Por Marcelo Colussi
Corea del Norte acaba de realizar una prueba con armamento nuclear. Buena parte del mundo reaccionó airado ante esta desafiante demostración y condenó del modo más categórico el experimento realizado.
Por nuestra parte abrimos también una enérgica y terminante condena. Pero no ante las pruebas realizadas recientemente por este país, sino por la hipocresía en juego.
¿Por qué se condena a ese país ahora? ¿Y quiénes lo condenan exactamente? La condena sale del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Es decir, de los únicos países (¡ los únicos !) que tienen derecho a veto sobre los otros (¿dónde está la tan cacareada democracia?). Son esos países, casualmente, los que constituyen las principales potencias nucleares del mundo: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. Y de entre ellos, quien protesta más enérgicamente es nada más y nada menos que Estados Unidos, la principal potencia bélica del mundo.
Nadie quiere la guerra, en eso estamos de acuerdo. Pero… ¿será cierto? Porque estos cinco países son los principales productores de armas del planeta, no solo de las letales bombas atómicas. De hecho, con su política, Estados Unidos concentra, él solo, la mitad de todos los gastos militares del mundo. Y su economía depende en un 25% de la industria bélica: es decir que 1 de cada 4 estadounidenses vive de la guerra, de la industria que se mueve en torno a ella. ¿Será cierto que no quieren la guerra?
Por supuesto que la energía nuclear es peligrosa. Sus aplicaciones pacíficas son muy cuestionadas, por los accidentes que ya se han provocado en varias ocasiones, siempre con consecuencias terroríficas. Pero en su aplicación a la guerra son algo a todas luces monstruoso. Más aún: si se liberara todo el potencial atómico que concentran estas potencias, se destruiría en su totalidad el planeta, dañándose seriamente Marte y Júpiter, exterminándose toda forma de vida en nuestro mundo. Por lo que, por supuesto, es de esperarse que prime la racionalidad y jamás se llegue a un enfrentamiento con armas atómicas. Ello significaría, lisa y llanamente, la extinción de toda forma de vida en la Tierra.
Pero lo curioso, o más bien indignante, es que quien más alza la voz para protestar por las recientes pruebas nucleares de un país soberano como Corea del Norte es el principal detentador de cabezas nucleares, promotor y actor, directa o indirectamente, de todas las guerras del siglo XX y de las que van en el presente siglo XXI.
¿Cómo es esto: hay armas atómicas “buenas” y “malas”? ¿Por qué las que posee Washington “defenderían la libertad y la democracia” en el mundo, que mientras las de Pyongyang serían un atentado contra la paz mundial? No se entiende bien eso.
No hay que olvidar nunca que de todos los países que poseen poder militar nuclear (y de Estados Unidos no se sabe con exactitud cuántos ingenios bélicos posee, porque esos son secretos muy bien guardados, pero se supone que no menos de 5.000, cada uno de ellos con 20 veces más potencia que los utilizados en las ciudades japonesas al final de la Segunda Guerra Mundial), de esos países el único que se atrevió a usarlo contra población civil no combatiente fue Estados Unidos.
Se nos invita a indignarnos por la prueba con una bomba de hidrógeno realizada por Corea del Norte, pero nunca se habla de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. La prueba de Pyongyang, cuestionable seguramente como atentado al medio ambiente, no cegó vidas humanas. Las de Japón, innecesariamente utilizadas en términos militares, puesto que la suerte del país asiático ya estaba echada cuando se lanzaron en 1945, causaron cerca de medio millón de muertes instantáneas, más muertes y secuelas abominables después de varias décadas. Al día de hoy, 60 años después, aún siguen naciendo niños con malformaciones producto de la radiación nuclear. Lo increíble es que jamás Estados Unidos recibió castigo por eso, y mucho menos una repulsa pública obligada, como ahora se quiere hacer con Norcorea. Por el contrario, su acción se presenta casi como heroica, porque con eso se habría afianzado la paz global. De ahí a las actuales “guerras preventivas”, un paso: ataco antes que me ataquen.
¿La paz se defiende con bombas atómicas? Parece que, al menos para algunos, la fórmula del Imperio Romano sigue vigente: “si quieres la paz prepárate para la guerra”. No hay dudas que la historia la siguen escribiendo los que ganan. ¿Se podrá empezar a escribirla de otra manera?
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