Por Ilka Oliva Corado
Para el verano de 2014 escribí por primera vez en mi blog acerca de mi homosexualidad. No estaba ahogándome en cautiverio, no salí de ningún armario y no fue para nada un acto de valentía. Siempre me han atraído las mujeres y nunca lo he ocultado cuando me lo han preguntado de forma frontal. Y resulta que quienes me lo han preguntado son homofóbicos y cachuerecos rematados, fanáticos a morir.
Nunca lo había hecho público en mi blog. En mis relaciones con hombres también siempre han sabido que me atraen las mujeres. Soy transparente y directa. Y las mujeres también siempre han sabido que me gustan los hombres.
Los hombres me gustan, pero las mujeres me fascinan. Pude seguirlo guardando y aparentar ser heterosexual y pasar desapercibida para evitar insultos y malos ratos. Al fin y al cabo, ¿qué ganaba con exponerme? Pero decidí hacerlo precisamente por eso, porque me cansé de ver tanto hacia la comunidad LGBTI que decidí pronunciarme y decir públicamente que también soy una de ellos y exigir los mismos derechos que tienen las personas heterosexuales.
Aunque claro está que no hace falta ser heterosexual, homosexual, lesbiana o transexual para pelear por los derechos humanos, solo precisa que seamos humanos y no tengamos telarañas en la cabeza.
Cuando lo hice me llovieron insultos por todas las vías, lectores homofóbicos que me dijeron que, desde ese momento, iban a dejar de leer mi blog. Lectoras mujeres que me señalaban de mala influencia para la juventud. Gente que me decía que escribía bonito pero que lástima esa desviación que tenía. Recibí todo tipo de insultos, y también muchas personas me bloquearon de sus redes sociales, personas que yo creía amigas. Se alejaron muchas personas a las que yo les tenía afecto. El rechazo fue instantáneo. ¿Cambiaba en algo mi esencia haciendo pública mi identidad sexual? No.
Otros me dijeron que era demasiado íntegra como para que tuviera esa desviación y que me restaba prestigio y raciocinio. Me dijeron misa.
Por supuesto, la reacción de mi familia no se hizo esperar porque se enteraron a través de mi blog, siguen pensando que lo hice adrede en otra de mis rebeldías para ponerlos en vergüenza. Mi familia es cachureca a morir, por poco les daba el soponcio a todos. Aunque ahora pasado el tiempo sienten que deben ser condescendientes conmigo, porque “pobrecita la negra, es loca”.
Propiamente en Chicago las pocas personas que conozco también cambiaron, aunque claro está que en la comunidad guatemalteca se regó la noticia como pólvora y fui la comidilla. Sentí el impacto porque me hicieron la ley del hielo como si yo lo que tuviera fuera una enfermedad contagiosa y terminal que los puede infestar con solo mirarlos. Cambiaron su trato conmigo, con ese tono que denigra y rechaza. Con el tono que señala.
Antes me saludaban de abrazo y beso en la mejilla las mujeres, después de mi texto en el blog me saludan de lejos y si acaso algunas me darán la mano. (Creen que cuando digo mujeres me refiero al montón). Antes en los eventos sociales nos juntábamos dos o tres en el baño, ahora si yo voy al baño prefieren esperar para no verse en la pena que las vean entrar junto a mí y que los otros imaginen saber qué cosas. O piensan que saber qué cosas les propondré. Desconocen que mis gustos son exclusivos y que no me atraen las mujeres ordinarias.
O que insistan en conseguirme novio o marido para que intente enderezarme porque lo que me hace falta “es un hombre que sepa coger bien”. Y no es que yo dé espacio para que la gente se sienta con el derecho de opinar en mi intimidad, es la prepotencia propia del heterosexual cachureco, homofóbico y patriarcal. Aunque a mí me pueden decir misa que me da igual. No me afecta el trato que pueda venir de afuera, no a estas alturas de mi vida.
Por otra parte llegaron más lectores a mi blog, muy humanos de otras partes del mundo, en sociedades más abiertas a los derechos humanos y a la diversidad. Asociaciones de organizaciones LGBTI me sienten parte de sus luchas, y soy parte, aborrezco la injusticia en todas sus formas. No pertenezco a ninguna organización de ningún tipo, mi pronunciamiento siempre es en mi blog y cuando tengo que hacer acto de presencia voy siempre individual y autónoma.
Por no pronunciarme abiertamente lesbiana (aborrezco esa palabras, por eso siempre digo homosexual cuando hablo de hombres y mujeres) muchas lesbianas me han señalado de imprecisa e indefinida. Me acusan de tener miedo a declararme lesbiana. Por su parte, los hombres homosexuales también lo hacen. Es decir, uno no puede ser en esta vida porque a ninguno le parece. Hay muchos que no me creen lo de homosexual, me dicen que lo hago para llamar la atención. En fín, las personas sentencian y dan sus veredictos como si tuvieran derecho a meterse en la vida de los demás. ¿Hay derecho a descalificar a alguien por su identidad sexual o de género?
Sin embargo, a pesar de los insultos que he recibido, las consecuencias por hablar públicamente de mi homosexualidad no han tenido consecuencias serias comparadas con otras partes del mundo en el que se pierde la vida por atreverse a ser.
El 26 de abril se conmemora el Día de la Visibilidad Lésbica. Y escribo este texto para pronunciarme desde mi esencia andrógina, como luna y sol, en apoyo a todas las mujeres que allá afuera siguen siendo invisilizadas, golpeadas, excluidas y asesinadas por vivir de una forma distinta a la que manda la sociedad, el patriarcado, la iglesia, la doble moral, los estereotipos y el machismo.
Somos una humanidad diversa, es ésa nuestra grandeza. Siempre me he preguntado, ¿cuándo se terminará? ¿cuándo seremos una humanidad en esencia enriquecida por el amor? ¿cuándo dejaremos de odiar? ¿qué haremos con toda la comunidad LGBTI que en este momento está en gestación, con la que está en la edad de la infancia, con la que está en la adolescencia? ¿les daremos golpes, insultos, tortura, exclusión? ¿o les daremos amor y los dejaremos ser? ¿de qué estamos hechos los humanos?
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