Presentación ESMA: La mujer que nunca estuvo allí (AEDD) Cuando recibí la invitación de Claudio Martyniuk para participar en esta (no) presentación de su libro, Estética del nihilismo. Filosofía y...

Presentación ESMA: La mujer que nunca estuvo allí (AEDD)

Acto ESMA 04

Cuando recibí la invitación de Claudio Martyniuk para participar en esta (no) presentación de su libro, Estética del nihilismo. Filosofía y desaparición, tuve sentimientos encontrados. Por un lado, me tentaba la idea de la convocatoria. Entre otras razones por el aprecio que tengo por Claudio, personal e intelectual. Por otro, mi respuesta a la pregunta de la convocatoria -¿Es la ESMA un lugar para presentar un libro?- iba a ser negativa, generando una contradicción entre lo que quería decir y lo que estaba afirmando con mi presencia. Pero, a veces, el azar juega a nuestro favor y un retraso en el acto -que entonces lo llevaba a mediados de noviembre- me iba a permitir estar de una manera particular: con la palabra pero in absentia. No es que este desdoblamiento resolviera definitivamente mi ambigüedad pero la hacía más llevadera. Así iba a poder decir lo que tenía intención de decir (y que seguro no era sólo mi palabra sino la de muchos otros) sin contradecirla con mi presencia.

La distancia

La ESMA no es el lugar o el espacio apropiado para presentar un libro, ni siquiera este libro, Estética del nihilismo, que nos ha convocado hoy aquí. Pero, a mi juicio, tampoco lo es para alojar un canal de televisión, ni para exhibir una exposición fotográfica, ni para hacer “asados”, ni para tantas otras cosas. La ciudad está llena de espacios para estas actividades. Lugares que no están ligados a acontecimientos traumáticos como los que se han vivido aquí. Antes de comentar con ustedes y exponerles las razones que yo he encontrado para avalar esta aseveración negativa, me gustaría empezar trazando algunas líneas desde las que voy a hablar. Ustedes saben que el contexto desde donde se habla es muy importante para situar lo que se está diciendo. Circe Maya, la conocida poetisa uruguaya, me va a permitir dibujar ese contexto, situar ese punto de partida. Dice Maya en uno de sus poemas más conocidos, “Otra voz canta”, refiriéndose a los desaparecidos:

Dicen que no están muertos
escúchalos, escucha
mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.

Cantan conmigo,
conmigo cantan.

Escucha, escucha;
otra voz canta.

No son sólo memoria,
son vida abierta,
son camino que empieza
y que nos llama.

Cantan conmigo,
conmigo cantan.

Me gustaría detenerme en estos cuatro versos:
 

no son sólo memoria,

son vida abierta,

son camino que empieza

y que nos llama.

Voy a dar por supuesto que todos nosotros, -los que respondemos de forma negativa a la pregunta por la pertinencia de la ESMA como ámbito apropiado para presentar un libro, como los que lo hacen de forma positiva y han convertido este espacio en un lugar para muchas otras cosas-, estamos de acuerdo en este punto. El legado de los compañeros desaparecidos no es algo del pasado sino del presente y esa herencia nos convoca, nos pide que respondamos (nos posicionemos ante todo ello). Voy a presuponer que ese consenso imaginado nos permite concentrarnos en cómo responder a esa convocatoria, cómo desarrollarla mejor, con qué límites, con qué posibilidades. En resumen, me voy a concentrar en el cómo hacerlo y voy suponer que el qué -un espacio donde reflexionar y elaborar lo acontecido- no es un obstáculo.

A veces, me da la impresión de que las exigencias de la vida política diaria, los variados partidismos, las facciones dentro de las distintas corrientes, las filias y las fobias políticas, -todo eso que hace a la democracia y que en el contexto argentino ha estado, históricamente, tan polarizado- dificultan esta tarea. Dicho de otra manera, la dinámica amigo - enemigo, tan característica de nuestra cultura política, no siempre deja ver otras posibilidades o pensar desde otras perspectivas cuestiones como la que nos convoca hoy aquí: ¿Es la ESMA un lugar para presentar un libro? Y que también se podría formular de esta otra manera: ¿Qué hacer con esos espacios que formaron parte de la maquinaria genocida de la última dictadura y de los que la ESMA es un ejemplo emblemático? Basta con adjetivar la propuesta de alguien como propia o ajena -del grupo o proveniente de los otros- para que se produzca una respuesta inmediata de aceptación o repudio.

Si bien es cierto que el pasado es siempre un espacio de lucha que se libra en el presente, no debemos desconocer que hay presentes mejor abonados para el diálogo que el presente político argentino, donde la crispación parece ser la norma. Yo vivo una parte del año lejos, a diez mil kilómetros de distancia y, creo, eso me permite ver ciertas cosas de otra manera. Con ello no pretendo insinuar que mi posición sea equidistante o que mis propuestas, por ello, sean mejores. De ninguna manera. Lo que sí creo que puedo decir es que son distintas y es esa diferencia la que quiero poner en valor hoy aquí. Pretendo compartir con ustedes otra mirada, la de la distancia -que distorsiona muchas cosas pero deja ver con nitidez el perfil de otras-, para a través de ella reflexionar, sin ninguna pretensión de cierre, sobre otros paisajes. Ya veremos si esta perspectiva, la que resulte de este cruce de ignorancias (las suyas y las mías), sirve para algo o no…

Tres argumentos para compartir

Retomando la pregunta de la convocatoria, ¿Es la ESMA un espacio para presentar un libro?, adelantaba que mi respuesta iba a ser negativa. No creo que la ESMA sea un espacio apropiado para presentar un libro o para otras actividades culturales porque, en primer lugar, creo que un uso de estas características podría poner en riesgo, en el futuro, su existencia como lugar de memoria. A este primer argumento, que desarrollaré a continuación, lo llamaré pragmático. En segundo lugar, propongo un argumento simbólico, otra razón para preservar el lugar: la falta de historia, la falta de “verdad”. Mientras no podamos recrear las historias de lo que allí pasó, el espacio ESMA es la única materialidad en la que puede anclarse la memoria. Por último, un argumento ético: la perentoria necesidad de usar ese lugar para fines diversos, la “voracidad” de las distintas agrupaciones ligadas a los derechos humanos por “resignificar” ese espacio (“donde hubo muerte ponemos vida”) ¿no nos advierte de cierta deriva ética que deberíamos analizar y cuestionar al tiempo que se plantean los usos de la ESMA como espacio de memoria?

Esto es, responder e intentar explicar el porqué la ESMA no es el lugar pertinente para presentar un libro traza algunos límites sobre sus posibles usos, advierte de algunos peligros. Pero, además abre otra pregunta, ¿Qué hacer entonces con la ESMA y con los lugares de memoria? Pregunta a la que yo no puedo contestar y a la que debería responder la comunidad como tal. No es una pregunta técnica que se la podamos dejar a los museólogos, historiadores y psicólogos (aunque todos ellos pueden aportar información sobre experiencias parecidas en otros ámbitos). Me parece que la naturaleza de lo que está en juego, la transmisión de las memorias traumáticas y la posibilidad de futuro, es de tal calibre para los que vienen detrás que la pregunta es un asunto ético y político que afecta a toda la comunidad y que, por tanto, toda la comunidad debe responder.

Un argumento pragmático: la banalización del espacio

Si el predio y todos los edificios que hoy constituyen la ESMA, en ese afán resignificador del que hablan los actuales usuarios, sigue siendo usado para otros menesteres, para reunirse los distintos grupos de derechos humanos, para albergar exposiciones de arte (aún cuando esas exposiciones tengan como tema central el genocidio), colonias de vacaciones de la tercera edad… ¿Cuál será el futuro de estas instalaciones? ¿Qué pasará dentro de treinta años, cuando los actuales miembros de esos grupos ya no estén o tengan una edad que les dificulte hacer uso de las infraestructuras? ¿No llegará alguien desde altas instancias para decir que el predio tiene ya poco uso o que su uso ha decaído mucho o que hay otros sitios igualmente interesantes (en las afueras, en zonas menos cotizadas de la capital o de la provincia) para realizar esas actividades? Si en la pretensión resignificadora se empiezan a borrar los signos del documento que es y debe seguir siendo la ESMA llegará un momento en que parezca baladí su uso festivo o vital por parte de las distintas asociaciones de derechos humanos. Hay que blindar (no sólo legalmente, también a través de las prácticas que se van a alojar ahí) el futuro de este espacio que marca un antes y un después en la historia argentina. Asegurar su futuro mediante la sacralización del espacio, una sacralización cívica que garantice que ese lugar va a ser legado a las futuras generaciones como documento de la barbarie y como un documento de resistencia. Resignificar, ese verbo tan de moda en la discusión sobre espacios de memoria, no significa borrar sino reubicar el registro, en este caso la ESMA, en otro relato: que no siga operando como monumento a la barbarie (exaltando sus cualidades) pero cuidando su condición documental, para que podamos volver a ese espacio a buscar respuestas cada vez que surjan nuevas preguntas. La ESMA es, hoy por hoy, el documento de una época. Uno de los pocos documentos de que disponemos y es esa condición la que hay que cuidar y conservar.

En arqueología y en ecología se ha enfatizado la importancia del legado a las futuras generaciones. En las campañas arqueológicas siempre se deja un testigo sin excavar, sin tocar, un trozo de yacimiento intacto para los que vienen detrás. Los movimientos ambientalistas hacen mucho hincapié en la preservación de espacios protegidos con el mismo fin, servir de testigos de lo que fue nuestro planeta. Esta tendencia es un signo de confianza hacia los que nos siguen y un signo de humildad, de reconocimiento de nuestras propias limitaciones. No tenemos ningún derecho a alterar -dándole usos variados, aún cuando esos usos estén relacionados con los derechos humanos- un registro importantísimo y terrible de nuestra historia, de una historia traumática a la que le falta relato y que todavía tiene que ser contada.

Un argumento simbólico: trauma, espacio y memoria

Hace poco cayó en mis manos un artículo muy interesante sobre la idea de territorio entre los yanesha, uno de los pueblos originarios de la amazonía peruana. El trabajo de Fernando Santos-Granero, “Escribiendo la historia en el paisaje: espacio, mitología y ritual entre la gente yanesha” (1), describe la concepción del espacio de este grupo y cómo la privatización del mismo, la prohibición del libre acceso a los espacios sagrados de este pueblo, supone el cercenamiento de su historia, es decir, de su pasado, de su presente y de su futuro. Lo que cuenta y analiza Santos-Granero es más o menos válido para todas las culturas orales. Escuché cosas parecidas en el Chaco paraguayo, entre los lengua y a través de los trabajos en etnolingüística de mi buen amigo, Hannes Kalisch.

En las culturas orales la historia no está en los libros sino en el espacio, en el territorio, donde hay multitud de marcas que les permite a sus miembros reconocerse, identificarse, constituirse como sujetos. Mientras leía me preguntaba si algo parecido no nos pasa a nosotros, la gente del libro. Más aún, me preguntaba si no se podían encontrar parecidos o equivalencias, al menos, en los casos de historias traumáticas. Cuando no hay relatos que puedan dar sentido a lo acontecido de forma repentina y terrible, ¿no son las marcas en el espacio, las señales en el territorio las que nos permiten reconocer al menos esas historias no dichas o no dichas suficientemente? ¿No es la ESMA ese lugar que condensa lo no dicho, la esperanza de una cierta verdad?

Es cierto, nosotros tenemos historia escrita (no estoy muy segura de que esto sea mejor pero he de reconocer que es distinto), podemos ir a los libros a buscar relatos para componer una historia pero ¿qué pasa en los casos en los que no hay relatos -bien porque los que podrían contarlos no están o porque lo que se puede contar es tan terrible que no se puede decir de una vez y para siempre-? ¿No es la ESMA ese lugar al que regresar hoy, mañana y siempre para buscar ecos, resonancias que nos permitan continuar?

Un argumento ético-político: la opción por la justicia

La ESMA es un documento clave de la barbarie y también una huella insustituible de la resistencia. Es un topograma, un elemento dentro del paisaje al que le atribuimos el carácter de signo. La ESMA es parte de un sistema semiótico más amplio, de topografos que constituyen este tipo de escritura en el espacio: otros centros de detención, las baldosas, las plazas, los memoriales… la acompañan. Todos ellos imprescindibles para “(darle) palabras a la ferocidad de la historia” (Korinfeld, 2004: 105) (2). Palabras que cada generación volverá a combinar hasta formar su propio relato. Por eso es importante conservar el espacio, por eso es necesario no banalizar su uso y resistir esa necesidad casi “maníaca” de llenar el lugar con todo tipo de actividades, festejos, eventos, festivales... tal vez, con la falsa creencia de que así se puede conjurar o borrar el horror que allí tuvo lugar o, puede, que con el secreto deseo de “apropiarse”- en una suerte de revancha- del espacio de los perpetradores. Pero con esta negación, con este impulso -vano- por subvertir las huellas del terror, por arramplar con el carácter documental del lugar ¿no se estará condenando a las víctimas -a los supervivientes y a los desaparecidos- a una segunda muerte simbólica, como dijera el poeta Juan Gelman? En ese slogan mil veces repetido y difundido, “donde hubo muerte ponemos vida” ¿no se desliza, sin querer, un voluntarismo que pretende romper el difícil equilibrio -entre las huellas del horror y de la esperanza, entre las marcas de la vida y de la muerte- que alberga y debe seguir albergando la ESMA? ¿Y si esa necesidad de actividad frenética fuera el deseo de tomar revancha, de “poseer” y reconvertir lo que antes era propiedad de los verdugos? Seguramente un gesto muy humano pero no por ello menos cuestionable. Los impulsos, humanos, de cada uno de nosotros no pueden deslizarse hacia las políticas que afectan a la comunidad. La sociedad argentina hizo una apuesta en favor de la justicia. Ese desafío se debe mantener también en los usos y destinos de un espacio como la ESMA. Creo que tenemos el deber de ser críticos no sólo con los otros, también con los otros que anidan en nosotros mismos.

Como les decía desde el comienzo no tengo la solución sobre qué hacer con la ESMA. Creo que nadie la tiene. Nos movemos en un terreno incierto. Yo sólo quise trazar algunas líneas, compartir algunos miedos, cruzar con ustedes algunas intuiciones, sabiendo que:

No son sólo memoria,
son vida abierta,
son camino que empieza
y que nos llama.

Dicen que ahora viven
en tu mirada.
Sostenlos con tus ojos,
con tus palabras;
sostenlos con tu vida
que no se pierdan,
que no se caigan.

Cantan conmigo,

conmigo cantan.

 
NOTAS:

(1) Santos-Granero, Fernando (2006), “Escribiendo la historia en el paisaje: espacio, mitología y ritual entre la gente yanesha” en A. Surralles y P. García Hierro (eds.), Tierra adentro. Territorio indígena y percepción del entorno, IWGIA, Documento 39, Copenhague.

(2) Korinfeld, Daniel (2004), “Volver a contar. Memoria y transmisión” en G. Frigerio y G. Diker, La transmisión en las sociedades, las instituciones y los sujetos. Un concepto de la educación en acción, Madrid, Editorial CEP, págs. 97 - 108.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario