Por Víctor Angel Fernández
Hace unos meses, escribía en este mismo espacio un trabajo que tomaba como base, cierto viejo refrán muy utilizado en Cuba, en el cual se expresa la posibilidad de hacer cualquier tipo de juegos con la cadena, pero tener mucho cuidado y, si es posible, evitar el más mínimo de los roces con el mono.
No hay que hacer muchas explicaciones para que se comprenda el significado de esta condensación de sabiduría popular, pero la retomo porque en estos días parece haberle sucedido algo de ese tenor, al ofrecedor de consejos y señor Presidente de los Estados Unidos.
Es fácil venir a Cuba, mostrar su versión facial más feliz, reírse con el humorista cubano más posicionado de la actualidad, comer en un restaurante y, pararse a ofrecer recetas de negocios para ingenuos, en una excursión de pesca donde desde el anzuelo hasta el extremo de la vara, sin olvidar la carnada, estaba pensada hasta la última coma, en el mejor estilo de guión cinematográfico hollywoodense.
Después siguió a Argentina y fue un poco más complicado aparecerse con sus llamados al olvido. Se vió saltando de la hospitalidad cubana que nos ha caracterizado, por encima del ser chistoso que siempre nos endilgan, hacia unos suramericanos que no iban a permitir que, en días tan memorables, viniera el representante del estado promotor del Plan Cóndor a pedirles borrón y cuenta nueva.
Luego, el señor Presidente dejó pasar unos días y cansado de jugar con la cadena, se creyó en condiciones de retozar con el animal.
Primero acusó de free riders a los estados del golfo arábigo - pérsico, algo así como una especie de banda que se aprovecha de los recursos y también de los esfuerzos de otros. Eso era un tema delicado, pero como no citó nombres, algunos lo dejaron pasar. Sinj embargo, a continuación expresó que “los sauditas deben acostumbrarse a compartir Medio Oriente con Irán” y ahí mismo explotó la cafetera.
Se olvidó, además que el entorno estaba complicado, pues una de las tantas cosas que se debaten en el Congreso norteamericano, era nada más y nada menos, que una propuesta permitiendo a los ciudadanos estadounidenses demandar a Arabia Saudita por los sucesos del 11 de septiembre, pues de ese país era la nacionalidad de los implicados en los ataques.
Siguiendo con las facilidades de nuestro cotidiano hablar: Se armó la gorda.
No pasó mucho tiempo para recibir respuesta saudita: Amenaza de vender tres cuartos de billón de dólares en activos estadounidenses en manos de ese país medio oriental, sumadas a protestas por el mote que enfurece y humilla. Sin olvidar que enseguida salieron los recuerdos por la “debilidad” de Estados Unidos ante el gobierno sirio y así, la reacción en cadena, además de la picazón por el acuerdo nuclear con Irán. La mesa estaba servida.
Conclusión, un rápido viaje del Air Force One a Riad.
Plan de viaje: Control de daños.
Inicio: Recepción por alguien de menor categoría en la monarquía saudí, en relación con la alcurnia del visitante.
Luego obviamente las conversaciones y una capacidad extrema que tiene la prensa para olvidar rápidamente los temas complejos para los poderosos, y al final fueron felices y comieron perdices. No hubo consejos públicos, ni risitas prefabricadas y mucho menos paseo familiar. El juego era al duro y los dueños de los petrodólares demostraron una vez más que no se andan con chiquiticas cuando alguien osa depositar los zapatos sobre sus monárquicos pies.
Esas son las reglas del juego y ni siquiera el Presidente del país más poderoso del mundo puede incumplirlas, so pena de recibir tarjeta amarilla.
(Progreso Semanal)
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