Por Silvana Melo
(APe).- Probablemente no sepan qué es. Ni el pibe que deja los pañuelos tissue en los parabrisas en la 9 de Julio. Ni la doña que, con pechera fluo, barre la calle en La Plata. Ni el peón de albañil que se tuesta en pleno enero la piel marrón apilando bloques para las paredes de otro. Ni el contratado basura (degradado a desecho laboral) que va y viene, tres bondis y dos subte mediante, con las carpetas del diputado, con los expedientes del senador o con los zapatos del ministro. No tienen idea, acaso, de qué es el cambio en un sistema que nunca cambia. El capitalismo brutal (si no es brutal no es capitalismo) suele ser coqueto y travestirse. Le encanta, cada cuatro, cada ocho, cada doce años, sentarse frente al espejo y pintarse la fachada. Delineador en las cámaras de vigilancia, rimel en sus paritarias techadas, rubor en la libertad (que suele avergonzarlo), cicatricure en las marcas de los derechos adquiridos. Se viste de mujer si estaba hombre. Y viceversa.
En enero, dicen, el país suele clavarse en stand by. O estornuda los virus de diciembre. El calor en pleno cemento descuelga la conciencia a veces. Otras confina a miles, decenas de miles, a la falta de luz y de agua. Como en un retroceso fatal a los principios del siglo XX. Pero con una avanzada tecnológica que es capaz de entrar a la heladera desde el celular en el supermercado. Como en Japón. Acá no más, en el milenio del whats app. Pero este diciembre introdujo el eufemismo del cambio como llave mágica. Como abracadabra del placer después de la tortura.
Aunque ni el pibe ni la doña ni el peón de albañil sepan que la policía (la federal, la bonaerense, la metropolitana, la local), el servicio penitenciario y la gendarmería serán las mismas con quien llegue al gobierno formal, toque la campana todas las mañanas y decida a quién deben apuntar las postas de goma, los gases y el agua pintada de los camiones hidrantes. Las mismas, unidas a la política por complicidad, negocios, transa, pactos de convivencia, vistas gordas y justicia flaca.
Para eso el fallo del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad le devolvió a la federal las facultades para ejercer el olfato (¿?) policial y detener en la calle para exigir documentos a todo aquel a quien considere sospechoso. Eventual delincuente en potencia o en cuasi ejercicio por cara, color, gorra, piercing, sexo o presunto origen. Que es por ahí donde se suele oler feo.
Sin ángeles ni inocentes. Sin gobernadora de gesto ingenuo y mirada pétrea, sin diputada justiciera con casa abierta a delincuente ad hoc, sin ex jefe de gabinete con pasado frondoso, amistades escalofriantes y convertido en inexplicable dirigente de culto.
Los tres condenados a perpetua que se fueron naturalmente de una cárcel de máxima seguridad en la Provincia fueron moneda de cambio pero, a la vez, bandera de los poderes intocados como fenomenal advertencia. El poder de fuego que necesita el nuevo locatario de la Casa Rosada estará a disposición siempre y cuando. Es decir, con todas las condiciones exigidas. Que el poder político cumplirá, porque hoy es más peligrosa para la política la calle ocupada por los chicos de los malabares, los 17 mil cesanteados en todo el país, pasibles de despido sin causa ni aviso a partir de las contrataciones precarias creadas y masivizadas por los locatarios anteriores.
Como en La Plata, cuando el pejota Pablo Bruera (2008) cesanteó a los miles de precarizados del también pejota Alak. Y ahora el pro Garro le cesantea los propios. Cuatro mil quinientos en la calle. No todos ñoquis. Menos haraganes. Trabajadores que se quedaron en la calle en pleno enero, para comenzar un año sombrío. Rehenes de las venganzas políticas y de los contratos basura que nadie abolió desde el menemismo. 17 mil en el país, peligrosos porque se quedaron en la calle. Y están en la calle.
Por eso cuidan, los nuevos, su poder de fuego. Porque mucho más peligrosa es la gente en la calle que las mafias propietarias de las fuerzas de seguridad, desde la dictadura en adelante. Mucho más peligrosos son los barrios de los márgenes, obesos y en período de engorde, que las bandas que regentean niños para la transa o para el robo en sociedad con la policía.
El cambio cambia una cara falaz. Pero no transforma. Cambia camisa por blusa. Pero el torso es el mismo.
El cambio inflará la pobreza, no la creará. Pondrá a producir a pleno las fábricas de descarte social. Pero sus persianas nunca se habían bajado.
Enero, dicen los economistas que piensan en código de barras y no en personas, dejará un 5% de inflación. 2016 superará largamente el 40%. El ministro de Economía, que regresó la sinceridad brutal al ministerio, advirtió que los trabajadores tienen que pensar si van a “arriesgar salario a cambio de empleo”. Está claro que no habrá clemencia para los desheredados del sistema. Ni pretores fláccidos a la hora de dejar en claro dónde está la razón. Ya lo saben los que no cobran desde hace tres meses en Cresta Roja y los expulsados por ñoquis sin comprobar quién lo era y quién no en la municipalidad de La Plata o en el Senado Nacional, por poner un par de ejemplos. Habrá palos en la calle. Palos disciplinadores. Como el desempleo es disciplinador e instrumento de control social en el mismo paquete que la policía, el hambre y el trabajo precarizado. Con la palanca de los medios aduladores, esta vez casi sin fisuras en un discurso único y de abierta veneración sistémica y gerencial.
La doña que recogía la basura en la calle de La Plata -ya cesanteada- sabe que ella no puede evadir impuestos. Porque paga el 21 por ciento en la leche y el pan cotidianos. Y el contrato nunca superó el mínimo no imponible de Ganancias. Eso por lo que tanto ruido hacían los sindicatos que le pasaban por al lado y no la registraban. Como si fuera invisible. ¿O lo era?
El peón de albañil que se ampolla la espalda con el sol de las tres de la tarde no sabe lo que vale la nafta porque no anda en auto. Desconoce que el barril de petróleo se desploma en todo el mundo, pero por estas tierras la Infinia de YPF cuesta entre 17 y 18 pesos. Demasiado le cuesta sobrevivir como para pensar en Vaca Muerta, Chevron y los gerentes que manejan el país como un holding cuyo directorio se reúne en el piso 20 del poder real. De ahí para abajo, poco se ve.
El culebrón de la noche sigue siendo los tres prófugos, atrapados en minidosis, buscados extrañamente por todas las fuerzas del país y no encontrados hasta ahora, cuando ya las cuerdas apretaban demasiado el cuello institucional y el aguante se tornaba aventurado. Los tres obreros mostrables por la criminalidad organizada, que aprieta pero no acaba de asfixiar porque prefiere a la política viva, en conveniencia y convivencia. Un sainete atractivo, con los condimentos de una novela turca o una costumbrista colombiana.
Mientras, en la realidad, pasan las cosas que suceden en la realidad. Aburridas, grises. Como la pobreza o las hambres nocturnas. La cesantía de los sueños previstos y el des trabajo. Y un sabor raro en el fondo del futuro. Como amargo, como vencido.
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