Por Imelda Daza Cotes
Acompañado de una numerosa comitiva viajó a Washington el presidente Santos a conmemorar (¿?), con el presidente Obama, la finalización del Plan Colombia y la renovación del mismo con el nombre de Paz Colombia.
El encuentro de los mandatarios y sus aplaudidores terminó en una típica parranda, propia de república bananera, como llaman a los países tercermundistas en el primer mundo. A los espectadores colombianos nos quedó en el aire la pregunta: ¿Qué celebrarían? porque aunque el Plan Colombia, desde su aprobación en 1998, tenía como propósitos promover la paz, combatir el narcotráfico y fortalecer la democracia en nuestro país, los logros reales no ameritan festejos pues, a cambio de un aporte de EE. UU. de 10.000 millones de dólares para incrementar el pie de fuerza del ejército y de la Policía, Colombia tuvo que firmar un TLC nocivo para la economía nacional, privatizar y privatizar empresas estatales, implementar el resto de medidas del paquete neoliberal y aceptar el montaje de 7 bases militares manejadas por norteamericanos; algunos de los cuales, han sido acusados de delitos sexuales pero no pueden ser enjuiciados porque gozan de inmunidad.
Esta cesión de nuestra soberanía no es asunto que preocupe a las élites colombianas; es, como dijera alguien, “una especie de servidumbre voluntaria” que nos deja a merced del gran capital representado por BM, FMI, OCDE y las empresas transnacionales ligadas a ese poder. Este sometimiento y la intervención militar contrainsurgente eran los verdaderos propósitos del Plan Colombia (en el cual Colombia aportó 120.000 millones de dólares) y fueron los verdaderos “logros”, porque en cuanto al narcotráfico es claro que éste persiste, el glifosato hizo estragos y la degradación de la guerra afectó más reciamente a los colombianos.
El nuevo plan, Paz Colombia, de ayuda financiera al posacuerdo compromete 450 millones de dólares de EE. UU., no fáciles de aprobar porque el partido Republicano, mayoría en el Congreso norteamericano, suele bloquear todas las propuestas de Obama.
Se desconocen aún las condiciones exigidas por EE. UU. y los compromisos que adquirirá Colombia con este nuevo Plan, pero la desconfianza de parte del movimiento social es innegable. No hay derecho a la ingenuidad. No se sabe si el nuevo Plan es de colaboración o de intromisión para copar el posconflicto e intervenir en la implementación de los acuerdos que la mayoría de los colombianos queremos manejar soberana y autónomamente.
Queremos construir una paz a la medida de nuestros sueños y de nuestros intereses. Basta ya de injerencias disfrazadas de ayuda humanitaria y de aparentes actos de generosidad que solo buscan expoliar nuestros recursos y generar condiciones para nuevas formas de colonialismo. Necesitamos de la solidaridad del resto del mundo, pero en condiciones de igualdad, de respeto y de sincera fraternidad.
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