Por Alfredo Grande
(APe).- En los dorados sesenta se estrenó una serie televisiva cuando el blanco y negro y la televisión con antena no permitían anticipar el color, la alta definición, y la estafa del cable. Heredaba un comic (historieta) de los ' 40. Una familia de locos lindos, absolutamente bizarros, y también definitivamente queribles. Una familia anormal rescatando en un código siniestro lo maravilloso de crear vínculos originales. Por eso generaba fascinación. Cuando lo siniestro se vive como maravilloso estamos ante dos umbrales. Un umbral es el del arte. El otro umbral es el de la crueldad.
La locura de los Adams era amarse de una manera opuesta a los mandatos del amor familiar. Familia loca pero no psicótica. Los Adams eran locos en tanto subvertían el orden burgués del pater familia, de los hijos predecibles, de las esposas cautivas. Pero los dorados sesenta fueron diezmados a fuego y a sida. La profecía del amor libre enseñaba que era necesario hacer el amor y desertar de la guerra. Esa profecía fracasó. Fue arrasada. El sida fue el castigo divino por pretender liberar al amor de sus cadenas sacramentales. Y los castigos siguieron y para nuestra América se llamó plan cóndor.
Pero también cada familia fue castigada por un plan condorito, que consistió en dinamitar los vínculos deseantes para dar paso a los vínculos necesarios. La pobreza, la miseria, la incertidumbre, los subsidios de emergencia como permanentes, el estado como el mayor dador de empleo, han logrado que la familia no crea en la familia. La gran educadora no es la televisión. Es la publicidad.
La decadencia es tal que la propuesta adictiva para niños y adultos es yogurísimo. Y el enemigo es Pachorra. Con ese alucinatorio social es muy difícil, yo creo que es imposible, construir y sostener subjetividad militante y rebelde. Ahora bien, es decir, ahora mal. Aceptar que la familia, siempre sagrada, ha sido arrasada, que no es posible volver a un lugar donde nada queda, es insoportable. Especialmente porque nada vino a cambio. Se fue la novia, apenas nos dejó una foto y nos quedamos solos. Peor: hemos sido abandonados.
Insistir con volver a la familia tradicional, los almuerzos domingueros, los rituales generacionales, como decía “el contra”, no va a andar. Como siempre, la cultura represora deplora los efectos, pero nada quiere saber de las causas. En esta cultura los Campanelli son más locos que los Adams. Pero locos maníacos, mentirosos, hipócritas, conservadores, tradicionalistas. O sea: sostenedores de la cultura represora. Y han preparado por acción o por omisión el pasaje de los locos a los crueles.
El hogar ya no es dulce, ni siquiera amargo, simplemente es tóxico. El hogar se ha convertido en una trampa, en un lugar de detención y tortura para mujeres, niñas y niños. El hogar es el más perfecto camouflaje para sostener centros clandestinos bendecidos por la moralina pacata e hipócrita. No hay que llegar al mediocre cinismo de un Grassi que pretende convencernos de cómo son felices los niños. Hay demasiados Grassi pero está preso uno solo. Y sólo por ahora. No tengo el dato si ya está excomulgado. Pero Grassi es una caricatura, un grotesco mágico, una aberración monstruosa de la matrix represora.
El espanto es cuando la más alta jerarquía de la Iglesia de Roma nos sermonea: "los métodos de castigo a los chicos cambiaron porque hay otra sensibilidad", señaló que "en aquella época te daban dos cachetazos y listo". "Siempre digo: 'Nunca le den un cachetazo en la cara a un chico porque la cara es sagrada, pero dos o tres palmadas en el traste no vienen mal".
Varias conclusiones. Para el Papa la cara es sagrada. Las nalgas no. ¿Homofobia latente o manifiesta? ¿No vienen mal para quién? ¿Para el azotado o para el azotador? Freud señala: “placer para un sistema, displacer para otro” O sea: nunca hay que perder la perspectiva clasista. Dos cachetazos y listo. ¿Listo para qué? Para entrar como soldaditos de barro en la marcha militar de los niños y niñas sin niñez.
Ahora bien, lamento, ahora mal. ¿Si nadie reacciona cuando la más alta jerarquía de una Iglesia dice tamaño disparate, cómo se puede condenar los más lejanos efectos sin combatir estas causas? Ya escucho la salmodia: no es lo mismo unos chirlos que asesinar a un niño con trompadas que le hacen estallar el hígado. Obvio. Pero eso es lo grave.
Todo el cuerpo, toda la mente, todos los vínculos son sagrados o profanos, o ambas cosas. Pero deberían ser intocables por la mano y la manopla del poder. Y esto es el huevo de muchas serpientes.
El ámbito que santifica los cachetazos, las palmadas, es el hogar, refugio de la familia occidental y cristiana. No podemos sostener “ni una menos” y tolerar que a niñas y niños se los pueda manosear, hambrear, maltratar, torturar, violar… y seguro que muchos piensan que “no viene mal”.
La pedofilia también se autojustifica diciendo, como algunos obispos, “los niños disfrutan”. Hemos pasado de los locos Adams a los crueles Adams. La crueldad es la planificación sistemática del sufrimiento. Y para eso el ámbito privilegiado es el hogar familiar.
Por eso tenemos que pensar en pasar, en lo conceptual y en lo político, de la familia a la familiaridad. De los lazos de sangre a los vínculos por afinidad. Como nos enseñó Alberto Morlachetti: “con ternura venceremos”. Pero solamente creando ámbitos, organizaciones, teorías, prácticas, donde el ascendiente reemplace a la autoridad. La asimetría a la jerarquía. Y la caricia y el abrazo al cachetazo y a la palmada.
El Papa no escuchó ni leyó a Morlachetti. Voy a pedirle una entrevista para llevarle sus libros y sus textos. ¿Me dará la entrevista? Como dicen algunos psicoanalistas: ¿a usted qué le parece?.
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