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OPINION - NO LO VOTÉ, POR HUGO PRESMAN

SUMARIO

    1 - ARGENTINA, BUENOS AIRES: OPINIÓN - NO LO VOTÉ, POR HUGO PRESMAN.


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From: Hugo Presman

Sent: Wednesday, April 08, 2009 1:24 PM

To: GACETILLAS ARGENTINAS - REDACCIÓN

Subject: Nota de Actualidad 12 NO LO VOTÉ

NO LO VOTÉ

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Por Hugo Presman

La muerte no mejora ni empeora lo que la persona fue en vida. La liturgia del lugar común determina que los comentarios públicos en todo velorio convierten al muerto en un dechado de virtudes. Si la humanidad debiera valorarse por la aureola de los difuntos, el mundo sería un paraíso. Por lo tanto esta nota habla sobre una evaluación de Raúl Alfonsín, con prescindencia del fotoshop que sobre su figura se realizó instrumentalmente a partir del 1 de abril.

No lo voté. Pero estuve el 10 de diciembre de 1983, a un costado del Cabildo, con mi hijo de cuatro años entonces sobre mis hombros. Con el deseo, más que la esperanza, que él no tuviera que padecer mucho de los sinsabores y horrores de la generación de sus padres. Con la expectativa que heredara algunas de las utopías que movilizaron nuestras vidas y el amor al accionar político como instrumento insustituible de los cambios sociales.

No lo voté. Pero lo aplaudí cuando instrumentó el juzgamiento de las tres primeras juntas militares.

No lo voté. Pero apoyé su posición y ahí si voté a favor en el referéndum por el Beagle, reconocimiento leal de una derrota diplomática imposible de revertir por quién fue el mediador, decidido durante el gobierno del General Alejandro Agustín Lanusse y que estuvo a punto de llevarnos a una guerra demencial con Chile durante los gobiernos establishment - militar reinantes a ambos lados de la cordillera. El Vaticano jugó un papel fundamental para evitar un conflicto de consecuencias incalculables para la unidad latinoamericana.

No lo voté. Pero miré con simpatía actitudes desplegadas en los dos primeros años de su gobierno con enfrentamientos con distintas corporaciones, su visita a Cuba, su contestación fuera de protocolo a Reagan jugando de visitante en los jardines de la Casa Blanca, oponiéndose y repudiando la intervención norteamericana en Nicaragua, el puntapié inicial de un proyecto fundamental como el Mercosur, los pasos finalmente infructuosos por una alianza de deudores latinoamericanos.

No lo voté. Pero estuve frente al Congreso en la sublevación de Rico en Semana Santa. Ese movimiento militar confuso que mezclaba el intento de reconocimiento a los que lucharon bien en Malvinas con la obturación del juzgamiento a los militares que perpetraron crímenes de lesa humanidad. En cambio la tenía clarísimo Arturo Navarro el presidente de Carbap, quién llegó a solicitar el juicio político de Alfonsín.

No lo voté. Pero apoyé los proyectos- luego leyes- de divorcio y patria potestad compartida.

EL ALFONSINISMO

El alfonsinismo tiene rasgos de las dos grandes corrientes del radicalismo: el irigoyenismo y el alvearismo

Raúl Alfonsín fue un radical que en los inicios de la década del setenta corría por izquierda a Ricardo Balbín en el acercamiento de este a Perón. De esa manera su discurso discurría por “el progresismo” cercano al Partido Comunista pero en la realidad se colocaba a la derecha de su adversario interno y jefe del partido. Como muchas veces ha sucedido, desde la cobertura de oposición de izquierda, se disimulaba la resistencia de un acuerdo de mínima con el peronismo. El envase de su discurso no podía disimular un fuerte sesgo gorila.

A fines de 1975 participó en la fundación de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos. Fue defensor, como abogado, de presos políticos.

Durante la dictadura establishment - militar permaneció indiferente a la alta participación de figuras de su partido en el mismo y consideró, hacia 1978, que la salida era un gobierno cívico- militar. Amigo de Albano Harguindeguy desde su paso por el Liceo Militar, se lo puede ver sonriente en alguna foto junto al escurridizo Ministro del Interior, protagonista importante de los años de noche y niebla.

Cuando Leopoldo Galtieri, ex mandamás del Campo de Detención Quinta de Funes en las afueras de Rosario, recuperó las Islas Malvinas fue de los escasos políticos que se abstuvo de apoyar el hecho histórico.

Abierto el proceso electoral, tuvo el fino olfato de entender que después de la violencia de los últimos años del gobierno de Isabel y el horror de los años de plomo, la sociedad demandaba superar la violencia y la muerte. De ahí aquello de “Somos la vida, somos la paz”, “El 30 de octubre no es una salida electoral sino una entrada a la vida”. Enfrente el justicialismo parecía una prolongación de lo ocurrido en los últimos meses de Isabel y por boca de su candidato consideraba inmodificable la autoanmistía militar. Algunos de sus slogans demostraban la colisión con la realidad conformada como aquella consigna: “Somos la rabia”.

En la campaña de 1983, Alfonsín logró articular un discurso amplio que permitía disimular su pasado gorilismo, consiguiendo ampliar su extensa inserción en las clases medias, haciendo pie en franjas importantes de los sectores populares.

El hecho que la base de su campaña fuera el preámbulo de la Constitución de 1853, nacida de una derrota, demostraba una transformación social profunda, lejos de los aires revolucionarios de una década atrás. Las elecciones fueron el desemboque de la enorme crisis económica, política, social y militar de la dictadura establishment - militar, y de los brotes de resistencia de la sociedad. La derrota en Malvinas y la desmalvinización posterior que alentó el alfonsinismo, condicionaría las características del proceso democrático que se abría. Su más que desafortunada posición que “Malvinas era el carro atmosférico de la dictadura” se le cruzaría varias veces en su camino.

El alfonsinismo se mantuvo en los dos primeros años de su gobierno en el centro del escenario político, con la iniciativa a su cargo cuando soñó con encabezar el tercer movimiento histórico. La Coordinadora, núcleo principal de la Juventud Radical empezó a acercar el horizonte de la realidad rindiéndose por anticipado a las condiciones objetivas. Nacía un timorato posibilismo. En estamentos de la Coordinadora, se empezó a identificar la política con los negocios personales. El Alfonsinismo derivaba hacia la socialdemocracia. En el equilibrio inestable en el que se sostenía, suscribió la teoría de los dos demonios, no recibió en la Casa Rosada a las Madres de Plaza de Mayo ni a Julio Cortázar, y solo se vieron fragmentos del histórico juicio sin sonido. Pero aún así el avance de desenmascaramiento del terrorismo de estado que llegó a sus ejecutores militares, pero no a sus instigadores y beneficiarios civiles, fue tan fuerte en una sociedad maltrecha, que desde el nacionalismo de sacristía lo denostaban como la sinagoga radical. Cuando una combinación de factores internos y externos, de limitaciones propias, de una concentración económica enorme con un Estado debilitado, llevaron a Alfonsín a sacrificar a Bernardo Grispun y reemplazarlo por Juan Vital Sourouille, comenzó a percibirse la desmalvinización que implicaba ceder ante el poder y los límites del progresismo con sustento de clase media. En lo militar se sancionaron las leyes de punto final y obediencia debida, se asoció con los capitanes de la industria, designó a un sindicalista adicto en el Ministerio de Trabajo, fue derrotado en el Congreso Pedagógico, y empezó a resignarse ante el Fondo. Eso en medio de éxitos provisorios y parciales como los dos años del plan Austral que le permitieron ganar las legislativas de 1985. Cuando el Austral naufragó, junto al breve Plan Primavera, la derrota abrumadora del 6 de septiembre de 1987, ante un Justicialismo con la cara lavada, desintegró la base de sustentación política y aceleró la descomposición económica.

El economista Carlos Leyba definió la política económica de la forma siguiente: “Tomaron el sistema tal como lo habían recibido solo intentaron reparaciones. Los gobernaba una visión administrativa. Los sistemas no se reparan: se rediseñan. Por cierto eran mejores personas con mejores valores y voluntades, pero el sistema económico y social- heredado de Celestino Rodrigo, José Alfredo Martínez de Hoz y del primer Domingo Cavallo- permaneció incólume… El PBI- que no lo dice todo, pero sin el cual nada se puede decir- en 1989 era menor que en 1982 y, por cierto, que en 1983. La inversión bruta fija se derrumbó en esos años…”

Alfonsín que había enfrentado a la Iglesia y juzgado al terrorismo de Estado, que enfrentó y afectó a la Sociedad Rural, no era absolutamente confiable para el establishment. Empezó a hacer cada vez más concesiones y tibios esbozos de privatizaciones. Mantenía el discurso de la presencia activa del Estado y se usaron los pollos de Mazzorín para demostrar desde los medios que el Estado era incompetente. De alguna manera le pasaba lo que a Isabel en 1975. Todo lo que cedía para evitar el golpe, no hacía más que cebar a los sectores golpistas que necesitaban un proyecto y un personaje sin escrúpulos para terminar de ejecutar las políticas de la dictadura, ahora con apoyo popular. El negocio ahora sería repartirse los restos del estado al que la patria contratista había dejado anémico. Para ello el golpe de mercado y la hiperinflación consecuente fueron los disparadores. Ya se divisaba Menem en el horizonte. Lo que el Alfonsinismo en retroceso y superado por sus limitaciones no se atrevía a perpetrar lo asumiría con determinación el que prometía la revolución productiva, el salariazo y la recuperación de las Malvinas a sangre y fuego. El recuerdo del terrorismo de Estado y la hiperinflación abonaron el terreno para que la sociedad doblegara todas sus defensas. En esa pendiente quedó el nunca esclarecido asalto a la Tablada donde una patrulla perdida de los setenta, facilitó el despliegue de una gigantesca escenografía de guerra para dominar a una armada brancaleone que pudo haber sido reducida con gases lacrimógenos. Y se volvieron a perpetrar fusilamientos y desapariciones.

Cuando el declive se acentuó, nunca quedó más lejos el slogan de campaña: “En la democracia no solo se vota. En democracia se come, en la democracia se educa, en la democracia se cura”.

Tan lejos como dos fotografías superpuestas: la que lo toma de espalda caminando con su hija en la quinta donde esperó los resultados que lo consagraban presidente y la del final, también de espalda, caminando con Menem por los jardines de Olivos.

Luego vino una larga decadencia. El Pacto de Olivos, justificado por Alfonsín como una forma de arrancarle a Menem por la negociación lo que igual obtendría el riojano, sin el acuerdo, que era básicamente su reelección. Una Constitución nacida de ese Pacto, que a cambio de algunas mejoras acorde con la época, tuvo el enorme perjuicio, entre otros, de la provincialización de los recursos naturales.

Posteriormente se vio acorralado por Chacho Álvarez, cuando éste movió a Graciela Fernández Meijide de Capital a la Provincia de Buenos Aires en 1997, obligándolo a bajarse de la candidatura a diputado, ante la posibilidad cierta de quedar tercero detrás de la ascendente dirigente del Frepaso y la casi desconocida Hilda Chiche Duhalde. Fue el paso para concretar la Alianza y salvar al radicalismo de reiteradas derrotas cada vez más contundentes, aunque ello lo llevara a apoyar a regañadientes a su adversario interno Fernando de la Rúa. La catástrofe del gobierno de la Alianza, llevó a sucesivos desprendimientos y a convertir al radicalismo en un partido con presencias locales pero en camino de extinción a nivel nacional. Extraña paradoja la de este partido centenario: logró en el último cuarto de siglo lo que parecía imposible: vencer en dos oportunidades al justicialismo en elecciones irreprochables para luego emprender con sus fracasos una decadencia que se aproxima a su extinción.

LA INSTRUMENTACIÓN DE LA MUERTE

El radicalismo, la oposición en general  y los principales medios presentaron a Alfonsín como la contracara del kirchnerismo: la moderación, el diálogo, el consenso, el respeto de las instituciones.

Hacían referencia al Alfonsín que se adornaba con estos adjetivos a medida que se le evaporaba su poder.

El gobierno se identifica con el primer Alfonsín, presidente que enfrentó a algunos de los mismos adversarios que hoy obstaculizan el gobierno Cristina Fernández y anteriormente Néstor Kirchner.

Con sus limitaciones y méritos, Alfonsín representó en sus promesas, esperanzas, y claudicaciones a las clases medias, expresando para ellas lo que fue Perón para los sectores populares.

Apenas muerto, Alfonsín fue convertido en un héroe típico de la historia oficial. Su embalsamamiento acrítico es una forma de inutilizar sus aciertos y colocarle virtudes de las que carecía.

La calificación de Padre de la Democracia es equivocada y propia de esta desmesura.

Mención aparte merece algunas presencias en el Congreso donde se realizó el velatorio. Ahí estaban muchos que aceleraron su salida anticipada como Guillermo Alchourron, Presidente de la Sociedad Rural cuando Alfonsín fue repudiado, y su aviso fúnebre en La Nación del 2-04-2009: “Alfonsín, Raúl Ricardo q.e.p.d- Guillermo y María Elina Alchourron participan el fallecimiento del gran demócrata argentino y acompañan a María Lorenza y su familia en este sentido momento y ruegan oraciones en su memoria”

También hay una de Domingo Cavallo, el que advertía a los organismos internacionales que no le concedan créditos a su gobierno porque no serían reconocidos por el siguiente.

Tan patético como estos personajes resultó el vicepresidente Julio Cesar Cleto Cobos integrando el cortejo fúnebre por la Avenida Callao y saludando como si se tratara de una campaña electoral.

LA POLÍTICA COMO MILITANCIA

En estos tiempos en que el que viene de afuera de la política tiene un hándicap especial, me parece que una de las cosas más reivindicable de la figura de Raúl Alfonsín es que nunca dejó de ser un militante político, que siempre intentaba el contacto personal. Por eso escribí, cuando se accidentó en 1999 y estuvo al borde de la muerte una nota que llevaba por título “ Homenaje a la política”: “La ruta 310 tiene la soledad y el frío del sur profundo. Una camioneta recorre un camino donde la nieve va dejando una alfombra resplandeciente. Se dirigen a un pueblito solitario, de la solitaria Patagonia. Allí, donde Río Negro se mece entre vientos destemplados. En Ingeniero Jacobacci esperan a un ex Presidente que viene a apoyar a su candidato, el Gobernador radical Pablo Verani, adscripto a la línea interna de Fernando de la Rúa. Raúl Alfonsín, el hombre que triunfó en 1983 con el 52 % de los votos, el que reunió multitudes, el que realizó su acto de cierre de campaña en la 9 de Julio ante setecientos mil o tal vez un millón de personas, va ahora tratando que su voz llegue a 40 o 50 ciudadanos. Es un político en la mejor acepción del vocablo. Entiende la militancia en la vieja concepción irigoyenista de la persuasión directa. Del convencimiento de uno en uno. A sus 72 años, la televisión no sustituye el abrazo con la gente. No importa la dimensión del escenario, sino que haya un lugar desde donde se pueda hacer oír la voz. Terco hasta la exasperación, con una imprudencia injustificable a sus años, el ex presidente no lleva puesto el cinturón de seguridad. Dice que está gordo y le molesta para hablar con los que vienen en los asientos de atrás. Cuando la camioneta pierde el control, su humanidad es despedida y aterriza sobre esa ruta 310, sobre la soledad y el frío del sur profundo. Allí donde, en alguna noche de insomnio, diseñó la idea de trasladar la Capital a Viedma. Con los pulmones dañados y diez costillas fracturadas, el hombre que en su momento de gloria convocó multitudes, desde la nieve que cubría el cemento de la ruta 310, tuvo tiempo para decirle a Verani “Vas a tener que avisar que vamos a llegar más tarde al acto de Jacobacci”. Allí, en el sur profundo, donde lo esperaban cuarenta o cincuenta correligionarios, rodeados del frío, del viento y del abandono. Durante semanas Raúl Alfonsín luchó con la muerte en una habitación del Hospital Italiano. Afortunadamente, con la misma terquedad con que no se ató a la vida, le peleó al destino. Sobre la calle Gascón, los carteles de sus seguidores lo alentaron con frases escritas desde el cariño y el reconocimiento. Los que no lo votamos también queremos que vuelva a recorrer esos caminos perdidos, que, como decía Atahualpa Yupanqui “Dios por aquí no pasó”. Los que no lo votamos no dejamos de apoyarlo cuando tuvo el gesto histórico de sentar a las Juntas Militares en el banquillo de los acusados o sellar el acuerdo sobre el Beagle o intentar negociar la deuda externa. Más allá de los retrocesos llamados obediencia debida y punto final, más allá de aquella lamentable mentira pronunciada ante una multitud que cubría todo el espectro político, “ La casa está en orden “, más allá de cuestionables acuerdos como el de Olivos, más allá de la desmalvanización, prólogo del cambio de política que llevó al reemplazo de Grispun por Sourrouille, más allá de su caída en la consideración popular, a la nonata democracia argentina le ayuda la presencia de Alfonsín. Y emociona la soledad del hombre en la soledad geográfica. No iba a esquiar a San Martín de los Andes. No iba acompañado del Jet - Set farandulesco. Tampoco iba en busca de un campo de golf. Iba en busca de su gente. Allá, por la ruta 310, donde la nieve y el viento, el abandono y la desesperanza, se abrazan en el Sur profundo.”

NO LO VOTÉ

No lo voté. Pero no me sumé en vida y ahora después de muerto, a una crítica irracional de sectores que no encontraron nada rescatable en un representante típico de los sectores medios, imprescindibles en cualquier alianza plebeya con los sectores más populares y humildes del país.

Pero estoy muy lejos de la manada que convierten a Alfonsín en un bronce de Billiken, el que con fines instrumentales dibujaron los medios más poderosos y los sectores económicos que representan, que lo vituperaron en vida y lo endiosan una vez muerto, como una forma de hacer política de confrontación y oposición al gobierno actual.

Por eso, es acertado lo que escribió el cura Eduardo de la Serna: “Murió una persona honesta, un político de raza (con virtudes y defectos políticos)… Pero no acepto que me digan que era “el padre de la democracia”, porque no lo era, no lo reconozco como “mi padre”, y quiero una democracia mucho mejor que la que él nos dejó: una democracia con la que de verdad “se coma, se eduque y se trabaje”

3- 04 - 2009

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