Por Nechi Dorado
La Asamblea General de las Naciones Unidas, adoptó el 20 de junio como Día Mundial del Refugiado.
En Argentina se conmemora el Día de la Bandera en recordatorio al día del fallecimiento de su creador, Manuel Belgrano y coincide este año, con el “Día del Padre” que se celebra siempre el tercer domingo de junio.
Fecha simbólica que puede ensamblarse o no dentro de lo estrictamente comercial, argumentando -y no sin razón- que la última es de esas fechas que el capitalismo supo instalar para incentivar el negocio del consumo. Personalmente prefiero visualizarlo como un día un poquito diferente en el que se recuerda especialmente a quienes dejaron huellas indelebles en nuestras vidas, más allá de que no hiciera falta fecha precisa y mucho menos, regalos.
Volviendo al recordatorio del primer párrafo diríamos que en este mundo unipolar -por ahora y aunque se van haciendo varias contorsiones interesantes para que no exista más hegemonía- el Día del Refugiado tiene una fortísima raíz con connotaciones de inhumanidad.
Es refugiado o intenta serlo alguien que necesita salvar su vida, alguien que es perseguid@, hostigad@, en principio un / a estigmatizad@. Una persona en riesgo de muerte.
Si bien hay en el mundo más de 45 millones de refugiados, Colombia, país hermano para quienes pretendemos fortalecer los lazos fraternales ahí donde la sangre poco tenga que ver para declarar la hermandad; ocupa el octavo lugar con personas que han debido emigrar forzadamente.
No es un dato menor y de verdad debería preocupar ya que siempre -y siguiendo los informes de la ONU- el factor principal que obliga a l@s colombian@s a alejarse de su tierra es huir de la guerra.
Una guerra fratricida donde el Estado sembró la semilla logrando que germine y haciendo todo lo posible para que no concluya, porque es más que evidente que a las altas esferas del poder la situación bélica favorece demasiado. No hay guerra si existe justicia social, si existe independencia y soberanía, si se permite el paso firme de la dignidad y esto ténganlo en cuenta más de un desmemoriado.
Ocupa ese triste lugar siguiendo a Afganistán, Somalia, Irak, Siria y Sudán. Según la misma fuente que hoy reprodujo Colombia Informa, cada minuto hay ocho personas que debieron refugiarse para escapar de la guerra, la persecución, la muerte.
Desplazamiento interno, otra forma de “refugio”
No es posible hablar de refugiad@s sin tener en cuenta el desplazamiento interno, las estadísticas indican que en Colombia son de un 12 por ciento, porque se cuentan por millares las personas que deben dejar sus cimientos de manera forzada. La violencia política expulsa, arrasa, desmiembra tanto como las motosierras paramilitares que actúan como Guardia Pretoriana del Terrorismo de Estado, de los latifundistas, de los grandes poderes económicos enemigos históricos de los pueblos y que ponen en funcionamiento cuando el pedacito de tierra que sirve de cobijo y sustento al campesino, es visto como fuente de ingresos descomunales que irán a parar a las manos de pocos.
En el caso de desplazamiento interno, el informe de la ONU de 2014 da fe de que el número de desplazados colombianos supera los seis millones de personas, ubicando a Colombia en el segundo lugar mundialmente hablando.
Balas, intereses monetarios, de poder, fines estratégicos, todo vale y tienen un denominador común: la guerra, que a su vez posee la particularidad de expulsar hasta los sueños.
Todo es válido para desterrar colombianos, ya sea obligándolos a cambiar de zona, de barrio, de ciudad, de municipio, de país; lo principal es que los espacios donde se posa el ojo de los interesados queden libres de obstáculos. Y en Colombia los pobres, los indígenas, los luchadores políticos y sociales, son el principal escollo a la vista de los codiciosos.
Por lo dicho, por lo sentido, por la vergüenza ajena que me produce conocer la situación de un país hermano donde tantas y tantos compañeros dejaron sus sueños enredados en las matas de café, es que digo que “cada país tiene sus fechas. Que cada día es el mismo aunque a veces pueda ser tan diferente…”
De todos modos sabemos por habérnoslo demostrado la historia de los pueblos, que no existe la guerra infinita. Colombia, los Diálogos que se desarrollan entre gobierno y guerrilla en la ciudad de La Habana, pueden dejar a la vista que es viable la sentencia.
Claro, sin omitir una triste realidad: un cese al fuego nunca puede ser declarado “unilateralmente”…
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