Por Carlos Aznárez
A la derecha no le gusta que se sepa la verdad. Siempre fue así desde que el mundo es mundo, ya que si eso ocurre se producen acontecimientos que muchas veces ponen contra las cuerdas a los proyectos que esa misma derecha trata de llevar adelante. Es por ello, que muchas veces la verdad es tergiversada, omitida, cooptada, y en el peor de los casos, sus voceros, defensores y luchadores son reprimidos de mil maneras para que no la pregonen ni entusiasmen a otros y otras con las recetas que esta verdad contiene.
La verdad es como el agua de un río que aunque le pongan diques de contención, siempre busca una grieta por donde colarse y fluir triunfadora. De allí que cuando se intenta embestir a los mensajeros de esas muchas verdades que hoy existen en el continente, la derecha se muestra tal cual es: despótica y altanera, pero inmensamente débil, porque no discute argumentos sino que impone su autoridad, basándose en la impunidad que le da su cuota de poder. Poder efímero pero poder al fin.
En la Argentina de hoy, donde se gobierna a golpe de decretos vulneradores de los preceptos constitucionales, se intenta acallar una parte importante de la verdad haciéndola desaparecer.
La cadena televisiva latinoamericana Telesur está en la mira de aquellos que empiezan a construir un nuevo relato, y para ello, es necesario proclamar el silencio de los corderos. El gobierno anuncia a través de sus medios hegemónicos que se retira como socio de dicha televisora, y como consecuencia de tal decisión se elimina a Telesur de la Televisión Digital Abierta o se presiona a las cadenas de cable para que no le den cobijo.
Seamos francos: No le conviene a Macri y sus muchachos que se sepa que los campesinos paraguayos se rebelan contra los terratenientes sojeros y marchan a las grandes ciudades para mostrar su descontento. Tampoco les favorece que se emitan las innumerables experiencias de construcción popular en los barrios más humildes de Venezuela, ni que se sepa cuánto ha hecho la Revolución Bolivariana por los indígenas, los afrodescendientes, los campesinos sin tierra. Esos hombres y mujeres que hasta la llegada del chavismo eran simplemente los condenados de la tierra, y hoy se han empoderado de tal manera que son un ejemplo para el continente. Un “mal ejemplo”, dice la derecha y trata de que no se propague.
No, a Macri, discípulo de Obama, no puede entusiasmarle que diferentes voces de pobladores del campo o las favelas expliquen en pantalla por qué hay que defender al gobierno brasileño de las maniobras golpistas. Ni oír tampoco que, en la misma medida que dicen eso y están dispuestos a poner el cuerpo para sostenerlo, no se callan la boca ante las políticas de ajuste que tanto le agradan a los Chicago boys del macrismo.
Macri no quiere que el pueblo argentino se entere de que Estados Unidos tiene nueve bases militares en Colombia, que además en Medio Oriente ayudó a equipar al llamado “Estado Islámico”, que sus aviones bombardean Siria junto a la OTAN y asesinan sin piedad a iraquíes, libios y afganos. Muchos menos desean, los censores argentinos, que se sepa que Obama, Hillary Clinton, Donald Trump y los lobbistas que los acompañan se arrodillan ante el Estado Terrorista de Israel, cuando el sionismo decide proseguir su raid criminal en Palestina.
Macri detesta la verdad que cuenta Telesur y por eso quiere quitarla de su vista, sin darse cuenta que la suya es una batalla imposible de ganar, porque Telesur llegó para quedarse, y habrá muchos ojos y oídos receptores que están dispuestos a defender su permanencia.
La libertad de expresión de la que tanto se vanaglorian los amigos del Presidente, no es una consigna hueca, como suele proclamar la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), sino una herramienta para defenderse de quienes, como es el caso del gobierno argentino, tratan de digitar qué es lo que se debe leer, oír o escuchar. Los dictadores del ' 76, Videla, Agosti y Masera ya lo intentaron, cerrando periódicos, haciendo desaparecer periodistas y auto proclamándose como “gobernantes eternos”. La multitud que llenó las calles de Argentina el 24 de marzo pasado, demuestran que no pudieron, a pesar del horror impartido.
A pesar de lo que marca las experiencias pasadas, Macri hoy persigue a Telesur, pero no sabe que en esta misma decisión queda expresada su impotencia por no poder ocultar la verdad. Ya se irá enterando pero, mientras tanto, nuestro compromiso pasa por dejar claro que Telesur no es solo una televisora, sino una expresión fundamental de saber por dónde caminan los pueblos del continente y del mundo. Telesur, a esta altura, somos todas y todos. ¡ A defendernos, entonces !
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