Por Claudia Rafael
(APe).- “¿Acá son todos guapos”?, contaron que dijo “el Polaco”. Así nomás: “el Polaco”, como llaman en el barrio a uno de los gendarmes. Después sobrevino el griterío, los balazos, los chicos llorando, los pibes y adultos de la murga corriendo a un lado y a otro, el desbande. Niños de 3 a 14 años con las marcas en el cuerpo. Los gendarmes de prepo entraron a la villa del Bajo Flores en el operativo “#NarcotraficoCero” y, como de paso, dejaron un largo camino de daños colaterales. Un Terminator a fuego y violencia que fue sembrando sangre alrededor. Balas de plomo, balas de goma.
“Che… pará, hay criaturas acá”, “basta loco, que están las criaturas”, se escucha en el video que se viralizó y que algún vecino captó desde un celular. La página del ministerio aplaude el operativo mientras lamenta “dos gendarmes heridos” que la ministra Patricia Bullrich visitó en el hospital y alienta desde el comunicado oficial con un “sigamos así”.
“Congelamiento / Desaliento / Erradicación / Ordenamiento Social y Edilicio”, detallaba el plan erradicador de villas de Cacciatore, el que a fuerza de cemento y muerte construyó puentes y autopistas (algunas a la mitad) para las que había que voltear todo aquello que molestase a la vista y al paso de las topadoras.
Son dos historias irreconciliables. Parecen ambientadas en dos tiempos distintos: 1) La que emite el ministerio y que repiten como ecos los medios acostumbrados a replicar los comunicados oficiales sin modificar siquiera una coma, un punto o un vocablo policial. “El episodio se produjo alrededor de las 21 en un pasaje sin nombre ubicado entre las calles Bonorino y Charrúa”, cita textualmente Clarín, basándose en la agencia DyN y “Gendarmes baleados en la villa 1.11.14”, tituló La Nación, citando a la agencia Télam. 2) La otra historia es la que se ve en los cuerpos de los pibes de la murga “Los auténticos reyes del ritmo”. La que se difundió por ríos subterráneos de imágenes en las redes y en los medios alternativos. (Clarín ahora se aggiornó levemente al titular tres días después de la primera nota que “Denuncian que la Gendarmería reprimió a una murga de chicos”).
Esta vez no hubo muerte. Como sí la hubo exactamente el 11 de febrero de un año atrás cuando Maxi Melessi, con 18 años, futbolista del club Deportivo Sacachispas, alumno de 3° año de una escuela del Bajo Flores, papá de una nena de 4 meses, murió bajo los disparos de un tiroteo, a metros del puesto de la gendarmería. O en diciembre de 2014 Cinthia Ayala, de apenas 9 años, muerta por otros disparos que los prefectos de Tierra Amarilla, en la villa 21 - 24 podrían haber evitado. Pero no lo hicieron.
Esta vez no hubo muerte. Es cierto. Como sí la hubo aquel día de septiembre de 2013 en que Kevin Molina se escondió aterrado debajo de una mesada mientras a su alrededor se entrecruzaban más de un centenar de disparos en Villa Zavaleta.
O cuando Yiyo (Ariel Villa) en septiembre de 2014, al que acribillaron de 38 balazos en una historia que incluía chalecos antibalas, casquillos de 9 milímetros y de Winchester 40, paseaba en una motito. Un tipo de armas y de protección que lleva indefectiblemente a las fuerzas de seguridad.
“El Polaco” es un Schwarzenegger más en esta historia. Tiene apodo. Se permite gritar “¿Son todos guapos?” y junto a sus pares apuntan y arrasan. Tienen permiso para matar. Para herir. Para hundir sus garras entre los parias urbanos. Es uno más. Con o sin nombre. Integrante cruento de la condición humana. Con las manos siempre listas para ir dejando a su paso efectos colaterales. Los necesarios para etapas como las que Cacciatore, con una prolija lógica, denominó desaliento y luego erradicación para pasar finalmente a esa tan eufemísticamente nombrada como “Ordenamiento Social y Edilicio”.
“Sigamos así”, comunicó Bullrich y alentó con un abrazo a los gendarmes en el Hospital Churruca. No vio. No abrazó. No entró ni a la casas ni a ningún hospital donde visibilizar a los pibes y adultos de la murga. Allí donde la villa baila. Donde le pone -componente temible y peligroso- el cuerpo a la alegría y a la danza que esperanza y libera. Donde grandes y chicos se convierten en los auténticos reyes del ritmo al que los brazos armados del Estado buscarán denodadamente destronar.
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