Por Laura Taffetani
“En la sociedad actual hay tres esclavos: el proletario, la mujer, el niño. Al primero lo esclaviza el capital; a la segunda, el hombre; al tercero, ¡ todo el mundo !”.
Julio Barcos
(APe).- El 18 de enero pasado, los militantes de organizaciones sociales que estaban acampando en la Plaza Belgrano de la ciudad de San Salvador de Jujuy recibieron la orden de la Jueza de Menores María del Rosario Hinojo de retirar los niños y niñas que se encontraban junto a sus padres en el lugar donde se desarrollaba la medida de protesta.
Casi quince años atrás -el 7 de mayo de 2001- los niños, niñas, jóvenes y educadores del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo iniciaban la Marcha por la Vida de la Quiaca a Buenos Aires marcando un verdadero hito en la memoria histórica de la infancia en Argentina.
“…Marchamos porque ser niño ya no es un barco de papel, ni una ‘aventura de pan y chocolate’. Porque ser niño pobre tiene nombre su destino: prostitución, droga, cárcel o ser asesinado en cualquier esquina de la pobreza… Marchamos porque es posible soñar otro tiempo, el tiempo del trabajo, de los salarios dignos, donde ser un jubilado sea una bendición y ser niño un privilegio. No estamos lejos, ni cerca de ese futuro, estamos en el tiempo exacto para diseñar la tierra y el cielo que queremos”, rezaba la convocatoria.
La marcha partió de la Quiaca donde niños bolivianos saludaron a sus compatriotas y un alumno de una escuela local leyó un discurso, elaborado en conjunto con su maestra y compañeros, en el que se preguntaba: “¿Por qué la Quiaca no entra en las prioridades de los políticos? ¿Será que no somos el número necesario para definir una elección?” e instaba a todos los jóvenes y niños “a que no tengan miedo, que hagan sentir sus voces y que ocupemos el lugar de privilegio que siempre debimos tener.”
Luego de pasar por Humahuaca y Tilcara, la marcha llegó a San Salvador de Jujuy donde una numerosa manifestación estaba esperando en el Parque San Martín para marchar todos juntos a Plaza Belgrano, encabezada nuevamente por el trencito, los títeres gigantes y la alegría de los chicos que a esa altura se habían demostrado no sólo resueltos sino también incansables.
Para la sociedad y los medios de comunicación de esa época no era fácil visualizar a los niños como sujetos protagonistas y fue éste uno de los principales desafíos de esa marcha. El prejuicio inmediato que surgía era pensar que eran arriados como ganado por adultos inescrupulosos a quienes, vaya a saber por qué, se les había ocurrido una forma tan perversa de difundir sus ideas. En cambio, para los educadores y educadoras que habían fundado las organizaciones a las que los chicos pertenecían, era natural que ellos la protagonizaran, porque conocían la inmensa capacidad transformadora que la vida les había obligado a desarrollar, convirtiéndolos en portadores de la utopía necesaria para soñar un país diferente.
Ya para ese entonces, la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño era parte de nuestra Constitución y, para aquellos que creían que los derechos sólo existen cuando se encuentran escritos en papeles vacíos de ley para adornar los escritorios de los funcionarios de turno, cada vez que cuestionaban a los niños marchando, nosotros recitábamos religiosamente el art. 12 de la Convención en su derecho de expresar su opinión.
Años después, en el 2009, el Comité de los Derechos del Niño lo reconocería en forma explícita al publicar la Observación General Nº 12 en la que coloca al derecho de ser oído como uno de los principios generales más importantes de la Convención porque no sólo es un derecho en sí mismo, sino que representa una pauta para la interpretación y el respeto de todos los demás derechos reconocidos. Y en el párrafo 130 expresa que “el Comité… alienta a seguir promoviendo la participación de los niños en todos los asuntos que los afecten en su entorno más cercano, la comunidad y los planos nacional e internacional para facilitar los intercambios de las mejores prácticas. Se debe estimular activamente la formación de redes entre organizaciones dirigidas por los niños para aumentar las oportunidades de que compartan conocimientos y plataformas para la acción colectiva”.
Sin embargo, después de tanto camino recorrido, en esa misma plaza donde los Chicos del Pueblo habían dejado sus huellas, a los niños y niñas que se encontraban en el acampe realizado por la Organización Tupac Amaru les fue negado su derecho a participar de la medida.
Parece ser que, según la calificadora de riesgo de la Ministra de Desarrollo Humano de Jujuy, Ada Galfré, los chicos al permanecer y pernoctar en la plaza con sus padres, se encontrarían en situación de riesgo, por lo que solicitó a la Justicia que tomara pronta intervención.
Si no fuera por la grave connotación que tiene dicha medida y el retroceso inmenso que en materia de derechos de los chicos significa, resulta un tanto curioso este tipo de caracterización del riesgo, no sólo por la extensa literatura escrita sobre el uso inadecuado y peligroso del concepto “riesgo” en esta temática, sino porque introduce en forma expresa un tipo de riesgo calificado por su naturaleza política; es decir, el riesgo se configuraría por el solo hecho de estar en un lugar donde se desarrolla una medida de fuerza.
Más sorprendentes resultan los dichos de la fiscal Montiel, tomados en cuenta en la resolución judicial, planteando “que vio que niños jugaban cerca del fuego y otros cerca de cables donde se cargaban celulares”. Es obvio que la medición de riesgo de la fiscal parte de los más altos estándares de vida para los chicos jujeños. Pensemos que en septiembre del año pasado un periodista de un canal jujeño fue detenido por el solo hecho de investigar el caso de una niña de 9 años con un peso de 14 kilos, víctima de un severo cuadro de desnutrición que habían internado en el Hospital de Niños de Jujuy y que las autoridades médicas negaban.
Una justicia sorda para defender los derechos económicos y sociales de los niños, pero ágil para quitarle no sólo su condición de sujeto transformador sino también la elemental condición de sujeto de derecho. Ningún funcionario citó a esos niños para saber qué pensaban y de ese modo oír su opinión siendo que, a todas luces, la medida que se estaba tomando les afectaba directamente.
Alessandro Baratta, decía que los niños, cuanto más pequeños son, tienen una edad mucho mayor que los adultos. “Los adultos tenemos cuarenta, cincuenta, sesenta años, los niños tienen milenios porque a través de los cuentos, de los sueños de la imaginación continúan siendo portadores de los mitos, no como realidad virtual, sino como una verdad de nuestra identidad cultural. Los adultos hemos reducido, hasta casi perderla, nuestra capacidad de alimentarnos a través de los sueños. Nuestra memoria histórica, sueños y realidad se han separado radicalmente a raíz del pragmatismo de la razón instrumental al que nos condena un proceso de alienación política y cultural. Un niño no distingue entre sueño y realidad. Y es por ello que allí radica la esperanza.”
Está claro que Baratta, los chicos, nosotros y el Poder lo sabemos.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario