Por Carlos Del Frade
(APe).- Un año después del cobarde asesinato de David Moreira, el pibe muerto a patadas por medio centenar de vecinos, taxistas y automovilistas ocasionales que se bajaban a cumplir con su cuota de supuesta indignación y hartazgo por la inseguridad, el barrio Azcuénaga, zona oeste de Rosario, sigue con su vida más o menos normal.
El hecho, ocurrido el 22 de marzo de 2014, generó copias en otros lugares de la Argentina dándole cuerpo a la hipócrita y contradictoria frase “justicia por mano propia”, al mismo tiempo que en centenares de medios de comunicación llovían las opiniones intentando explicar aquel linchamiento que marcaba un fenomenal retroceso en la sociedad en su conjunto.
Era la más clara y contundente consecuencia de la pedagogía de la cobardía.
Tanto educar mostrando los efectos de la injusticia y la desigualdad, tanto exhibir los delincuentes de manos sucias y ocultar los verdaderos titiriteros de la realidad, los delincuentes de guante blanco, las grandes mayorías generalmente descargan su bronca contra los cercanos que, además, suelen ser más vulnerables e indefensos.
La desinformación es clasista y, por lo tanto, machista y adulta.
Genera el desquite contra las mujeres y los pibes de abajo.
Nunca la bronca o el cuestionamiento es hacia arriba, siempre hacia abajo.
Mujeres y pibes pobres serán las víctimas de la desinformación planificada, de la pedagogía de la cobardía.
Para el abogado de la familia de David Moreira, el reconocido militante por los derechos humanos, Norberto Olivares, “David, "el pibe de 18 años" no cabe, no está, no trasciende en este esquema, no cuenta en la selva de los "commodities", en las comarcas de la precariedad laboral, en los cementerios de la "tolerancia cero". "No tiene entidad", diría Videla. David personifica el sujeto de clase discordante con las pautas estéticas y culturales impuestas por la globalización neoliberal: los jóvenes trabajadores inmersos en las nuevas condiciones de la exclusión, la flexibilización y la precarización del trabajo. Sobre él y millones más pesa la sospecha social de emparentamiento con las adicciones y la delincuencia. Y la construcción de esta sospecha es el argumento legitimador para la impunidad de los crímenes del sistema”, sostiene en un artículo de opinión.
Agrega Olivares que “el Poder Judicial representa un instrumento vital y estratégico como beatificador de las tremendas desigualdades, injusticias e impunidades imperantes en nuestro sistema político. Representa esa "razón estatal" que otorga "legalidad" al orden de inmoralidades imperante. Por ello "hace justicia" exhibiendo una condena exprés contra el acompañante de David Moreira por el arrebato (robo simple) de una cartera, pero "niega justicia" sobre un homicidio de lesa desigualdad. Es en todo este devenir histórico concreto que se consolidó la opción del "pánico vecinalista". Una verdadera cruzada guerrerista contra los "delincuentes", mostrando rasgos patéticos y reaccionarios de una indiscutible limpieza de carácter clasista, racista, xenófoba”, apunta el abogado.
“Potenciar la fractura social, la "guerra entre pobres", el "exterminio horizontal", la "buchonería", la colaboración económica activa con la policía. Esa es la opción que el menú de un importante sector de clase media sugiere en base a la exaltación de las miserias humanas. El clima electoral se hace cargo de esta demanda linchadora. "Vamos a terminar con esta fiesta de las excarcelaciones y el cuento de los derechos de los chorros", ha expresado el precandidato a presidente Sergio Massa. No le van a zaga otros precandidatos "progres" exaltando las recetas de la "saturación policial" o aullando por el regreso de Gendarmería.
La espeluznante iconografía del cuerpo yaciente de David Moreira retrata una de las facetas de la crisis civilizatoria, multidimensional del capitalismo de época. La Rosario de los "comegatos" se colma con otras categorías identitarias: linchadores, soldaditos, sicarios, trapitos. ¿Podemos enfrentar y transformar esta crisis? La respuesta reside en la voluntad y el compromiso de resistir la cosificación imperante, de negarnos a que las vidrieras abarrotadas de mercancía nos transformen en sujetos cada vez más opacos.
Las pequeñas "dosis" de verdadera justicia son arrancadas cada vez que el pueblo movilizado, sin permisos ni audiencias, se transforma en sujeto real del derecho que posee y hace cesar la condición de la ley como "letra muerta"”, termina diciendo Norberto Olivares.
Un año después, sin embargo, los grandes medios de comunicación continúan con la desinformación, con el ocultamiento de los grandes responsables de la exclusión y la desigualdad y obligan a mirar siempre para un costado o para abajo. Enseñan a descargar furias en lo cercano y nunca hacia arriba. El sistema, por supuesto, descansa en paz. El barrio Azcuénaga, mayoritariamente integrado por gente laburante y buena, sigue con su historia. El caso de David, en cualquier momento, puede repetirse.
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