Hace 39 años comenzaba el mayor período de terror y muerte en la Argentina. Poco a poco se iba corriendo la voz. Y la resistencia empezaba a tomar cuerpo ante el furioso embate imperialista que fue acompañado por la burguesía organizada en el Grupo Azcuénaga. Pero las secuelas de esa etapa histórica aún continúan. Si ayer el genocidio se materializaba a través de los grupos de tareas, hoy podemos afirmar que se ha refinado y perfeccionado a través de estos 31 años de democracia.
La dictadura genocida tuvo la misión de sofocar cualquier intento de organización política y social destinada hacia el socialismo. Eso le había encomendado el poder económico para hacer tabla rasa con los derechos laborales y preparar el camino hacia el neoliberalismo de los ' 90, en la continuidad democrática de la mano menemista, delarruista, duhaldista y kirchnerista.
Pero también le era necesario desterrar una cultura solidaria que anidó en la sociedad argentina durante los ' 60 y que iba en ascenso durante los ' 70. Necesitaban fracturar esa comunión de valores para sustituírlos por los de la "cultura occidental y cristiana". Para ello contaban con la colaboración de la Iglesia que, salvo muy pocas excepciones que podemos encontrar en los curas militantes, supo encubrir y encauzar los pedidos de aparición con vida -incluyendo el asesoramiento a las Juntas Militares- como también predicar las normas y valores del "buen cristiano" acordes con las necesidades burguesas.
El imperialismo estaba de fiesta en fiesta. Primero, en 1971, con Juan María Bordaberry en Uruguay y luego, en 1973, con Augusto Pinochet Ugarte en Chile para finalizar la primera parte de su geopolítica golpista en la Argentina. Las burguesías locales afines saludaban estas verdaderas orgías del terror con solicitadas. No podemos dejar de recordar aquella que publicó la Sociedad Rural Argentina al año del golpe de los genocidas.
Impuesto el terror mediante secuestros y desapariciones, la obra debía continuar con la construcción de un marco económico y jurídico que permitiera perpetuar los condicionamientos al pueblo y a nuestro país. Los Convenios Colectivos de Trabajo firmados en 1975 fueron hechos añicos, se sancionaba la Ley de Entidades Financieras, la estructura impositiva pasaba del capital a los consumos y la tablita cambiaria junto a la puja con el billete verde pasaba a formar parte del paisaje económico provocando, con la promoción de los artículos y productos importados, el cierre de fábricas y el inicio de una etapa de creación de un verdadero ejército de reserva, de una desocupación que crecería a más del 30% en la década de los ' 90.
El genocidio pasado
No solamente se quebraron voluntades a fuerza de torturas y de muertes. También lo económico y social llevó al quiebre de muchas familias argentinas. Fue arrasada la militancia, de la noche a la mañana, para dar paso a la conformación de una sociedad clasista acorde con los mandatos imperialistas y las necesidades de la burguesía encarnadas en la Sociedad Rural y la Unión Industrial Argentina.
Dirigentes políticos y sindicales, docentes, estudiantes, militantes sociales y parte de sus familias fueron las víctimas de la dictadura cívico, militar y religiosa. No importó ni la edad ni el sexo, tampoco si tenían o no discapacidad. Podríamos decir que mataron a quienes, por si las moscas, eran capaces de organizar algún tipo de resistencia.
Contaron con la complicidad de dirigentes políticos del radicalismo y de la democracia cristiana. Intendencias de facto e intervenciones fueron los cargos destinados para ellos. Algunos lograron perdurar luego de la restauración democrática de 1983.
Pero el genocidio también fue económico. Se propició el cambio del aparato productivo, dando lugar a lo agropecuario y sentando las bases para los agronegocios junto con la especulación financiera y la expansión del sector de los servicios. La industria pasó a un segundo plano, para satisfacer aquellas necesidades que no podían ser cubiertas mediante los bienes importados.
La oligarquía se apropió del ingreso nacional a través de una baja salarial y de un incremento de la explotación a la clase trabajadora, como también gracias a una política fiscal e impositiva que le permitió eludir y evadir los impuestos junto a una progresiva transferencia hacia el consumo. Pero también lograron que el Estado se hiciera cargo de su deuda externa, con la estatización llevada a cabo por Cavallo en 1982.
El cierre de fábricas elevó la desocupación. La inexistencia de políticas sociales, sumados al arancelamiento de la salud pública en algunas jurisdicciones, como en la Ciudad de Buenos Aires, llevó a una paulatina muerte de enfermos crónicos y personas con discapacidad. Los bolsones de pobreza se iban acumulando en las periferias de las principales ciudades de la Argentina. Rápidamente los tractores fueron los protagonistas de la mayor reducción de los asentamientos y villas miseria. Pero en ellos hubo resistencia. Algunos pudieron quedarse allí o en sus inmediaciones.
La pobreza y la indigencia se multiplicaron. Los sectores que ya estaban excluídos del banquete sintieron aún más que estaban afuera del sistema. El capitalismo imperante desde la Revolución Libertadora había hecho su tarea, pero se profundizó durante la dictadura.
Víctimas y más víctimas se sumaron a los 30.000 compañeros detenidos - desaparecidos. Hoy se los llamaría "daños colaterales" en lenguaje neoliberal.
El genocidio democrático
El regreso a la democracia fue obligado. Los Estados Unidos habían cambiado de estrategia para la dominación. Desde la presidencia de Jimmy Carter prefirieron expandir su "democracia". La década de los ' 80 marcó el inicio de una restauración democrática y la Argentina no fue la excepción.
Pero la presión política y social luego de la guerra de Malvinas obligó a acelerar los tiempos en nuestro país. Otras víctimas, los jóvenes nacidos entre 1959 y 1963, muchos de ellos provenientes del interior, cayeron bajo las balas inglesas, el hambre y el frío en las islas. Más y más víctimas del pasado genocida.
Capitalismo y democracia son dos caras de una misma moneda. La década de los ' 90 demostró que el genocidio podía ser refinado y adaptado a las necesidades crecientes de la burguesía. La flexibilización laboral, la transferencia de escuelas a las provincias y el establecimiento de los sistemas de autogestión en materia sanitaria, junto a la privatización del sistema de la seguridad social, fueron las piedras angulares del genocidio democrático.
El menemismo, primero y después, el delarruismo, supieron interpretar los deseos de una burguesía cada vez más hambrienta. Hambre de poder y de dinero que pronto supo ser satisfecha, profundizando la desigualdad social y provocando un genocidio por goteo que subsiste aún hoy.
La crisis de 2001 pudo ser la oportunidad para revertir lo establecido por la oligarquía. La convertibilidad de Cavallo estalló en mil pedazos y la resistencia en manos del piqueterismo y de las asambleas barriales parecía imparable. Y buena parte de la clase mierda la acompañaba. Pronto se produciría el reciclaje de la clase política con el duhaldismo, que recomenzó con las prácticas clientelares. Los planes Jefes y Jefas de Hogar fueron el instrumento para acallar voces disidentes con el capital junto con las patotas destinadas a romper las asambleas en las plazas.
Nada cambiaría después con el kirchnerismo. La estructura económica y social establecida por Martínez de Hoz se perpetuaría. Apenas unos pocos cambios cosméticos permitieron aliviar a algunos sectores sociales postergados, pero no se implementaron soluciones de fondo a las problemáticas más agudas. La burguesia tuvo, y tiene, vía libre para sus ambiciones. La mejor prueba son los conflictos laborales desatados en los últimos tiempos con Gestamp, Emfer - Tatsa y Lear. Son las gotas del genocidio económico.
El sojalismo iniciado durante los ' 90 se expandió rápidamente. Antes, hace años, hablábamos de la patria financiera; ahora, debemos hablar de la patria sojera. La megaminería creció de la mano de la reforma del Código de Minería propiciado y patrocinado por el menemismo. Soja y megaminería provocarían, y provocan, otro genocidio: la de las muertes por cáncer y otras enfermedades, además de la adquisición de discapacidades para buena parte de la población en los territorios donde se asientan. Campesinos, pueblos originarios, pueblos enteros son azotados por las fumigaciones con el glifosato y el 2,4 D de Monsanto y Syngenta. De vez en cuando, conocemos las muertes de pibes y de familias enteras. Son las gotas del genocidio sojalista y megaminero.
Las personas con discapacidad tampoco se salvaron. Prestaciones que no se cumplen. Una creciente judicialización de la discapacidad asoma al horizonte. Obras Sociales que miran para otro lado. El Estado Nacional y los gobiernos provinciales también. No tienen trabajo ni vivienda. Menos aún, una educación formal, laboral o no formal que permita una plena inclusión. Hasta da risa, por no llorar, leer Incluir Salud, el nombre del ex Programa Federal de Salud (PROFE). Son las gotas del genocidio social y sanitario.
La pobreza y la indigencia se incrementaron a la par de los asentamientos en las periferias de capitales provinciales y de ciudades importantes del interior, además de la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano bonaerense. El narcotráfico fue apoderándose de ocupaciones de inmuebles, villas de emergencia y asentamientos precarios. La violencia aumentó. Las disputas entre bandas también. Y la policía cómplice continúa ejecutando pibes. Son las gotas del genocidio policial.
Las nuevas víctimas apenas aparecen. Solamente se conocen cuando los medios alternativos los dan a conocer y los medios comerciales les dan lugar, aunque escaso por cierto. Son gotas. Pero el genocidio continúa. Pobres, pibes, pueblos originarios y personas con discapacidad son los nuevos desaparecidos. Son entes, diría el extinto genocida Videla.
Genocidios. De ayer y de hoy. Impunidad. De ayer y de hoy. Otras formas pero el mismo exterminio. Ayer y hoy, la violencia estatal acompaña las necesidades del "capitalismo en serio". Pero el genocidio continúa...
El futuro
Mientras no se puedan articular los esfuerzos para construir una verdadera opción política destinada a oponerse a la derecha genocida, en mayor o menor medida, no se podrá terminar con el continuismo genocida.
Alejandro Parlante, candidato a gobernador de la provincia de Santa Fe por el Frente Cívico y Social, afirmaba "que sobra derecha en Santa Fe" en la entrevista que le realizara Andrés Sarlengo. Se quedó corto. Sobra derecha en la Argentina, ya sea neoconservadora o neoliberal. Y el desafío que tenemos por delante es esa construcción.
Sin dudas, será una nueva forma de resistencia la que nos permitirá intentar que los Salieris de Menem, como bien describió el compañero Alfredo Grande, no continúen con la obra macabra que alimenta la oligarquía y el poder económico ligado al imperialismo. Ella nos llevará a ese sueño inconcluso, el que tenían nuestros 30.000 compañeros detenidos - desaparecidos: la Argentina socialista.
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