Por Marco León Calarcá
La Mesa de Conversaciones en La Habana debe derrotar poderosos enemigos, salvar grandes obstáculos y consensuar las diferencias para llegar a un Acuerdo Final, para eso trabaja y avanza con dificultad pero con firmeza. Sin embargo el gobierno colombiano y el empresariado ya convirtieron la Paz en un negocio y ofrecen sus bondades a las transnacionales.
Vender la Paz ahora, como lo están haciendo y sin ningún pudor, es ni más ni menos, “ensillar sin tener la bestia”, dice la sabiduría popular.
En las ahora tan de moda rondas de negocios, brindan todas las garantías para la inversión extranjera, prioritariamente en la producción energética y la megamineria, es la llamada reprimarización económica promotora del extractivismo. En esas vueltas, vendiendo la paz, andan el presidente Juan Manuel Santos; el vicepresidente y Ministro de Vivienda, Germán Vargas Lleras; el Ministro de Hacienda Pública, Mauricio Cárdenas, el empresariado, hasta Frank Pearl integrante del equipo de diálogo del gobierno.
Los que siempre lo han tenido todo hablan de salir de compras, en el caso colombiano salen de ventas, a feriar las riquezas nacionales que son patrimonio de todos y todas. No se trata de un ataque a ultranza, radical y descontextualizado a la inversión extranjera, es preocupación legítima por la necesaria racionalidad y sustentabilidad de la explotación de los recursos naturales, también la reiteración de la soberanía como principio indeclinable.
En la insaciable búsqueda de ganancias el neoliberalismo desconoce el dolor de patria, pues nada sabe de soberanía.
Empresarios y gobierno privilegian el negocio y la ganancia individual por encima de todo, para eso servirá la paz según su óptica, en cambio, las organizaciones populares, la guerrilla entre ellas, consideran la necesaria democracia y la justicia social como los logros de la Paz. Se reflejan así las dos concepciones enfrentadas.
Las transnacionales que operan en el país reportan multimillonarias ganancias solo superadas por las obtenidas por el sector financiero, se habla sin pudor de la estabilidad y crecimiento económico del país, pero no se dice que es en las cifras de la macroeconomía para nada reflejadas en la cotidianidad de hombres y mujeres de Colombia. Hasta el Fondo Monetario Internacional reconoció los riesgos del supuesto auge exportador, sin corresponderse con la producción, característico del extractivismo.
Uno de los argumentos usados para endulzar oídos y convencer chequeras para invertir en Colombia es que nada va a cambiar con el diálogo, entonces ¿para qué el proceso? ¿No se trata de buscar acuerdos para sentar las bases de solución de las causas económicas, políticas, sociales y culturales del conflicto?
Es irreal la idea de una economía funcionando de acuerdo a la voluntad y el subjetivismo.
Además, Colombia atractiva para la inversión extranjera con la paz como ingrediente central tiene como objetivo proteger a las transnacionales de los necesarios incrementos en los impuestos y descargar, como siempre, el peso de la tributación entre los sectores menos favorecidos.
Nota: Ni fue, ni es, ni será propósito nuestro afectar a la población civil, al pueblo del cual somos hijos, al cual pertenecemos y nos debemos. ¡ Lo demás es desinformación, es pura y física… carreta !
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