Por Alfredo Grande
(APe).- Antonio Salieri ha pasado a la cruel inmortalidad de la cultura represora como un talentoso músico que sucumbe a la envidia que le produce la genialidad incomparable de Mozart. “Los salieris de Charly” es una canción del talentoso León Gieco en la cual reconoce con filosa ironía que todos le roban melodías al compositor de Inconsciente Colectivo.
La “electoralidad”, o sea, la cultura de las elecciones por etapas o de la elección permanente, parte de una premisa errónea que conduce a conclusiones absurdas. La premisa en cuestión es: “el origen es el destino”. O sea: si un gobierno fue elegido democráticamente, por voto universal, secreto y obligatorio, sin fraudes en el recuento de los votos (de los otros fraudes intenté dar cuenta en mi nota anterior), entonces ese origen democrático consolida un tránsito y un destino democrático. Si alguien piensa lo contrario, es decir, que el origen no es el destino, la profunda reflexión de alto contenido filosófico es: “andá a llorar al cuarto oscuro”. En eso estoy de acuerdo. Nada más oscuro que ese cuarto decorado con las boletas de partidos, alianzas, frentes, contrafrentes, con un tramposo diseño que hace pensar que es candidato quien no lo es, y otras delicias de la vida electoral.
Origen, tránsito, destino son los enigmas de la vida, incluso de la vida democrática. Y el mejor analizador de estos enigmas es el ex presidente Carlos Saúl Menem. Sin analizar su extensa obra de traición y gobierno, después de todo estuvo 10 años, entregó sonriente el bastón de mando (es un decir) a un sucesor que tenía la presidencia contada, y se dio el inmenso placer de triunfar por tercera vez en el post 2001. Record de records. Pero su mayor logro fue haber sido vituperado, execrado, vilipendidado por sus otroras socios políticos y comerciales. Asi paga el diablo y la diabla.
La maldita década del ' 90 fue sostenida tan a rajatabla como la convertibilidad. “El mejor presidente de la Argentina” fue escuchado de los mismos que luego tiraron su estatua al pantano. La formación reactiva es una reacción opuesta pero demasiado exagerada. El gerneroso que no es otra cosa que un amarrete contumaz. El kirchnerismo es una formación reactiva del menemismo. Necesita repudiar su propio origen, frotándose la piel para sacar toda huella de riojanez caduca. Por eso la ambivalencia suicida con Scioli.
El doble gobernador de la provincia de Buenos Aires y ex vicepresidente de Néstor Kirchner, tiene la marca del diablo en el cuerpo. La probeta que lo parió fue del laboratorio de la reconversión peronista liberal. Pacto Menem Bunge y Born, pacto Menem Alsogaray. Pactos perversos, ante el cual el pacto de Olivos me suena tierno. Al menos impidió la re-reelección. Menem es el eslabón, eslabón que lamentablemente no está perdido, que une lo más sagrado y lo más execrable. Lo divino y lo profano. La comedia y la tragedia.
En latín, sacer designa los extremos con la misma palabra. Scioli es el sacer de la política. Designa a los ' 90, tanto para exaltarlos como para repudiarlos. Un Macri, un Massa, un Randazzo, una Carrió, solo pueden sobreactuar el rol. Alucinar héroes, como bien me señalara Vicente Zito Lema en relación a Nisman, o inventarse leyendas extraordinarias de proezas nunca realizadas. Lo que he denominado “grotesco mágico”.
Scioli es el más perfecto Salieri de Menem. No el único, pero el que estuvo donde no tenía que estar, y el que desean que no esté donde tendría que estar. Con Scioli el kirchnerismo sólo puede aspirar a ser menemismo de derecha, justo castigo porque nunca decidió ser algo más que menemismo de izquierda. La tóxica cultura del mega consumo no fue desterrada, sino que se la considera el pilar de la economía. Inducir a endeudarse en 12 cuotas es una perversa forma de sostener la cultura del trabajo. El personaje del año es “Moscardelli”, un psicótico cuyo delirio es el dinero. La sugerencia es que para “curarse”, pruebe con “quiniela plus”. La década no se ganó: se rifó.
Decía alguna vez que en todo sistema injusto las dos constantes de ajuste son el azar y el delito. Hoy ambos dos ocupan la pole position en las preferencias de los argentinos, que por suerte somos un país con buena gente, de lo contrario no estaríamos condenados al éxito.
Hay una machacona insistencia en que se recuperó la política. De acuerdo. Pero conviene pensar en qué política se recuperó. El culto a la personalidad es obsceno. Tres vice presidentes de derecha no es poco. Diría que es bastante. La única garante del modelo es Cristina, dicho por los más consecuentes defensores del Gobierno Nacional. O sea que: se recuperó la política de los liderazgos mesiánicos. Únicos. Absolutos. La voz del amo engorda al ganado.
La formación reactiva contra ese liderazgo mesiánico son las PASO. Donde se juega la ilusión de elegir, algo así como el culto al libre albedrío democrático. Quizá una forma de intentar recuperarse del Filmus Titanic, al menos en la CABA. El Titanic Radical es un formato diferente. Si el peronismo es una cruzada, el radicalismo es una mascarada. La Juventud Radical Revolucionaria, que luchó contra la Triple A, ha sido nuevamente barrida por la omnisciente y omnipotente Coordinadora. Seguirlo a Macri es la muerte política, ya que es evidente que el destino degolló al origen. Me ofrezco como médico a firmar el certificado de defunción.
Macri es menemismo de derecha, dos banderas que un radicalismo fiel a su origen no puede avalar. Pero las demás opciones en la convención también eran derecha. El 70% del electorado votará a las diferentes formas de la derecha. Las minorías del privilegio son votadas por las mayorías. Siniestra paradoja que me hace pensar que la década fue ganada, pero para nuestros enemigos de clase.
El Gran Acuerdo Nacional que el General Lanusse explicaba como un partido que jugábamos todos (en esa época el “y todas” no existía) tiene su tardía reivindicación. El Gran Acuerdo de la Derecha Nacional que se permite hasta el minué de bailar con tres candidatos. Los tres salieris de Menem. Creo que necesito un grupo de autoayuda.
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