Se observaban sin techos los almacenes contiguos y vigas de acero retorcidas, por todas partes. La confusion era total. Foto: Archivo
A las 3.10 p.m. del día 4 de marzo de 1960, una terrible explosión sacudió a la capital cubana. Poco a poco la ciudad supo la causa de aquel hecho: había estallado en el puerto habanero el buque francés La Coubre, que procedente de Amberes, Bélgica, descargaba desde día anterior, en el antiguo muelle de la Pan American Docks, armas destinadas a la defensa de la naciente revolución. Trece minutos después se produjo una segunda explosión que cobró numerosas vidas entre las personas que acudieron a rescatar a las víctimas.
Es necesario referir brevemente algunos antecedentes. A comienzos de 1958, como resultado del creciente reconocimiento internacional a la lucha del pueblo cubano contra la tiranía de Fulgencio Batista, el gobierno de Estados Unidos declaró públicamente que no entregaría más armas al dictador, no obstante, tras bambalinas continuó haciendo cuanto estuvo a su alcance para mantener el torrente de armamentos de todo tipo que recibían las fuerzas opresoras desde República Dominicana y Nicaragua. Después de múltiples presiones, logró también que Bélgica vendiera al tirano los modernos fusiles FAL, ya en el último trimestre de 1958. El triunfo revolucionario impidió que ese poderoso armamento llegara a manos de las tropas del dictador, pero el compromiso comercial belga de entregar a la República de Cuba la mercancía ya pagada, como es lógico se mantuvo en pie.
Todas las evidencias indican que tras fracasar los intentos para cancelar la venta, agentes al servicio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, colocaron un moderno artefacto explosivo entre las cajas de granadas antitanques, el cual se activó al momento de retirar la carga situada sobre él. Este hizo estallar parte de las 1.492 cajas de granadas y municiones que conducía el buque, con un peso de más de 490 toneladas métricas.
Un centenar de muertos horriblemente mutilados y cientos de heridos graves, algunos con secuelas para toda la vida, fue el macabro resultado de aquel criminal acto de terrorismo. Al día siguiente, 5 de marzo, una impresionante multitud, conmovida e indignada, acompañó el sepelio. El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, al despedir el duelo, expresó el sentir de todos los cubanos al denunciar a los autores del crimen y ratificar la decisión inquebrantable de continuar adelante con la Revolución, por grandes que fueran los peligros y las dificultades.
Allí, ante los hermanos caídos, el máximo líder de la Revolución enarboló por primera vez la consigna de “Patria o Muerte”, símbolo de la decisión de lucha del pueblo cubano que mantiene plena vigencia hasta el presente.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario