Por Alberto Pinzón Sánchez
El “comunicador social” Ricardo Galán, cuya larga carrera en la conformación del “oligopolio mediático contrainsurgente” (OMCi) lo ha convertido en uno de los más importantes e influyentes “spin doctors” de la clase dominante colombiana, ha descrito en su última columna on-line de la revista Semana, el desconcierto que debe estar imperando en los sórdidos entretelones del Poder de Colombia, a raíz de las últimas escaladas del conflicto armado.
El columnista, después de priorizar la conocida ficción ideológica de que Santos representa a “todo el pueblo colombiano” (“El desafío de las FARC no es contra el gobierno de Juan Manuel Santos, es contra todos los colombianos”) pasa a describir la incertidumbre del no saber qué hacer para abandonarse con la ineptitud de un “amen” a los hechos militares cumplidos, que los colombianos conocemos muy bien con la imagen del “corcho en un remolino”. Escribe así:
(……)… “Aceptar el cese el fuego bilateral significa entregarles una zona de confort de la que no van a querer salir. No sólo porque podrán seguir enriqueciéndose e intercambiando droga por armas y pertrechos por si acaso, sino porque desde allí ejercería un poder muy parecido al cogobierno. Parase de la mesa no parece ser una opción porque, como bien lo recordó el Presidente Juan Manuel Santos, el país aceptó negociar en medio de las balas y no resulta coherente romper el proceso de paz ante una ola terrorista por cruda, insensata, salvaje y desproporcionada que nos pueda parecer.
¿Qué camino coger? Confieso que me ha sorprendido la incapacidad de nuestras fuerzas militares y de policía para reaccionar ante las últimas salvajadas de las FARC. Las veo desinformadas, lentas, inseguras, desorientadas. Cómo si no entendieran cual es el momento y cuál es su papel. La explicación podría estar en la falta de Jefe... Y entonces, ¿qué hacer? Aguantar… El gobierno, dijo el Señor Presidente, ni se para de la mesa, ni cederá al cese el fuego bilateral. Las Fuerzas Militares tienen la orden de contraatacar. Amén”(…..)
Versión de a la cual se le pueden “acotar” varias cosas
1 - Es una grave irresponsabilidad histórica y política, seguir persistiendo contra las enseñanzas de la experiencia y de la historia, de manera torpe y obstinada en la vieja idea oligárquica del siglo XIX, que tanto daño nos ha causado y con la cual se desarrollaron las llamadas 9 guerras civiles; de que los problemas políticos y sociales en Colombia tiene una “solución militar”. Creer que contando muertos y cadáveres en bolsas negras (de guerrilleros y claro también de soldados y de “colaterales”) va a llevar a una solución de la espantosa problemática social, económica y política que vive Colombia desde hace más de siete décadas, cuando la vida y los hechos han demostrado lo contrario: Que el conflicto social y armado colombiano no tiene solución militar sino política. ¿Cuántos muertos más (eso sí, de colombianos pobres) costará aceptar esta verdad confirmada por los hechos reales?
2 - Que precisamente por tratarse de una imprescindible solución política, es necesario que el “jefe militar” reclamado con ansiedad y urgencia por el comunicador Galán, sea mejor un jefe político. Y aunque su liderazgo está en cuestión disputado por su rival Uribe Vélez, nadie mejor que el presidente Santos, quien está revestido por la ficción de legalidad y legitimidad por el aparato electoral oficial de Colombia y por la Comunidad Internacional.
Es a él a quien le corresponde tomar las decisiones políticas necesarias para avanzar en la mesa de La Habana de donde no se piensa levantar para avanzar hacia la finalización de la confrontación, por ejemplo, en dos temas esenciales, la justicia bilateral pactada y la Constituyente.
3 - Porque de lo contrario, con esa posición ambigua y típica del liberalismo dominante de “dejar hacer y dejar pasar”, lo que se está llevando es la descomposición y podredumbre del régimen (el remolino) a la mesa de La Habana (el corcho) para que se detenga y no fluya. Se corrompa. Se acabe.
4 - Y finalmente entender que la solución al conflicto colombiano es una situación socio-histórica y geo-estratégica única, irrepetible e incomparable, en donde consejeros salvadoreños como Villalobos, el guanaco asesino del poeta Roque Dalton, o guatemaltecos, o nicaragüenses, o sudafricanos, etc., o de cualquier otro país donde se hayan realizado otros procesos de solución política de conflictos sociales y armados, en otros contextos socio históricos y dinámicas geopolíticas, con otras contradicciones, y de donde se extrajo el concepto diletante y poco sostenible del post-conflicto, tiene muy poco que decir frente a lo nuevo, dinámico, contradictorio y cambiante del conflicto colombiano.
Que no es, ni debe ser, ni tiene porqué ser, una fatalidad lo dicho por Villalobos (asesor de la inteligencia militar británica, parte interesada en el conflicto colombiano) de que la finalización de un conflicto es muy sangrienta. En Colombia puede no serlo, si como lo ha dicho la dirigencia de las FARC, “se dejan de lado las desavenencias” y las dos partes avanzan rápidamente en los dos puntos esenciales antes mencionados de la Justicia bilateral pactada y la Constituyente. Se supera la abulia e indecisión presidencial, se reconstruye la confianza entre las partes y se avanza vigorosamente hacia el final del conflicto como fue lo pactado. Después vendrán, si se quiere seguir en la moda post, el post-acuerdo y las nuevas condiciones para dar el salto cualitativo esperado por tantos años. Entonces, ni siquiera entonces se podrá decir Amén.
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