Mujeres confort: Las esclavas sexuales del Ejército Japonés
Por Ilka Oliva Corado
“La violencia sexual en los conflictos debe considerarse como el crimen de guerra que es; ya no puede considerarse como un daño colateral desafortunado de las guerras”.
Zainab Hawa Bangura, Representante Especial de las Naciones Unidas sobre la violencia sexual en los conflictos. (2012)
Las violaciones masivas de mujeres alemanas por parte del Ejército soviético -entre cien mil y un millón de mujeres pudieron ser víctimas de abusos sexuales- y “las mujeres confort” esclavas sexuales al servicio del Ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, son dos ejemplos claros de la violencia contra la mujer en contextos bélicos. Entre ochenta mil y doscientas mil mujeres; en su mayoría, coreanas, sufrieron violencia sexual en burdeles para militares japoneses. Estos lugares fueron establecidos para levantar la moral de las tropas y evitar las violaciones sexuales descontroladas en territorios ocupados por el Ejército. En este contexto miles de mujeres fueron violadas por las tropas.
Una de las víctimas de la dictadura chilena declara en su testimonio que en 1975, estando con 7 meses de embarazo fue detenida y llevada a Villa Grimaldi donde permaneció durante tres meses, ahí fue torturada y perdió a su hijo debido a los golpes. También fue abusada sexualmente y en sus propias palabras relata lo que deja el estigma de una violación en una mujer: “La agresión sexual no es una tortura más. Porque… cómo te marca el resto de tu vida, el resto de tus relaciones, el resto de tu sexualidad, de tu afectividad… Y desde dónde se hace. No se hace desde simplemente la búsqueda de la información, se hace desde otra parte, otra tribuna, que es el tema del machismo, del ejercicio del poder sobre la mujer.” Durante la dictadura chilena, más de tres mil mujeres sufrieron tortura y violencia sexual por parte de agentes del Estado.
Como lo dice la Iniciativa de las Naciones Unidas contra la Violencia Sexual en los Conflictos Armados: “La inmensa mayoría de las víctimas de las guerras de nuestros días son civiles, principalmente mujeres y niños. Las mujeres en particular pueden enfrentar formas devastadoras de violencia sexual, que se aplican a veces sistemáticamente para lograr objetivos militares o políticos”.
En Ruanda, entre cien mil y doscientas cincuenta mil mujeres fueron violadas durante tres meses de genocidio en 1994. Organismos internacionales estiman que sesenta mil mujeres fueron violadas durante la guerra civil en Sierra Leona (1991- 2002); más de cuarenta mil, en Liberia (1989 - 2003); unas sesenta mil, en la ex Yugoslavia (1992 - 1995) y por lo menos, doscientas mil en la República Democrática del Congo (1998).
Como lo indica la Iniciativa de las Naciones Unidas: “Las violaciones cometidas durante la guerra suelen tener la intención de aterrorizar a la población, causar rupturas en las familias, destruir a las comunidades y, en algunos casos, cambiar la composición étnica de la siguiente generación. A veces se utiliza también para infectar deliberadamente a las mujeres por VIH o causar la infecundidad entre las mujeres de la comunidad que se pretende destruir".
Un testimonio descarnado de las violaciones que sufrieron las mujeres alemanas por parte del Ejército Rojo, es el libro de la periodista Marta Hillers que, cuando se publicó por primera vez en 1953, se hizo como anónimo. Es una memoria, un tipo de diario, una biografía en el que la autora fue escribiendo en cuadernos y hojas sueltas y con la urgencia de las circunstancias lo vivido en un edificio en ruinas, donde ella junto a otras mujeres sufrieron innumerables violaciones sexuales.
El documental “La guerra contra las mujeres” trata sobre la violación de mujeres y niñas como arma de guerra, en donde 11 mujeres de tres continentes cuentan sus testimonios y también de la pasividad de la comunidad internacional antes esta vejación inhumana. Fue rodado durante tres años en diez países de África, Europa y América. Afirma Joan Sandler, ex Directora del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer, que este brutal tipo de violencia desintegra a la sociedad que la padece, que implanta el miedo, aniquila generaciones y destruye la dignidad de la mujer.
La psicóloga congoleña Celine Kamwanya trabaja con mujeres que fueron objeto de agresión sexual y torturas en el conflicto bélico entre Congo y Ruanda. Más de doscientas mil fueron violadas en forma extremadamente violenta. Relata la psicóloga que cuando una niña o una mujer ha sido objeto de violencia sexual, piensa que su vida ha terminado y lamenta no haber muerto en el acto. La República Democrática del Congo hoy en día es el país del mundo donde más violaciones se registran, 48 cada hora.
La Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra ha documentado más de veinticinco mil fichas de mujeres violadas en Bosnia.
En Guatemala, en estos días se lleva a cabo el juicio por el caso Sepur Zarco, 30 años después del delito. Son juzgados dos militares, tan solo dos de tantos que viven a sus anchas en la impunidad de un sistema corrupto en una sociedad tan machista y patriarcal como la guatemalteca. ¿Qué decir de quienes son culpables de genocidio y caminan libres a plena luz del día?
Un ex teniente y un comisionada militar (de menor rango comparados con quienes dieron la orden de tortura, violaciones y genocidio desde la silla presidencial) son los acusados de dirigir y organizar el destacamento militar Sepur Zarco que se utilizó durante el Conflicto Armado Interno como centro de tortura y esclavitud sexual de casi 20 mujeres q' eqchíes por miembros del Ejército de Guatemala.
Son 11 mujeres indígenas las que han denunciado a las fuerzas militares por delitos de guerra como la violación, esclavitud sexual y doméstica. Son mujeres que, hoy en día, tienen entre 70 y 80 años. Escuchar los testimonios desgarradores de lo que vivieron estas mujeres en manos de militares es por demás desconcertante. Quienes sirvieron de diversión a los mismos torturadores de sus familiares. Muchas de estas mujeres fueron obligadas a abortar, sufrieron hemorragias a causa de las agresiones sexuales y las torturas.
Es la primera vez que en el mundo se realiza un juicio por crímenes de lesa humanidad en una corte nacional y no internacional. Son admirables estas mujeres que se han atrevido a denunciar ante el mundo las vejaciones de las que fueron objeto, cada testimonio, cada palabra, cada lágrima derramada por estas mujeres nos debe doler a todos como humanidad. Este juicio viene como bofetada a toda Latinoamérica, y a Guatemala en particular, nos viene a evidenciar una vez más que sí hubo genocidio por más que lo nieguen los detractores. Por más que se empeñe este sistema impune en negarlo y borrarlo de la memoria histórica. Por más que los entachudados y togados sentados a sus anchas en las poltronas hagan de la justicia un títere.
La verdad está ahí, en la voz de estas mujeres que han tenido la valentía que les han querido arrebatar durante décadas. Este juicio, tal como el de genocidio que enfrentó Ríos Montt, (declarado culpable a todas luces y lo sabe el mundo), de nuevo nos encara como sociedad, revela nuestro clasismo, nuestra indolencia, nuestro racismo. Ha pasado desapercibido para la sociedad en general. Y son varias las razones pero principalmente se debe a esa soberbia nuestra de carecer de identidad, memoria histórica, de conciencia social, de dignidad y de humanidad.
Pero es mucho pedir a una sociedad que tiene al país podrido, por su clasismo, racismo y discriminación. A una sociedad que votó por la continuidad de la impunidad. Tengo una sola pregunta: ¿en dónde está la voz rugiente de los estudiantes san carlistas apoyando este juicio? Porque preguntarle a las masas amorfas que salieron a manifestar por corrupción es gastar pólvora en sanates. Conmemoran el Holocausto pero niegan el genocidio. ¡ Habráse visto !
Nos conmueven las violaciones sexuales que vivieron mujeres en otras guerras y en otros tiempos, pero cuando se trata de Latinoamérica y específicamente, en nuestros países ni nos inmutamos. ¿Hasta cuándo seguiremos con esa indolencia que solapa toda impunidad y no nos deja sanar heridas?
Bebé, César tiene que morir.
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