcar desde los 8 o 9 años, los machetes y demás herramientas cortantes y pesadas suelen lastimarlos ya que no tienen la destreza ni la fuerza y deben trabajar muy rápido. Suelen llenarse de tajos en piernas y pies y rebanarse dedos según las maestras que dicen tristemente, que los niños dejan de estudiar porque los contratan en horario escolar”.
Coca Cola y Sprite son las más consumidas en la Argentina y las que más ganancias (después de México) le dan a la embotelladora Femsa (mexicana en su origen), que ha tratado habilidosamente de esquivar la sindicalización de los trabajadores, que no se ahorra una interesante actividad contaminante y el uso del agua local que después vende envasada porque el agua local tiene mucho sabor a cloro. Un tercio de las ventas de Femsa en el Mercosur se genera en la Argentina. Su propietario es el hombre más rico de América del Sur: tiene unos 6.000 millones de dólares.
Más allá de que los argentinos estamos solazándonos de financiar parte del imperio y de los salarios de 6.000 dólares / hora de sus directivos, aquellos 137 litros por cabeza que supuestamente incorporamos son una hecatombe en los dientes, en el cerebro, en la sangre, en el metabolismo, en la voluntad. La Coca Cola tiene ácido fosfórico, un corrosivo de uso industrial con efectos ya míticos como el aflojamiento de un tornillo oxidado. No permite la adecuada absorción del calcio (mala noticia para los huesos). El combo del ácido con azúcar refinada y fructuosa dificulta la absorción de hierro (anemia en puerta). La carga de cafeína genera adicción y ansiedad. Como el gas carbónico. Si endulza con azúcar, en una sola lata suele incluir trece cucharaditas tamaño té. Si utiliza el jarabe de maíz transgénico de alta fructuosa (en EE. UU. el maíz de transgénesis es tan abundante como la soja en la Argentina) el veneno se multiplica. Si es light y es endulzada con aspartamo, la toxicidad es química y el daño va a parar el sistema nervioso.
Cada lata incluye unos 50 gramos de cafeína y 55 miligramos de sal. La cafeína impulsa a consumir más y la sal provoca más sed. A la vez, los altos componentes de azúcar son destinados a ocultar el sabor de la sal.
La Coca Cola, además de otras indecencias, es una de las grandes provocantes de obesidad en el mundo. Cada vaso burbujeante y negro aporta a nuestros niños (para cuya saciedad cola tenemos más dinero ahora que en 2003) entre 500 y 1000 calorías por vaso.
Lamentablemente las ganancias de la compañía para el tercer trimestre de 2014 apenas llegaron a los 2.100 millones de dólares sólo en Estados Unidos. Y no a los 2.400 millones del mismo período de 2013. Por eso hay que celebrar que los argentinos seamos los mayores consumidores de gas carbono, ácido fosfórico, azúcar y/o aspartamo, sal y cafeína. Para sostener el mito rojo (que no es la revolución bolchevique sino la gráfica legendaria de la Coca Cola) y a Santa Claus que al final de tanta ternura no es más que un infiltrado propagandístico del imperio. Y para que sea real aquel deseo de uno de los tantos presidentes de la compañía: “Surgirán roces y aflicciones (...) pueden surgir guerras. Podemos sobrevivir a ellas. Pueden desatarse revoluciones. Y nosotros subsistiremos. Los cuatro jinetes del Apocalipsis pueden cabalgar sobre la Tierra y volver y Coca-Cola seguirá existiendo”.
Todo va mejor.
Fuentes:
El doble discurso de la Coca Cola, Yesika Stekli.
Coca-Cola - La historia negra de las aguas negras - Gustavo Castro Soto - CIEPAC
Malcomidos, Soledad Barruti
Revista Forbes.
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