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Por Manuel E. Yepe
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La carrera electoral, que apenas comienza en Estados Unidos, pasará a la historia de esa nación como escenario singular de candidaturas extremas, dentro de la restringida oferta política que caracteriza estos procesos, en el país que se autoproclama campeón de la democracia en el planeta.
Quien primero alarmó al presentar sus cartas como aspirante a la candidatura por el partido republicano fue el multimillonario Donald Trump, con un imponente respaldo espontáneo de las filas de esa formación política a un programa de corte fascista defendido con mañas casi populistas.
Trump dejó atrás, en los primeros de meses de campaña, a las más destacadas figuras aspirantes del partido republicano, entre las cuales estaban el ex gobernador de la Florida Jeb Bush -hijo y hermano de presidentes de Estados Unidos-, y varios senadores, gobernadores y figuras prominentes de la política y las finanzas.
Sólo el fenómeno de Donald Trump y la evidencia de los graves peligros que derivarían para Estados Unidos de la presidencia de un personaje tan tremebundo (cuya ascensión es considerada posible a partir de las de otros “prohombres” no menos temibles llegados a la Casa Blanca como Richard Nixon, Ronald Reagan y George W. Bush, Jr.) ha sido capaz de encubrir la trascendencia del ascenso de las posibilidades del candidato demócrata Bernie Sanders.
Surgido en las barriadas pobres del Bronx neoyorquino, Bernie Sanders, ha venido a ofrecer a los estadounidenses nada menos que una invitación a que lo acompañen en una revolución política que frene a la clase multimillonaria poseedora de todas las riquezas.
Sanders se convirtió así, de pronto, en el único político estadounidense que propugna un cambio real, tanto en política nacional como extranjera desde la posguerra fría y se presentó con un lenguaje inusitado que, pese a provenir de un político veterano de 74 años de edad -el más viejo de todos los precandidatos-, se convirtió en la voz de los jóvenes en estas elecciones.
El hecho de que el discurso de un anciano atraiga fuertemente a los jóvenes, es garantía de que no se trata de la forma de su mensaje sino, definidamente, de su contenido.
Sanders ofrece nada menos que poner fin a casi cuatro décadas de políticas neoliberales aplicadas por ambos partidos, dentro del país que encabeza el capitalismo en el mundo.
Promete un cambio de la relación de su país con Puerto Rico y con toda América Latina, lo que implica poner fin a toda forma de intromisión en los asuntos internos de sus vecinos, al apoyo a las dictaduras y a tantas desapariciones y torturas de luchadores por el cambio que se hicieron extremas durante la Operación Cóndor que concertó acciones entre las cúpulas de los regímenes dictatoriales de Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Ecuador, con coordinación general de Estados Unidos, en las décadas de 1970 y 1980.
Esta coordinación general consistió -según documentos oficiales- en “el seguimiento, vigilancia, detención, interrogatorios con tortura, traslados entre países y desaparición o muerte de personas” consideradas por dichos regímenes como “subversivas del orden instaurado o contrarias al pensamiento político o ideológico opuesto, o no compatible con el gobierno de los Estados Unidos y por tanto con las dictaduras militares de la región”.
Sanders condena por su nombre la avaricia de Wall Street, la corrupción del sistema electoral y político, y el robo del futuro de los jóvenes y de los trabajadores estadounidenses.
Su mensaje ha despertado el recuerdo de gloriosas luchas por la igualdad, por los derechos civiles, por los derechos laborales y de los inmigrantes.
Sanders ha sido ignorado o atacado por los grandes medios corporativos, por los expertos y por la cúpula del propio partido que lo patrocina, pero casi siempre ha dejado atónitos a los grandes medios corporativos y a los contrincantes que han presagiado su debacle, manteniéndose como una opción real desde que lanzó su campaña el pasado año hasta el día de hoy.
A quien haya conocido las características de la casi nula politización del estadounidense medio como resultado de la intensa presión que ejerce el “establishment” en ese terreno, le resulta una extraordinaria sorpresa que, con una plataforma como la que ofrece Bernie Sanders, un aspirante a figurar como candidato a la Casa Blanca, pueda llegar más allá de los primeros debates internos del partido que lo patrocine, cualquiera de los dos partidos que pujan por llegar a la presidencia cada cuatro años en un país tan dominado por Wall Street y el complejo militar.
Sorprende que, donde la población hasta hace tan poco temía a la palabra socialista, el apoyo a Sanders haya llegado a tanto.
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