El resbalón de Antonio Caballero con la vejez y Fidel (Delegación de Paz FARC - EP) Por Gabriel Ángel Hará unas dos décadas largas que comenzamos a oír voces representativas de los Estados Unidos afirmando que, ante el ap...

El resbalón de Antonio Caballero con la vejez y Fidel (Delegación de Paz FARC - EP)

Fidel - Farc

Gabriel Angel

Por Gabriel Ángel

Hará unas dos décadas largas que comenzamos a oír voces representativas de los Estados Unidos afirmando que, ante el apoyo general a la figura y la obra de Fidel Castro por parte del pueblo cubano, el único remedio que quedaba para poder cambiar las cosas en la isla rebelde, era esperar su muerte natural, por causa de la vejez o la enfermedad. Había resultado imposible asesinarlo, derrocarlo y mucho más aún, desprestigiarlo ante los suyos.

Contra todos los cálculos y pronósticos de los analistas imperiales y las oligarquías latinoamericanas, la revolución cubana se sostuvo y sus realizaciones obtienen cada día un mayor reconocimiento universal. Puede pensarse lo que se quiera en torno al giro de la política norteamericana hacia la isla, pero es innegable que los que más les duele a los enemigos de la Cuba revolucionaria, es ver cómo el gobierno de los Estados Unidos trata de igual a igual con ella.

Algo inconcebible para ellos. Como lo fue el obligado levantamiento del veto en la OEA, o como lo que representa el papel destacado de Cuba en la CELAC y en el concierto continental y mundial. A su juicio, Fidel Castro, su hermano Raúl, su Partido y su revolución deberían reposar desde hace mucho tiempo en el fondo del mar, olvidados por todos, a menos que fuera para citarlos como ejemplo nefasto de lo que nunca ningún pueblo ni país debieran volver a intentar.

Las cosas no resultaron así. Después de intentarlo todo para echar abajo la revolución socialista del pueblo cubano, los Estados Unidos optaron por cambiar su posición y emprender un proceso de normalización de relaciones con la isla. Cuba podía mostrarse agradecida y adulona, como sin duda hubiera obrado cualquiera de nuestros gobernantes en un caso así, pero en la acertada diplomacia de Raúl Castro y la fina pluma de Fidel puede leerse algo distinto.

Se trata de una enorme dignidad, de ese concepto lo suficientemente elevado de lo que se es y representa. Claro que los cubanos ven a todo el pueblo norteamericano como a un pueblo hermano, que lo valoran y aprecian, pero exigen de su gobierno una rectificación total de su conducta. El fin del odioso bloqueo económico, comercial y financiero sobre la isla, la cancelación de toda política intervencionista y saboteadora, la restitución total de Guantánamo.

En una larga lista de demandas, entre cuyas líneas se descubre la determinación absoluta de no ceder, y la disposición a perecer, si fuera necesario, antes de permitir que su patria sea pisoteada de algún modo. Creo que puede pensarse lo que se quiera sobre el comunismo y la revolución cubana, pero unas convicciones y un temple como los del pueblo de Cuba, por encima de las dificultades por las que pueda atravesar, sólo pueden despertar la más respetuosa admiración.

O en el peor de los casos un prudente silencio. ¿Cómo puede explicarse que la potencia militar, económica y tecnológica más poderosa que haya existido en la historia, tenga que dirigirse con la más calculada moderación ante el gobierno y el pueblo de una pequeña isla, que se ha opuesto en todos los escenarios a sus políticas de saqueo y guerra? ¿Que no ha ahorrado jamás un adjetivo para descalificar su avaricia y sus brutales agresiones a otros pueblos?

Algo deben tener y merecer los cubanos para obrar con semejante grado de autoridad. Y para que les sea reconocida. Me atrevo a afirmar que cuentan con el líder histórico más grande que haya producido la humanidad por lo menos en el último siglo. Con un dirigente excepcionalmente capaz de recoger y hacer valer el sentido del decoro de todo un pueblo. Frente al tamaño, las ideas, la determinación y la clarividencia de Fidel Castro, no queda más que callar.

Las mentes serviles de tanta gente acostumbrada en nuestro país a ver la estrella polar en el hemisferio norte, seguramente que considerarán exagerada y absurda la afirmación anterior. ¿Acaso no fueron más grandes personajes como Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, De Gaulle y otros prohombres que marcaron época? El periodista y columnista Antonio Caballero comparte su admiración con el mariscal Tito, aunque con criterios encontrados.

Quisiera referirme brevemente a ellos, más con la intención de hacerle el más respetuoso llamado al autor de la nota "La vejez", publicada en la más reciente edición de la revista Semana. En ella, Caballero, citando a De Gaulle, conviene en comparar la vejez con un naufragio, la situación desesperada en la que la nave se hunde, el fracaso, la ruina material o moral. Quizás, aunque menos viejo, el militar y político francés se hubiera sentido así. Es obvio que Fidel no.

Podría concitar al anatema contra Caballero por su evidente intolerancia, rayana en la discriminación, contra la tercera edad. Pero entiendo que, en procura de expresar crudezas ingeniosas, hasta él puede incurrir en resbalones lamentables. Interpreto que trata de graficar la que considera incoherencia mental de Fidel, por la forma en que expresa sus ideas en sus artículos, en los que pese a su esfuerzo, Caballero no logra captar ningún contenido.

En ese caso doy en pensar que el problema no radica en el escritor sino en el lector. Tomándome el atrevimiento de interpretar al Jefe, como lo llaman los cubanos, yo sí encuentro un hilo conductor en la nota titulada "El hermano Obama", publicada en Cubadebate, y de la que se vale Caballero para asumir el papel del niño que grita el rey está desnudo. Con el título todos entendieron a qué iba a referirse Fidel, pero Obama debería tener en ella el tamaño justo.

Por tanto había que tratarlo en un segundo o tercer plano, referenciarlo sin que fuera personaje central. En medio de episodios relacionados con la historia de América, de Cuba, de sus grandes patriotas y pensadores. Poner de presente el sempiterno saqueo de nuestros pueblos, el significativo papel de Cuba en la lucha antiimperialista, antirracista y antinuclear. La grandeza de otros hombres, como Mandela, la infamia norteamericana contra Cuba y su pueblo.

Advertir a la nueva generación de cubanos sobre la importancia de los retos del presente y la necesidad de prepararse para enfrentarlos. Son cosas que Caballero no ve, porque no quiere ver. Porque no cree en nada ni en nadie, porque asumió el nihilismo como su vocación personal. Es más fácil disparar contra todo el mundo, hacia todos los flancos, criticar y destruir, que intentar unirse a otros para cambiar el mundo: tal vez no sea tan malo como dicen, después de todo.

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