Por Andrés Gómez *
Fui a La Habana a cubrir la visita del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, la cual como muchos sabemos ocurrió entre los días 20 y 23 de marzo pasados. Fue un hecho histórico extraordinario por numerosas e intensas razones.
Entre éstas y en primer lugar, porque por más de medio siglo, 57 años y unos meses exactamente, los gobiernos de Estados Unidos han mantenido una política de agresión permanente en contra del pueblo y el gobierno revolucionario cubanos; políticas que, en nada substancial, han sido cambiadas y menos aún abrogadas. No obstante, es muy positivo que los gobiernos de Estados Unidos y Cuba hayan decidido restablecer relaciones diplomáticas a nivel de embajadas; que se estén dando muy cautelosos pasos por parte de Washington, para ir modificando la política genocida de bloqueo; y que ambos gobiernos, en muchos niveles, estén conversando importantes asuntos, inclusive se puede entender que estén negociando algunos aspectos de sus diferencias dados sus nuevos vínculos en el proceso de normalización de sus relaciones.
Y en este contexto, más insólito que inusual, se da la visita del presidente Obama a La Habana, donde fue recibido con mucha cordialidad y a la misma vez firmeza. Aunque el cielo, el hermoso cielo cubano, no se mostró amigable con el presidente estadounidense, manteniéndose encapotado y así invisible el refulgente sol de Cuba durante su corta visita, desde el momento que aterrizó el gigantesco avión presidencial donde viaja el mandatario, a las 4:18 de la tarde del domingo 20 de marzo, cuando empezó a lloviznar, hasta casi exactamente a la misma hora de la tarde cuando su avión cogió vuelo el miércoles 23 de marzo.
Todos los interesados, en Cuba, en Estados Unidos y en otros lugares en el mundo, pudieron ver a través de trasmisiones televisivas y en las redes sociales sus comparecencias oficiales y sus discursos sin ningún problema. De manera transparente, como fueron las recientes visitas del Papa Francisco a Cuba y del Patriarca de Moscú y de Toda Rusia, Kirill, a La Habana.
En La Habana, donde ocurrió toda la fanfarria presidencial, la gente estaba interesada en lo que estaba pasando; extrañada sobre lo que todo eso podría significar para las relaciones entre los dos países; esperanzada que lo que se desarrollaba resultara en el fin del bloqueo que lo asocian a una mejoría notable para sus estándares de vida, que tanto su mantenimiento lo afecta.
En una nota más ligera, también la gente estaba preocupada en saber cómo les afectaría cómo llegar y regresar del trabajo, dado el número de calles y avenidas cerradas al tráfico vehicular y el desvío de las rutas de las guaguas por razones de seguridad. Resultó no ser una gran incomodidad para la población, ya que muchos se convencieron que todo eso quería decir que podían faltar al trabajo y así muchos lo hicieron el lunes 21 y el martes 22 de marzo. En ese mismo sentido, se puede decir que la inmensa mayoría de la población está deseosa que Obama, o cualquier otro presidente estadounidense, o el Papa, cualquier Papa, regrese a La Habana, lo antes posible, para que se siga la costumbre gubernamental de arreglar las calles, previo a esas visitas, comenzada con la visita del Papa Juan Pablo II en 1998.
¿A quiénes convenció el presidente Obama con sus cantos de sirena, o de sireno? Supongo que a los cubanos que ya estaban convencidos o los que querían que los convenciera de sus propuestas capitalistas para Cuba. A otros, gente buena, sencilla pero firme y que, en realidad, no entendían que hacía ese hombre ahí cuando el bloqueo sigue en pie, pero mantuvieron una actitud cordial, les lució muy bonitos sus discursos y muy agradables sus gestos y su comportamiento, les lució un hombre educado y respetuoso. A otros, muchos de éstos, jóvenes, no les interesó en absoluto, como tampoco les interesa las cuestiones políticas nacionales. Y a otros, las cubanas y cubanos mucho más politizados, comprometidos en el bregar político profundo del proceso revolucionario, les confirma, sin lugar a dudas, que el proceso de la normalización de las relaciones entre ambos países se mantiene siendo un largo, controvertido y áspero proceso. Y que, como durante los últimos 57 años, en este proceso, la nación cubana se juega su vida misma.
Sea casualidad o no, el discurso del presidente Obama al gobierno y pueblo cubanos, el 22 de marzo pasado, tuvo lugar en el mismo teatro -entonces llamado Teatro Nacional- en el que diera su discurso durante la sesión inaugural de la VI Conferencia Pan Americana, el 16 de enero de 1928, Calvin Coolidge, el otro presidente estadounidense en funciones que visitara a La Habana.
Con la Enmienda Platt todavía impuesta por Estados Unidos como Apéndice a la Constitución política de la República, con el legado de la otra intervención militar de Estados Unidos en Cuba, la segunda, debida a ese Apéndice constitucional y de las innumerables y escandalosas intromisiones de Washington en la gobernabilidad de Cuba, con el desvergonzado apoyo estadounidense a la sangrienta dictadura de Gerardo Machado entonces en el poder, el presidente Coolidge cínicamente afirmó en su discurso en el que hoy es el Gran Teatro de La Habana: “Hace treinta años Cuba era una posesión extranjera [de España] desgarrada por fuerzas hostiles. Hoy Cuba es soberana. Su pueblo es independiente y libre, próspero, en paz y disfrutando las ventajas de la auto determinación. […] Las cualidades intelectuales del pueblo cubano le ha asegurado un sitio permanente en las ciencias, las artes y la literatura […] Se ha ganado una posición en la estabilidad de su gobierno como genuina expresión de su opinión pública a través de elecciones limpias”.
El canto de sirenas (sireno) del presidente Obama en su gala en el Gran Teatro de La Habana corrobora lo que actualmente está en juego para Cuba dada las intenciones del gobierno de Estados Unidos. La frase "canto de sirenas" “se utiliza para señalar un discurso elaborado con palabras agradables y convincentes, pero que esconden alguna seducción o engaño”.
Señalo a continuación algunas de las afirmaciones del presidente de Estados Unidos ese día: “[…] Muchas personas en ambos lados de este debate se han preguntado, ¿Por qué ahora?, ¿por qué ahora? La respuesta es simple: lo que Estados Unidos estaba haciendo no estaba funcionando. Tenemos el valor de reconocer esa verdad. Una política diseñada para la Guerra Fría tenía poco sentido en el siglo XXI. El embargo sólo estaba perjudicando al pueblo cubano en vez de ayudarlo” […]
“Esto me conduce a una razón mayor y más importante de estos cambios, creo en el pueblo cubano, creo en el pueblo cubano [dramáticamente dicho las dos veces en español]. Esto no es sólo una política de normalización de las relaciones con el gobierno cubano. Estados Unidos de América está normalizando sus relaciones con el pueblo cubano”. […]
“Y hoy, quiero compartir con ustedes mi visión de lo que puede ser nuestro futuro. Quiero que el pueblo cubano -especialmente los jóvenes- entienda por qué creo que ustedes deben ver el futuro con esperanza. En Estados Unidos, tenemos un claro monumento a lo que el pueblo cubano es capaz de construir: se llama Miami”…
Esa antigua atribución imperial de Estados Unidos hacia Cuba, como quedó plasmado en la Enmienda Platt y en la Ley Helms Burton, de arrogarse el derecho de hablar en nombre del pueblo cubano, desconociendo el derecho soberano del pueblo cubano de hablar y dejar manifiesto su condición de libre a través de su gobierno, no solamente lo deja claro el presidente estadounidense en esta ocasión sino que lo expresó también en su declaración pública el 19 de diciembre de 2011, cuando afirmó: “El futuro de Cuba tiene que ser decidido por el pueblo cubano. Esto no ha ocurrido por décadas, y tampoco ocurre hoy. El pueblo de Cuba merece los mismos derechos, libertades y oportunidades, como cualquier otro pueblo. Es por eso que Estados Unidos seguirá apoyando los derechos fundamentales del pueblo cubano”.
El presidente de Estados Unidos, como le corresponde, insiste en un futuro capitalista para el pueblo cubano, como si lo que determinara el proceso revolucionario de Cuba no hubiese sido el capitalismo y su consustancial dependencia y control económico y político por Estados Unidos. Y si algunos mantuvieran que ese capitalismo era el de hace medio siglo y no el de ahora -aunque claro, no hay peor ciego que el que no quiera ver- al preguntársele por un periodista argentino, en la conferencia de prensa en Buenos Aires sostenida por los presidentes de Estados Unidos y Argentina, el 24 de marzo pasado, sobre la labor del presidente argentino en los primeros tres meses de gobierno (que ha dejado desempleados a más de 100.000 trabajadores), Obama afirmó: "Quedamos impresionados por el trabajo hecho en estos 100 días, él está fijando un ejemplo para otros países en este hemisferio”.
Ese es el futuro capitalista que el presidente de Estados Unidos también quiere para el pueblo cubano.
* Director de Areítodigital. Miami.
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