Por Gabriel Ángel
La medianoche del jueves 21 de mayo fue bombardeada una unidad del Cuarto Frente de las FARC - EP en la vereda Panamá, zona rural del municipio de Segovia, en Antioquia. El reporte de los mandos guerrilleros indica que murieron por obra de las bombas ocho camaradas, y que otros dos fueron capturados por las tropas que desembarcaron inmediatamente en el lugar.
La operación tenía como objetivo principal a los comandantes Jairo y Balmore, curtidos mandos guerrilleros con muchos años de experiencia en la región del Magdalena Medio. Valga anotar que los dos lograron salir ilesos del sorpresivo ataque. Aparte de las vidas de los guerrilleros despedazados mientras dormían, y de la libertad de los que resultaron presos, se perdieron armas, equipos, computadores, radios de comunicación y otros elementos.
Un golpe doloroso, sin duda, pese a que el enemigo vio frustrados sus propósitos fundamentales. Todo un caso para analizar, hasta en sus mínimos pormenores. Hay sin embargo en el asunto dos detalles interesantes, que mueven a pensar en la calidad moral y humana del Ejército al que las FARC combatimos, y al que tanto nos presentan como los héroes de la patria.
En el campamento bombardeado se encontraba detenida desde hacía algo más de dos meses, una muchacha de 20 años que se identificó como Silvia Helena Montoya Palacios. Se trataba de una mujer a la que se había dado ingreso a filas, y a quien le fue encontrado, dentro del bolso que llevaba, un pequeño aparato emisor de señales de localización, de esos que se conocen sencillamente como chip. La luz azul que despedía el pequeño adminículo facilitó su descubrimiento.
La definición de su futuro se encontraba pendiente. El chip que portaba revelaba sus intenciones, nada santas, pero la curiosa versión que suministró a quienes la interrogaron, ameritaba una confirmación. Y quizás un manejo distinto a la rigurosa aplicación de los reglamentos de régimen disciplinario. Podía pensarse en su liberación y entrega, acompañada de la denuncia respectiva.
Declaró que efectivamente residía en Segovia, que su padre era un sargento del Ejército, que ella tenía tres años de estar al servicio de la misma institución, adscrita al batallón Bomboná, donde recibía un salario mensual de un millón setecientos mil pesos. Según su dicho, el chip le había sido entregado por su propio padre, en el momento de despacharla a la misión, que consistía, básicamente, en la confirmación de una serie de datos de la zona a la que había sido enviada.
No cabía duda de que se trataba de una agente de la inteligencia militar, enviada a infiltrarse en las filas guerrilleras. Lamentablemente, cada que se intentó ampliar el interrogatorio, su reacción fue de furia. Afirmaba de modo categórico que no diría una palabra más, y que podían matarla de una vez, si querían. En tales circunstancias su caso se hallaba en estado de investigación.
Como dato adicional, la guerrillera que estaba de guardia de la detenida durante la noche del bombardeo, asegura que una hora antes del hecho escuchó con claridad ruidos cercanos, como de gente que se movía entre la maleza. Ella comunicó esa novedad al relevante. La muchacha detenida dormía con unas esposas puestas en sus manos. Está comprobado que murió por efecto del bombardeo. Lo llamativo es que la tropa haya guardado un silencio absoluto al respecto. Normalmente hubiera armado un gran escándalo. Una mujer, encadenada y demás, qué oportunidad. ¿Por qué esta vez no? ¿Era mejor embolatar el asunto?
El otro hecho que atrae la atención, es que al clarear la mañana, los encargados de la operación condujeron a los guerrilleros capturados a identificar a los muertos entre los cuerpos encontrados. Había un tercero cumpliendo la misma tarea, alguien a quien ninguno de ellos conocía. Un tipo que vestía prendas militares y buscaba con afán entre los cadáveres a los mandos que perseguían. Los militares lo reñían porque no aparecían los mandos de su interés entre los muertos. Por lo descrito, debía tratarse de algún desertor o informante pago.
En horas de la tarde se hicieron presentes los funcionarios de la Fiscalía y el CTI, a objeto de cumplir con las respectivas diligencias. En su presencia, los guerrilleros detenidos fueron compelidos de nuevo a identificar los cuerpos de sus compañeros abatidos. Al hacerlo, llamó su atención que a los cadáveres reconocidos durante la mañana, se añadía entonces otro. El del personaje que vestía prendas militares y que intentaba identificar a los comandantes guerrilleros entre los muertos, el regañado. ¿Le cobraron con su vida el fracaso de la operación?
Si sorprender al filo de la media noche a una unidad guerrillera que duerme en medio de la montaña, para soltarles encima desde veloces aviones toneladas de bombas, no puede calificarse propiamente como una acción valerosa y heroica, ¿qué puede pensarse de ese desprecio por la suerte y la vida de seres humanos a quienes se utiliza y desecha como colillas de cigarrillos?
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