De la tierra sin mal (APE) Por Claudia Rafael (APe).- Hubo un tiempo en que no se vivía como ahora. No había jabón ni sal y vivíamos muy bien. Antes éramos muchos a...

De la tierra sin mal (APE)

Sin maldad

Claudia Rafael

Por Claudia Rafael

(APe).- Hubo un tiempo en que no se vivía como ahora. No había jabón ni sal y vivíamos muy bien. Antes éramos muchos alrededor del opy (1). Hubo un tiempo en el que los seres eran inmortales y la vida transcurría plácidamente, la subsistencia estaba asegurada y no había padecimientos, escribe la antropóloga Marilyn Cebolla. Anabela Morínigo no vivió ese tiempo de paraísos y tibios soles para la cultura milenaria mbya guaraní. Con sus cuatro meses hace apenas unos días murió -por las consecuencias de la desnutrición- sobre una ambulancia, cuando la trasladaban desde el hospital de Jardín América hasta el de Pediatría en Posadas. Anabela y su mamá, Isabel, vivían en la aldea Tekoa Porá.

En aquellos días que Anabela no vivió, los mbya persistían en la invisibilidad a los ojos del mundo occidental que de cerca los rodeaba. Que los iba acorralando con las plantaciones, con las topadoras, con la incomprensión, con la deforestación. Los “bárbaros del Nuevo Mundo” -decía el sacerdote católico Juan Ginés de Sepúlveda en los inicios del siglo XVI- eran “siervos por naturaleza”. Y, por lo tanto, había que domesticarlos con la biblia en la mano. Y extirparles de raíz la identidad y su tekoa, su modo de ser guaraní.

El diario El Territorio, de Misiones, publica que ya desde hace tiempo, en Posadas, “los precarios campamentos con muchas criaturas pueden verse en las plazoletas de las cuatro avenidas y en el paseo Vicario cerca del puente internacional. Los impulsa a dejar la aldea la necesidad de juntar dinero con la venta de artesanías y, además, aprovechan para atenderse en el hospital. Son comunes los cuadros gripales o alérgicos entre los chicos y las afecciones de la piel”.

Las instituciones suelen poner la mirada en los efectos y nunca en el origen. “En la ciudad hay leyes que impiden hacer campamentos en las plazas y que no pueden tener a los niños bajo el sol y trabajando en la calle (…) “A partir de ahora se va a sancionar a los adultos que vengan con niños para hacerlos trabajar”, dijo el secretario del Concejo de Caciques, Santiago Escobar.

“La cultura y el arte se consumieron en esta hoguera del ' descubrimiento ' ”, escribió Alberto Morlachetti en "Que cien años fue ayer". En una fogata atizada para hacer cenizas aquel principio de ausencia de la propiedad privada. Donde el Otro era un igual con el que disfrutar de la vida y de los frutos de la tierra. Donde el hambre era una invención inimaginable. Donde las anabelas crecían bajo el cobijo de los lekajas (2).

Donde era la comunidad la que cuidaba a sus semillas. Porque la tierra roja paría avachi (maíz), cho´o (carne), ei porá (miel), hyakua (calabaza). Y Ñamandú era el dios protector de todo mal.

No sólo fue la viruela, la gripe o el sarampión las que fueron minando a los pueblos del origen. En la hoguera occidental, fueron ardiendo identidades y sueños. Y fueron emergiendo, de la mano de Aña (antagonista de Ñamandú), la perversidad de un sistema que devora. Un informe de estudiantes secundarios y universitarios de la etnia mbya publicó un año atrás que el alcohol y drogas como el paco van consumiendo –con altos índices- a muchos adolescentes de su comunidad.

Son los pacientes métodos del sistema capitalista. Que va arrasando con los territorios. Que va sembrando de sangre y metal. Que va imponiendo plantaciones y fumigando las utopías hasta vencer los cuerpos y derrotar las culturas. Que va germinando con un hilo de violencias desde la civilización que todo lo puede hasta devorar definitivamente las semillas de la ternura. Y destrozar la belleza de la equidad.

NOTAS:

(1) Casa de las plegarias.

(2) Ancianos.

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