Por Manuel E. Yepe *
Foto: Virgilio Ponce
El gobierno cubano siempre ha sido partidario de negociaciones sin condiciones previas como el único proceder adecuado para buscar el camino a la normalización de las relaciones entre Washington y la Isla.
Ha sido el régimen estadounidense, encabezado por presidentes de los dos partidos que se alternan en su sistema de gobierno, la parte que siempre que ha exigido condiciones antes de sentarse a conversar.
Esas exigencias, que invariablemente han trascendido no solo en el plano oficial sino también -y sobre todo- como parte de la larga e intensa campaña contra Cuba en los medios corporativos estadounidenses, han cubierto un disímil abanico de pretextos, evidentemente destinados a impedir el diálogo.
Inicialmente fueron los procesos judiciales contra los asesinos y torturadores de la tiranía derrocada por la revolución; la promulgación de leyes para la nacionalización de latifundios y negocios estadounidenses que controlaban la economía cubana; el apoyo a las luchas libertarias en varios países latinoamericanos; el apoyo a las luchas contra el apartheid y por la independencia en África, y la alianza con la Unión Soviética para sobrevivir el bloqueo, las amenazas y las agresiones de Estados Unidos.
Más tarde, comenzaron a acudir a pretextos menos susceptibles de probar, tales como supuestas violaciones de los derechos humanos y de las reglas de la democracia. Finalmente recurrieron a la más absurda de todas las acusaciones: el apoyo al terrorismo, un flagelo del que Cuba ha sido, durante más de medio siglo, una de las víctimas más sufridas a escala global.
En un artículo titulado “Mojigatos argumentos sobre derechos humanos de Obama contra Cuba”, no exento de jocosidad pese a lo serio del asunto, el periodista estadounidense Matt Peppe, recogió en su blog algunos argumentos que Cuba podría poner como requisitos para que los dos países entablaran conversaciones, si fuera su propósito obstaculizar tales perspectivas.
“Raúl Castro, Presidente de Cuba, pudo haber dicho que quiere establecer relaciones con los Estados Unidos, pero primero Washington debe proporcionar seguro médico a los 46 millones de sus ciudadanos que carecen de ella; suprimir los asesinatos extrajudiciales mediante drones en países soberanos; hacer la educación superior accesible para todos; reformar su sistema penitenciario que tiene, por mucho, la más alta tasa de encarcelamiento en el mundo, con una desproporcionada cantidad de prisioneros que pertenecen a las minorías; conceder la soberanía a Puerto Rico como exigen la carta de la ONU, la declaración de la ONU sobre la descolonización y el referéndum popular en Puerto Rico de 2012; poner fin al bloqueo económico contra Cuba, que ha sido consecutivamente condenado por la Asamblea General de Naciones Unidas en los últimos 22 años; cerrar el centro de detención y torturas de Guantánamo y devolver a Cuba ese territorio; hacer justicia a los terroristas cubanos que residen libremente en Miami luego de haber bombardeado aviones civiles, hoteles y barcos de pesca cubanos; y poner en libertad a los tres cubanos que permanecen como presos políticos en Estados Unidos por haber estado investigando a los grupos terroristas en el sur de la Florida para prevenir nuevos ataques".
Pappe aclara que, en verdad, lo que dijo el presidente cubano fue que: "no les pedimos a Estados Unidos que cambie su sistema político o social, pero no aceptamos negociar el nuestro. Si realmente queremos avanzar en nuestras relaciones bilaterales, tendremos que aprender a respetar nuestras diferencias. Si no es así, estamos listos para continuar otros 55 años en la misma situación".
Según Obama: "Cuba aún no respeta los derechos humanos... El pueblo estadounidense acogerá con gusto el día en que el pueblo cubano pueda vivir sus vidas con libertad…"
Presumiblemente, dice Pappe, Obama significa que eso ocurrirá cuando Cuba renuncie al derecho a la autodeterminación que garantiza la carta de la ONU para unirse al orden neoliberal impuesto por Estados Unidos; cuando Cuba se comprometa a entregar el control estatal sobre sus industrias, su banca y sus telecomunicaciones abriéndolas a la inversión extranjera, para que más dinero pueda ser enviado al exterior en vez de quedarse en la economía nacional para beneficio del pueblo cubano; cuando Cuba se comprometa en acuerdos de "libre comercio", que impidan la protección de la mano de obra y las salvaguardas ambientales mientras obligan a las empresas locales a competir en un desigual juego con las empresas multinacionales que reciben subsidios del gobierno estadounidense que les permiten reducir sus precios de venta. En fin, cuando Cuba decida privilegiar las ganancias privadas sobre el bienestar social.
Los argumentos del presidente estadounidense sobre los “derechos humanos” y la “democracia” no son más -dice Pappe- que una herramienta de propaganda que eleva al acusador a un estatus moral superior para poner al acusado a una posición indefendible, al margen de los hechos reales, la historia y el contexto.
Estados Unidos nunca sugiere que Cuba sea juzgada con arreglo a tantas Convenciones, Pactos y Declaraciones que la comunidad mundial ha elaborado y aprobado en este campo, sino que Cuba se atenga a los criterios que Estados Unidos establece para ellos, que Washington se considera apto para interpretar y juzgar por sí mismo.
* Periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana y miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.
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