Por Néstor García Iturbe
El día 17 de diciembre del pasado año escribí un artículo sobre las elecciones en Estados Unidos donde hice referencia a las expresiones de Donald Trump, cuando planteó que no dejaría a los musulmanes que entraran como inmigrantes a Estados Unidos.
Lo dicho por Trump fue criticado por muchos, que señalaron el sentimiento discriminatorio que eso representa e inclusive, algunos hasta lo calificaron de fascista.
En nuestro artículo planteamos que, con ese pronunciamiento, Trump había reflejado ser un fiel exponente de las tradiciones estadounidenses. Para confirmar esto, hicimos referencia a la Ley de Exclusión de los Chinos, promulgada en 1882, la cual desató en Estados Unidos la represión indiscriminada contra personas de ese origen, un buen numero de las cuales fueron asesinadas. Ahora ampliaremos nuestro análisis.
Un día después del ataque a Pearl Harbor, el 8 de diciembre de 1941, además de la declaración de guerra del Presidente Franklin Delano Roosevelt en el Senado, se decretaron los Edictos Presidenciales 2525 - 2527, cuya función consistía en segregar del resto de la población estadounidense a los habitantes cuyo origen coincidiera con los países del Eje. Estas fueron las palabras del Presidente Roosevelt: “Todos los ciudadanos, moradores o sujetos de Japón, Alemania e Italia mayores de 14 años que estén en Estados Unidos y no posean la nacionalidad, podrán ser apresados, retenidos, encerrados o expulsados como extranjeros enemigos”. Está claro que esto no lo dijo Donald Trump.
El 19 de febrero de 1942, Roosevelt, presidente demócrata, firmó la Orden Ejecutiva Nº 9066 que autorizó el Departamento de Guerra a crear campos de concentración en una región militar, donde se internarían personas de origen japonés, independientemente de que éstas hubieran nacido en Estados Unidos y fueran ciudadanos estadounidenses. Se calcula que el 70 por ciento de los japoneses eran nacidos en tierra estadounidense y un 30 por ciento eran sus padres, que emigraron desde Japón, la mayoría antes de 1925.
Cuando la Orden Ejecutiva fue apelada ante la Corte Suprema de Estados Unidos, por constituir una violación de los derechos humanos y de la 14 enmienda de la Constitución estadounidense, al dar un trato desigual a las personas por razones étnicas, incluso en tiempo de guerra, la máxima instancia judicial rechazó la apelación.
El encierro en los campos de concentración era una orden militar, que se ejecutó por el Ejercito de Estados Unidos, sin tener prueba alguna de que la persona que lo sufría era culpable de delito alguno. Acorde a las leyes estadounidenses no era considerado crimen que un civil se negara a cumplir una orden militar.
Antes de realizar la concentración de estas personas, sus casas fueron objeto de registro por parte del FBI y otras autoridades locales, a pesar de no haberse emitido la orden judicial correspondiente. Las autoridades esperaban que estos registros les permitieran encontrar armas, cámaras fotográficas y otros medios propios de la actividad de espionaje que, en caso alguno, fueron encontrados.
El Secretario del Departamento de Guerra, Henry Stimson propuso una ley que condenaba a todo civil que se negase a cumplir una orden militar en una región militar. El 9 de marzo de 1942 la ley fue aprobada por el Congreso, con un voto en contra. El día 21 del propio mes, Roosevelt firmó la ley que complementaba su Orden Ejecutiva. El encierro forzoso de los japoneses tenía luz verde.
En estos campos de concentración se internaron 120.000 personas de origen japonés. Estas instalaciones contaban con medidas de extrema seguridad, las cercas que las rodeaban, de dos metros de altura, eran fabricadas con alambre de púas, vigilados por guardias militares armados con ametralladoras situadas en las torretas del campo, similar a las utilizadas contra los soldados alemanes en Europa. Estas instalaciones estaban ubicadas en lugares aislados, distantes de los centros urbanos. La mayoría de los que intentaron fugarse de esos campos de concentración encontraron la muerte.
Las instalaciones comenzaron a funcionar en marzo de 1942, las mismas estaban ubicadas en Manzanar y Tule Lake, California; Poston y Gila River, Arizona; Granada, Colorado; Heart Mountain, Wyoming; Minidoka, Idaho; Topaz, Utah; Rohwer y Jerome, Arkansas.
El traslado para esos campos era forzoso, los japoneses eran obligados a vender la tierra que poseían, sus casas y negocios, para lo cual tenían un plazo de ocho días. Esto benefició a muchos estadounidenses que pagaron precios muy bajos por lo que compraban. Los ahorros y demás dinero en cuentas bancarias fueron confiscados por el gobierno, al ser considerados “propiedad enemiga”. Se estima que la confiscación ascendió a unos 400 millones de dólares. Después de la guerra, el gobierno estadounidense solamente devolvió a sus propietarios 40 millones de dólares.
Los que decidieron no vender sus propiedades, al terminar la guerra conocieron que sus trabajadores habían vendido la tierra, que sus casas habían sido invadidas o expropiadas por el estado por no haber pagado los impuestos. Los que guardaron sus muebles y otras posesiones en almacenes encontraron que las mismas habían sido vandalizadas y robadas.
Terminado el plazo de ocho días para resolver sus problemas personales, los japoneses fueron conducidos en trenes y autobuses a lugares de recepción, para después enviarlos a los campos de concentración, todo esto bajo la vigilancia de guardias armados. Al llegar a los campos de concentración, cada persona recibía una placa con un número grabado, las que eran utilizadas para identificarse y realizar su vida en el lugar, como en cualquier otra prisión.
La evacuación, establecida teóricamente contra saboteadores y espías, alcanzó a toda persona de origen japonés, incluyó a bebés huérfanos, niños adoptados y ancianos e impedidos. Los niños mestizos, también eran internados. El coronel Karl Bendetsen, que dirigía la operación, declaró: “Si tiene una sola gota de sangre japonesa, irá a los campos de concentración. Esa es mi determinación”.
Las condiciones de vida en el lugar y las restricciones que sufrían en los campos de concentración podían calificarse de inhumanas. Por lo regular, tres generaciones de una misma familia vivían en una habitación de 6 x 7 metros. Algunas veces eran dos o tres familias distintas las que se alojaban en la misma habitación. Una bombilla era el único mobiliario que recibían, el resto era aquel que los internados pudieron construirse. En algunos campos de concentración, las familias fueron enviadas a establos recién “reconvertidos”, donde el hedor se volvía insoportable en verano.
Los barracones estaban cubiertos por cartón alquitranado, que poco los protegía de las bajas temperaturas invernales. Ninguna penitenciaria del Estado trataría así a un penado adulto y allí había niños y recién nacidos. Llegar a las letrinas, situadas en el centro del campo, significaba dejar las chozas y caminar bajo la nieve y la lluvia. Una vez más el tratamiento era peor que en cualquier cárcel estadounidense.
En ocasiones los japoneses eran golpeados brutalmente sin razón alguna. En el Campo de Lago Thule, los guardianes tenían la costumbre de golpear a los detenidos con bates de base-ball. Cuando los japoneses del campo californiano de Manzanar se manifestaron contra las condiciones de vida, los soldados les arrojaron granadas de humo y a continuación abrieron fuego. Un internado murió en el acto y otro más tarde. Otros nueve fueron gravemente heridos. Hubo japoneses que, desesperados, se suicidaron. Otros murieron a causa de las paupérrimas condiciones de vida a las que fueron sometidos.
Todo el correo era censurado, así como las comunicaciones internas. El idioma japonés estaba prohibido en reuniones públicas y los servicios religiosos fueron suprimidos.
Los prisioneros estaban obligados a saludar la bandera de Estados Unidos, cantar canciones patrióticas y a declarar su lealtad a la nación estadounidense, “una e indivisible, con libertad y justicia para todos.” Una verdadera ironía.
La fobia antijaponesa no se limitó solamente al territorio oficial de Estados Unidos. Se amplió a sus colonias en América, lo que implicó que algunas de estas crearan sus propios programas de internamiento, o enviaran sus ciudadanos de origen japonés a los campos de concentración estadounidenses, uno de los cuales se estableció en la Zona del Canal de Panamá.
Fueron trasladados a Estados Unidos 23.000 japoneses que vivían en la costa oeste de Canadá, los cuales en su mayoría eran ciudadanos canadienses. Además de estos, se enviaron a dichos campos otras 2.264 personas de Perú, Bolivia, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Puerto Rico, Nicaragua, Panamá y Venezuela. La mayoría de estas personas eran descendientes de japonés y nunca habían estado en Japón.
En la primavera de 1944, el Departamento de Guerra recomendó al presidente Roosevelt la disolución de los campos de concentración, lo que fue aplazado debió a que ese año Roosevelt buscaba la reelección. En la primera reunión de gabinete después de la reelección de Roosevelt, se decidió liberar a todos los internados que habían demostrado ser leales. Esa decisión tardó un año en llevarse a cabo completamente. A la salida de los campos de concentración, cada uno de los que habían estado internado recibieron un boleto de tren y 25 dólares.
Las personas de origen japonés que procedían de Canadá no pudieron regresar a la Columbia Británica hasta marzo de 1949. La guerra había terminado tras y medio años antes de que esto ocurriera.
Después de conocer lo sucedido a los chinos en 1882 y a los japoneses en 1942, fecha más reciente, pudiéramos pensar que las palabras de Trump encierran cierta simpatía por los musulmanes, los que no quiere ver sometidos a este tipo de tratamiento, que los asesinen, los golpeen, les confisquen sus ahorros, o que ellos y sus familias sean encerrados en campos de concentración como si fueran criminales, tal y como sucedió durante la administración del presidente demócrata, Franklyn Delano Roosevelt.
De ahí, que consideramos aceptable calificar al republicano Trump, de comedido y humano. Cómo pueden ver existe una gran diferencia entre demócratas y republicanos.
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