Por Alfredo Grande
(APe).- El 30 de diciembre de 2004, se perpetró la mayor masacre civil en la Argentina. La cultura represora tiene, al igual que la divinidad, designios inescrutables. Pero por eso debemos escrutarlos, denunciarlos, combatirlos. Esa noche de la masacre nada podía ser entendido.
Confusión, dolor inaudito, sorpresas que no daba la vida sino que daba la muerte. Varias veces he dicho que las muertes no son todas iguales. De la misma manera que no todas las vidas son iguales.
Masacrar niños por hambre, asesinar jóvenes por el delito de bailar y divertirse, extinguir ancianos por la osadía de haber vivido, no deja lugar para ninguna esperanza. Aclaro: esperanzas de la salvación de alguna providencia. La salvación será autogestionada o no será. La salvación no hay que esperarla sino que hay que ir a buscarla. Y los colectivos que enfrentan a la cultura represora son tan necesarios como escasos. Muchos terminan negociando espacios de poder lo que algunos llaman “cooptación”. Palabra suave para designar la moral de la traición que funda la política de Occidente.
La masacre de Cromañón fue ignorada por muchos organismos de derechos humanos. Solo la Liga Argentina por los Derechos Humanos y la Asociación de Ex - Detenidos - Desaparecidos apoyaron a familiares y sobrevivientes.
Tengo clavada en mi memoria el llanto de Ariel Bignami, militante comunista, por un nieto asesinado en un lugar bailable. Trampa mortal de empresaurus depredadores. El colectivo Cromañón cometió el peor de los pecados: pidió justicia para sus muertos, sin que importara la camiseta partidaria de los muertos. El divino Ibarra, al cual le debo mi idea del “retroprogresismo” no debía ser atacado. No podía ser atacado. Porque era hacerle el juego a la derecha. O sea: al Pro.
Y fue al revés: los que le hicieron el juego a la derecha liberal y a la derecha fascista fueron los templarios nacionales y populares. Desde la Jefa indiscutible, al decir de Luis D’ Elía, pasando por Estela de Carlotto que luchó para recuperar nietos desaparecidos, pero que ante jóvenes masacrados optó por defender al César y participó de un acto de apoyo a Ibarra. Para no hacerle el juego a la derecha había que mirar para otro lado, escuchar para otro lado, pensar para otro lado.
¿Una discoteca transformada en una trampa letal para masacrar 192 jóvenes es una política de izquierda, progresista, socialdemócrata? Y alguna salvación vino de los propios jóvenes que murieron para salvar otros jóvenes.
El 30 de diciembre de 2014 se escribió con sangre, pero con sangre indeleble, la historia de otra masacre no anunciada. Hay muertes no anunciadas. Y si alguien pretende ver los anuncios de la masacre en cada acto de los gobiernos, lo diagnostican de paranoico. Por eso definí hace años la “lógica Cromañón”. Ausencia total de prevención, ausencia total de cumplimiento de normativas básicas de seguridad, ausencia total de conciencia de responsabilidad individual y social, ausencia total de autocrítica, ausencia total de medidas que puedan reparar el daño realizado.
La Lógica Cromañón esa una de las lógicas de la cultura represora. La masacre de Once, el exterminio de los pueblos originarios, el hambre aguda y crónica, el hacinamiento, las instituciones de encierro, en todas, en cada una, y en todas las que faltan, la lógica cromañón es Ley Represora y Destructora.
Por eso entrevistamos a Clara Barbero, junto a Irene Antinori, en mi programa Sueños Posibles. Y a Cristina Bernasconi. Y por eso la primera etapa de Sueños Posibles la compartimos con José Iglesias. Abogado de una de las querellas. Y estuvimos marchando con Jorge Garaventa, Susana Etchegoyen, y muchas otros y otras. Ninguna lucha termina porque enseguida aparece otra lucha.
La lógica Cromañón será arrasada por los colectivos autogestionarios. “Ni la bengala, ni el rock and roll, a nuestros pibes los mató la corrupción” Otra paradoja de la cultura represora: la corrupción es inmaculada. Por eso el diablo sabe por viejo. Desde los 30 dineros a la actualidad, la corrupción sigue matando. Habrá que matar a la corrupción.
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