Por Alfredo Grande
(APe).- Alguna vez escuché decir que la democracia es un mal sistema pero es el mejor que tenemos. En el mal de muchos, sólo los tontos se consuelan. Quizá sea tonto yo también, pero al menos no me consolé. También escuché pedir más democracia. Nunca mejor democracia. Más de lo mismo. Nada de lo distinto.
Un ejemplo son las PASO. Que si bien no es lo mismo que pisarse los pies, en algunos casos se parece demasiado. Las internas al ser abiertas colocan las peleas de alcoba en el balcón terraza. Los partidos políticos cada vez más partidos tienen el salvoconducto de un 1,5% para llegar al oasis de las PASO DOBLE, o sea, las que importan. Es una ingeniería electoral atractiva para sostener la sensación de participación, que la democracia somos todos, que con urnas se vive mejor, que no hay bien que cada dos años no venga, etc.
Pero el núcleo duro de esta democracia es la falsa representación, que prefiero llamar restitución. El caso más grotesco fue el del diputrucho, el ciudadano Kenan, ya fallecido. Será un ángel trucho, quiero suponer. Kenan es la marca indeleble de la restitución. La votación no se anuló y Gas del Estado fue robada y volvió de la muerte como Metrogás.
Restituir es mantener la forma, incluso exagerarla, para encubrir, disimular, engañar, sobre la total ausencia de contenido. Una flor de cartón, una mujer de cartón piedra. Como canta el Nano Serrat: “Y yo, a todas horas la iba a / porque yo amaba a esa mujer / de cartón piedra, / que de San Esteban a Navidades, /entre saldos y novedades, / hacía más tierna mi acera”.
Frente a la brutal crueldad del terrorismo de estado, cualquier democracia, incluso ésta, es más tierna. Pero después de 30 años de ternura, es necesario pedir algo más. Desear algo más. Palpitar por algo más. Ya el besito de las buenas noches o el besito de los buenos días o de las buenas tardes, no alcanza. Naturalmente que no es la ternura sincera del militante y del compañero, sino la ternura bizarra y mentirosa del “los quiero a todos y todas”. Víctimas del gatillo fácil, abstenerse.
La cultura represora también falsifica la ternura. Por eso tenemos que aprender a hacer el bien pero mirando siempre a quién. Yo no quiero una Argentina para todas y todos. Yo quiero una Argentina para trabajadores que trabajan sabiendo que por la libertad se pelea y que solamente los esclavistas regalan libertad. Cuando más del 70% del electorado optará por las máscaras de la derecha, cuando el centro izquierda todavía desconfía de la izquierda, cuando la izquierda todavía desprecia al centro izquierda, la cultura represora volverá con la espada fuera de la vaina y con la orden de pasar a degüello. Volverá aunque naturalmente nunca se fue del todo, asignaciones más, subsidios menos.
El delirio mesiánico de ir por todo, puede finalizar con la catástrofe anunciada del quedarse con nada. O con poco. Demasiado poco. No soy kirchnerista, por la sencilla razón de que no soy peronista. El que no quiere lo más, tampoco quiere lo menos. Pero no me alegrará su derrumbe. Aunque sí festejaré que la izquierda clasista y combativa tenga cada vez más lugar en nuestro mundo. El colapso del kirchnerismo, producto de su tenacidad en ver la paja en el ojo ajeno pero nunca la viga en el propio, será también el fracaso de varias generaciones que sufrirán la pérdida de los magros beneficios que supieron recibir.
Es cierto que aquellos que se conforman con las migas nunca obtendrán la fuerza para expropiar una panadería. La anestesia de clase parece eterna en los trabajadores, traccionados siempre por lo sectorial. Cada cual se ocupa de su juego, o de su huelga, o de sus reinvindicaciones. Y en esa legitimidad de las partes, queda sepultada la viabilidad del todo. Y el que no cambia todo, no cambia nada, como nos advirtiera Armando Tejada Gómez.
La Revolución pasó de ser un sueño eterno a ser un delirio transitorio. Nos excitamos con Cuba, pero nos casamos con las 12 cuotas. La cultura represora no solamente divide para reinar, sino muy especialmente para alienar. Ya no es importante gobernar, sino gestionar. La gestión es el vellocino de oro. “¿Tiene gestión? Si. Gestionó un prostíbulo. ¿Dio ganancias? Si. Excelente.” Diálogo que aunque no sea verdadero, es lamentablemente verosímil.
El armado de las listas es una sinfonía de candidatos oportunistas, sabihondos, ya que no sabios, y suicidas, que algunos llaman “testimoniales”. Este es el laberinto del fraude. Que aunque no sea aritmético, es un fraude político, ético, histórico. Fraude porque nadie lo votó a Stiuso y fue el inframundo del Gobierno 10 años. Fraude porque Magnetto es apenas el fetiche de la clase explotadora y masacradora. Que ni siquiera siente las cosquillas que le hace un avatar de la justicia social. Fraude porque los niños pasaron de ser los únicos privilegiados a ser los que menos derechos y ternura verdadera tienen. Fraude porque el Gobierno Nacional con el pretexto de defender derechos ha construido una casta de privilegiados. Fraude porque el Gobierno de la CABA nos dice que en “todo estás vos”, pero un compañero de mi cooperativa ATICO, como tantos otros, hace más de 6 meses que espera un turno en un quirófano siempre lleno.
El fraude lleva a una anestesia de futuro que algunos llaman depresión, tristeza o ira reprimida. Si entramos al laberinto, quizá podamos matar al Minotauro de la democracia restitutiva, la democracia de los pocos que tienen mucho, la democracia de los muchos que tienen poco. Pero el Minotauro aprendió en siglos mucho más de lo que aprendió Teseo, el héroe que pudo matarlo. Al menos quisiera pensar a dónde nos lleva entrar en el laberinto del fraude. Hasta ahora, los que entraron, nunca salieron. Por algo será.
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