Por Claudia Rafael
(APe).- Los 13 años de Gastón se diluyeron velozmente tras las piruetas de su gato. Un par de saltos en el aire, el juego apurado de quien siente que la vida es eterna, el asomar y correr en una escondida ancestral y luego la nada. La abrupta caída en las fauces de un pozo ciego de seis metros ahí nomás de la casa 96, manzana 2, de la villa Rodrigo Bueno, lo tragó para siempre. El grito desesperado de una tía, los tres llamados al SAME y la historia repetida hasta el hartazgo: la ambulancia que no llega. Y 40 minutos de demora suelen ser la feroz diferencia entre vivir y no vivir.
La muerte de Gastón, que acababa de iniciar la escuela secundaria, se hermanó definitivamente con la de María, devorada por las llamas en agosto de 2013 a 30 metros de distancia. Con tantas otras muertes que quedan entrampadas definitivamente entre los pasillos de una villa.
Son las suyas muertes consabidas. En donde no hay modo de vestir con el mote de accidente la criminalidad del acto.
Los 13 años de Gastón o los 5 años de María no bastan para dimensionar en perspectiva la historia misma de la villa que los vio morir. Los primeros pobladores de la Rodrigo Bueno -en un asentamiento sin nombre- llegaron antes aún de que esa meca fashion que es hoy Puerto Madero se elevara hasta esos cielos desde los que, a disgusto, se ve conminada a espiarlos desde sus balcones. Los primeros residentes -se lee en un informe exhaustivo de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad- “fueron cartoneros, changarines y obreros no calificados que se ubicaron en terrenos ganados al río que habían quedado relegados luego de frustrarse un proyecto urbanístico en la zona” que llegaron en la década del ' 80. Poco después, la ordenanza municipal 41.247/86 declaró Parque Natural y Zona de Reserva Ecológica a los terrenos ganados al Río de la Plata, frente a la Costanera Sur.
Sus otras fronteras se llaman Riachuelo, por un lado y la ex Ciudad Deportiva Boca Juniors.
El suelo laxo de la Rodrigo Bueno, la villa que impuso la memoria del Potro cuartetero, está plagado de historias laterales que la elevan a la categoría de símbolo imperturbable de la médula del país. El Boletín oficial del 11 de enero de 1965 publicó la ley 16.575 que oficializaba la cesión de la zona del Río de la Plata delimitada entre la avenida costanera sur y la prolongación de la calle Humberto I para que el club Atlético Boca Juniors rellenara 40 hectáreas de islas. Exactamente ahí, medio siglo atrás, Alberto J. Armando impulsaría la construcción de un mega estadio sin pagar un solo peso a la ciudad de Buenos Aires. Se proyectaban construir puentes curvos aéreos y un estadio para 150.000 espectadores que se debía inaugurar el 25 de mayo de 1975. Apenas se concretó la construcción de una tribuna de 30 metros con ocho escalones.
El neoliberalismo de la dictadura y de Menem terminaron habilitando al club a otros negociados: Cacciatore lo liberó de la obligación de construir el estadio y el mayor privatizador de la historia seudo-republicana lo habilitó para vender. Negocio redondo: en 1992 Boca Juniors recibió 50 millones de dólares de la Santa María del Plata y cinco años más tarde, el grupo empresario IRSA compró los terrenos. Y decir IRSA es decir Eduardo Elsztain, a quien el diario La Nación, supo definir como “el dueño de la tierra”, el hombre que con la cercanía a George Soros terminó por dar forma al imperio inmobiliario que abarca los principales shoppings del país (Alto Palermo, Patio Bullrich, Paseo Alcorta, Design Center, Alto Avellaneda, Abasto); campos agrícola-ganaderos, bajo la empresa Cresud, hoteles de lujo (Llao-Llao, Intercontinental y Sheraton Libertador) y varios edificios emblemáticos, como el Rulero de Retiro, el Laminar Plaza, de Catalinas. (La Nación).
En la página web del grupo IRSA figura actualmente, bajo el ítem “Futuros desarrollos” el proyecto de construir los “Solares de Santa María”, de “700.000 m2 de tierra en la zona sur de Puerto Madero frente a la Reserva Ecológica, para el desarrollo de un nuevo barrio en la ciudad”.
Las villas suelen hermanarse dolorosamente bajo los mismos mazazos de perversidad. Entre las fronteras que nutren como ríos subterráneos a la Rodrigo Bueno -igual que a la villa 20 y a tantas otras- fue naciendo con los años el cementerio de autos de la Policía Federal. Como venenos serpenteantes las napas van conjugando los líquidos que emanan de los autos en abandono: plomo, asbesto, cadmio, cobre, zinc, cromo, manganeso, níquel, hidrocarburos, selenio…
Gastón o María y los cientos y cientos que corren, juegan/jugaban a la escondida o a la mancha y se encolumnan / encolumnaban detrás de un sueño que no intuyen efímero y doloroso, tienen/tenían plomo en sangre, alteraciones en el desarrollo del lenguaje o en su maduración.
En la resolución 3.922/05 de la Defensoría del Pueblo se leen los reclamos vecinales: “...el Gobierno ubicó oficinas en los ingresos del barrio, en las cuales las funcionarias que allí se desempeñan intimidan sin piedad a los vecinos con amenazas de desalojos... Además, los hacen firmar declaraciones juradas aceptando subsidios cuyo objeto se encuentra en blanco...”.
Desde entonces, con una sistematicidad que atravesó los gobiernos de Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri las prácticas expulsivas buscaron hacerse de tierras ganadas a la fuerza por los parias del mundo, los que se agolpan donde pueden: bajo los puentes, en los ángulos amurallados de un parque público, en los vericuetos oscuros de un asentamiento. Los que irrumpen en la tierra con sus mochilas de desprecio y sus secreciones y sudores.
Cuatro años atrás la Justicia había ordenado a la administración porteña urbanizar la Rodrigo Bueno. Tendría 120 días para concretar ese trabajo minucioso de introducir calles allí donde hay pasillos, lotear los terrenos, abrir espacios verdes, instalar servicios, sanear la tierra. Sólo que, después de recursos y apelaciones, en octubre de 2014 la Sala II de la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad Autónoma falló a favor del gobierno de Mauricio Macri.
Las vidas de Gastón o de María son vidas parias para los grandes negocios inmobiliarios. Para los hacedores de destinos, Gastón, María y los miles y miles como ellos son okupas que transitan por paraísos ajenos. La bella, desigual y tan europea Buenos Aires no está pensada para los advenedizos que intrusan las tierras que pronostican torres inmobiliarias. Tan ajenas a la nuda vida que simboliza Gastón. Que apenas unas horas antes había empezado la escuela en Ingeniero Huergo. Y que amaba jugar a corretear con su gato.
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