Por Yira Castro
La guerra es un monstruo incontrolable que impone sus dinámicas, por eso hay que pararla.
Fueron cuatro los militares muertos en Teorama -Norte de Santander-, cuando el helicóptero que los desembarcaba aterrizó justo en un campo minado por la insurgencia. Es elevado el número de militares, policías, guerrilleros y civiles muertos en diversas circunstancias a causa de los enfrentamientos entre las Fuerzas Militares y las FARC, desde cuando el Gobierno optó por la estrategia de desarrollar los diálogos en medio de la más cruda arremetida contrainsurgente y antipopular.
Sin lugar a duda, este nuevo hecho de guerra servirá de elemento para que medios de comunicación y muchas lenguas de fuego se destapen a hablar de la crisis del proceso, de la confianza minada; incluso, agentes del mismo Gobierno con su lenguaje bélico y doble discurso empezarán a sembrar dudas, escepticismo y confusión, sin plantear salidas sensatas para finalizar este desangre.
Mientras esto ocurre, en el campo de batalla hombres y mujeres mueren diariamente, todos hijos del pueblo, unos como luchadores por la paz con justicia social; otros, defendiento el patrimonio de quienes imponen y se lucran de la guerra, sin que la pérdida de tantas vidas les despierta la más mínima sensibilidad.
Por eso la gran mayoría de compatriotas dicen: “No más derramamiento de sangre”, y exigen incesantemente a las partes pactar un cese bilateral de fuegos y hostilidades que ambiente el desenvolvimiento de los diálogos. No puede el Presidente Santos hablar en el exterior de estar dispuesto a pactar la paz, mientras en el país hace la guerra contra el pueblo.
De ahí que es hora de pasar de la retórica a la acción de la paz. Los colombianos y colombianas se lo merecen; y un Gobierno que ganó las elecciones con un mandato de paz, no puede una vez más asesinar los anhelos de reconciliación de las mayorías.
Porque ni el Gobierno, ni el empresariado, ni la mismas Fuerzas Militares valoraron el gesto unilateral de las FARC - EP de cesar el fuego y las hostilidades de manera indefinida. Confundieron la firme determinación de desescalamiento del conflicto con un signo de debilidad de la insurgencia, de acorralamiento; quisieron asfixiar a una guerrilla que estaba acuartelada en sus campamentos, desarmando sus espíritus, preparándose para la paz; discutiendo entre sus tropas los acuerdos parciales logrados, es decir, haciendo pedagogía de paz.
Aún así, seguimos con el convencimiento de que hay que continuar generando hechos de paz que comprometan a ambas partes, como el reciente acuerdo de conformar la Comisión de esclarecimiento de la Verdad, y el acuerdo de Descontaminación que inició su ejecución. Avances contundentes dentro de este proceso.
De igual modo, debe definirse cuanto antes el acuerdo sobre el punto Víctimas, tomando como base los principios rectores para la discusión del tema y los elementos aportados por la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas.
En definitiva, si el Gobierno de verdad quiere la paz, no puede continuar desarrollando en medio de la confrontación militar un proceso que ha avanzado en aspectos tan trascendentales, como el de La Habana. Pues la guerra es un monstruo incontrolable que impone sus dinámicas.
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