Por Raúl Antonio Capote
La palabra de los cinco cubanos se dejó escuchar en su último programa de La luz en lo oscuro, esa luz que les llegaba desde Cuba a lo más profundo de las celdas, esa luz que desde la celda alumbraba a toda la isla y al mundo, ese sol de mundo moral llegaba desde la más recóndita celda del Imperio a la vida de millones de personas en todas partes.
Era la voz de cinco hombres auténticos, de cinco héroes que no surgieron de una hecatombe nuclear, no son hijos de la radioactividad, del impacto de un cometa, no nacieron de la influencia de un agujero negro, de un disturbio gravitatorio extra planetario, no nacieron para enfrentar la maldad de una ciudad ficticia, no son los héroes misóginos, individualistas, imposibles de la iconografía capitalista, son hombres de carne y hueso.
Estos jóvenes de mi generación, junto a miles de otros que fueron a pelear contra el apartheid en África o fueron a llevar la luz a miles de hombres y mujeres del mundo, a llevar la salud, a curar cuerpos y almas, no los mueve el fanatismo, ni el interés monetario, ni deseos de gloria aquileña o espartana. ¿Qué misterio es ese que hace que cinco muchachos cubanos sean capaces de alzarse desde sus años y su barrio y sus familias y enfrentar la ira de un Imperio que no perdona jamás el delito de insumisión que ellos representan?
Tony, el poeta de los cinco, nuestro poeta, decía con certeza que este es un país de héroes, donde el heroísmo es tan cotidiano que se convierte en parte de la vida. La resistencia de años, el vivir al borde de la extinción como pueblo durante más de medio siglo ha desarrollado un instinto de resistencia único en este pueblo, pero hay más, mucho más.
La Revolución cubana puede exhibir hoy conquistas que son íconos del modelo económico, político y social que ha sabido construir y defender, ni todo poder de los medios de prensa transnacional ha podido ocultar esa verdad, pero su conquista más grande, el logro más grande que la Revolución puede mostrar son sus hombres y mujeres, hombres y mujeres formados en sus valores y principios, hombres diferentes al hombre frívolo, egoísta, enajenado del capitalismo, hombres y mujeres capaces de ir a cualquier lugar del mundo a servir al ser humano, a luchar contra la enfermedad y la pobreza sin que medie el interés material.
Ese espíritu de servicio, esa cultura de sentir como nuestro el dolor de cualquier ser humano en cualquier lugar del mundo, caracteriza a la Revolución cubana, hay millones de personas en el mundo capaces de entregarse a los demás, de sacrificarse por los demás, cada vez menos por desgracia. Cuba ha convertido esa entrega en algo que forma parte de su cultura, del sentido común de su pueblo.
El capitalismo mundial dedica hoy todos sus recursos económicos, precisamente, para destruir esa verdad, para cambiar mediante la seducción de su glamour, de sus bien montadas vidrieras, de su extraordinario y bien engrasado sistema de propaganda y de fabricación de imagen, de su bien montada y defendida iconografía, el sentido común revolucionario de todo un pueblo y sumarlo al rebaño obediente que trabaja como una bestia para comprar cosas que no necesita y enriquecer las arcas de los capitalistas, el consumidor obseso, el desempleado sin esperanza.
La tontería, la pachotada, lo superficial y banal se vende como signo de progreso, éxito y glamour, de un mundo donde no triunfa el talento, ni el valor, ni el sacrificio, sino la bobería, lo fatuo. Sus hombres y mujeres de éxito no deben su triunfo a otra cosa que al capricho de esa monstruosa maquinaria de reproducción sistémica, esa que produce encantadores héroes radioactivos imposibles de imitar y seguir, el hombre común solo debe esperar que un día aparezca en escena uno de esos héroes a librarle de la maldad, de la droga, de la violencia, del paro, del robo de los bancos, de la mentira de la prensa, del engaño de los políticos, mientras, se sigue endeudando, empobreciendo, sufriendo mientras los dueños del mundo viven cada vez mejor.
La luz en lo oscuro, programa de Radio Rebelde, durante años llevó un poco de luz a la celda oscura de la injusticia donde resistían estoicamente nuestros cinco héroes de carne y hueso, muchachos del barrio, de mi generación, que iban a los estadios en el estribo de una guagua a ver un juego de pelota, que iban a la playita de 16 o a cualquier otra de las miles de playas de nuestro archipiélago a escuchar en la radio la música de su preferencia, un buen rock llegado desde el cercano norte o trasmitido por una de nuestra emisoras, conversar, nadar, jugar, que acudían a los trabajos voluntarios, que decían lo suyo a tiempo y sonrientes, que amaban en las esquinas, en los parques, en la oscuridad de un cine, que soñaban su futuro mientras se daban el lujo de soñarlo sin peligro, sin miseria, la Revolución cuidaba por ese futuro.
El programa La Luz en lo oscuro llevó durante más de una década, ese sol del mundo moral a todo el planeta y se alimentó de la solidaridad de miles de personas que se levantaron con Cuba contra la injusticia, llevó a luz a los cinco y alumbró al mundo con el ejemplo, la hidalguía, el valor de esos héroes nacidos del pueblo, que con toda la serenidad, con voz segura y firme reclaman, en el último día de un programa radial, Cuba, dime que otra cosa tenemos que hacer.
Estos son héroes imitables, son los íconos de una visión diferente del mundo, son el símbolo de un proyecto alternativo anticapitalista, son los hijos del socialismo cubano.
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