Por Ana María Radaelli *
Dos noticias, aparecidas casi simultáneamente, me instan a redactar este comentario, para mí ineludible.
La primera me llega desde Buenos Aires, por la vía de Página 12.
“El último nieto recuperado nació durante el cautiverio de su madre. En el campo de exterminio que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada, en una de sus cuatro maternidades clandestinas nació el nieto 116, que hoy recupera su identidad. Su mamá, Ana Rubel, lo tuvo a los siete meses de embarazo. Nada más se supo de ella, que junto a su pareja, Hugo Castro, permanecen desaparecidos. Ana de Castro llegó a la ESMA embarazada de dos meses, fue torturada y a los siete meses le practicaron una cesárea, ella me pedía que le dijera cómo era el bebé, si estaba bien, declaró la sobreviviente Sara Osatinsky en todas las audiencias a las que fue convocada. Otra sobreviviente declaró haber visto a Ana en la enfermería, quien le dijo: Mirá lo que me hicieron esos hijos de puta, y le mostró los pechos destrozados por la tortura. Cuando le preguntó al jefe del grupo que la había secuestrado cómo podía ser que sucediera eso, él le respondió que había subversivas embarazadas y que la decisión era que sus hijos fueran criados por familias que no tuvieran la ideología de la subversión”.
La segunda me llega de la mano de Cubadebate:
Un médico de la República de Níger, el Dr. Ismaila Ibrahim Mamam Sami, de 34 años de edad, que cursó estudios de Medicina en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de Guantánamo, donde estuvo desde el 2003 al 2010, acaba de incorporarse al equipo de profesionales que combate el ébola en Liberia. “Quiero agradecer enormemente al pueblo de Cuba por esta ayuda que nos han venido a prestar. Y por sobre todo (agradezco) la ayuda de las diferentes Brigadas Médicas Cubanas en África, no solo ahora por el Ébola, sino desde hace muchos años. También, por la cantidad de profesionales de la salud que nos han formado (80), y los que hay formándose allá. Tenemos ahora 17 nigerinos preparándose como médicos. Los que conocemos cómo son ustedes, sabíamos que vendrían. Lo han hecho en muchos países, y lo seguirán haciendo siempre que se les necesite. Eso está en la educación que se les da, y que yo tuve el alto honor de recibir en aquellos años. Lo que más me impresionó de su pueblo es la integridad, la honestidad, la amistad, la humildad y el querer que me demostraron”.
La Escuela de Mecánica de la Armada, conocida por sus siglas ESMA, sita en la zona norte de la ciudad de Buenos Aires, si bien fue uno de los 500 centros clandestinos de tortura y exterminio, destaca por la magnitud de la empresa: Más de 5.000 secuestrados, hoy desaparecidos, conocieron allí el Infierno en la tierra. Como testigos o querellantes en los juicios que desde hace años se llevan a cabo, varios de los escasos 100 sobrevivientes, reducidos a la esclavitud, dan cuenta del martirio sufrido a manos de sus verdugos.
El predio, devenido hoy Espacio para la Memoria, rezuma dolor y espanto. A pesar de todo lo visto y leído sobre el tema, sé que resulta del todo imposible siquiera imaginar el tormento vivido por esos miles de supliciados, picana eléctrica, potro, submarino, violaciones y salvajes vejaciones de todo tipo mediante, que terminaron sus días en un “asadito”, es decir quemados, o precipitados al río o al mar en un Vuelo de la Muerte, sin contar, como dice Juan Gelman, que el infierno no termina cuando el que ha sobrevivido deja atrás capuchas hediondas y celdas y rejas y ese perenne, inconfundible hedor de la muerte del que nunca logrará desprenderse. El extraordinario periodista y escritor Rodolfo Walsh, uno de los fundadores de Prensa Latina, hoy desparecido, también murió asesinado por un Grupo de Tareas de la ESMA. ¿A qué fosa, río o mar fueron a parar sus huesitos?
La Escuela Latinoamericana de Medicina, la muy querida y respetada ELAM, acaba de festejar sus 15 años de fundada. El desastre provocado por los devastadores huracanes George y Mitch en 1998 en varios países centroamericanos y caribeños, y que ocasionó la pérdida irreparable de miles de vidas, hizo que la Revolución cubana concibiera un proyecto de cooperación que de inmediato se materializó en el envío de brigadas compuestas por médicos y paramédicos a los lugares más afectados y apartados de esos territorios.
Fue entonces cuando Fidel concibió la creación de una Escuela Latinoamericana de Medicina para formar gratuitamente como médicos a jóvenes de esos países, los que luego de terminar su carrera o una especialidad retornan, en su inmensa mayoría, a brindar sus servicios en las comunidades de origen. Este proyecto científico-pedagógico tiene hoy una matrícula de 6.075 jóvenes procedentes de 117 países latinoamericanos, caribeños, de Estados Unidos, África, Asia y Oceanía, fundamentalmente de los estratos más humildes. Suman ya 20.786 los egresados del Proyecto ELAM, provenientes de 74 países. La ELAM forma parte del Programa Integral de Salud (PIS), con el cual Cuba brinda de forma solidaria cooperación a 66 países, capacitando cada año a 29.000 estudiantes en las carreras de medicina, enfermería y tecnología de la salud en Venezuela, Bolivia, Angola, Tanzania, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial y Timor Leste.
Estos fríos datos esconden la belleza que irradia esta pequeña Babel, situada al noreste de la capital, en los predios que antes ocupaba la Academia Naval “Granma”, cedidos por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. En días de fiesta no es difícil tropezar con el dulce susurro de una quena y un charango andinos, con un alegre valsecito peruano o un melancólico tango argentino, música y danzas africanas, revuelo de trajes tradicionales, esplendorosos en su porte y colorido… A los egresados de la ELAM se lo ha visto ya, aguerridos, solidarios, en intrincados parajes de la geografía de los siempre excluidos, acudir prontamente donde el deber los llama, como sucedió en el Haití devastado por un feroz terremoto, también golpeado por el cólera y tantos otros males que nacen de la miseria.
Cuando pienso en la ELAM, no puedo no pensar en Fidel, en su sueño realizado, siempre contra viento y marea, en esa su perenne e inquebrantable apuesta por la Vida, su fe indestructible en ese ejército de batas blancas que va por el mundo repartiendo a manos llenas salud y esperanza, pese a la adversidades climatológicas, lingüísticas, culturales, que no hacen sino refrendar los principios más puros de la Revolución.
Sí, dos escuelas, dos mundos.
La ESMA, instalación militar (naval) devenida fábrica de la Muerte.
La ELAM, antiguo predio militar (naval) devenido Dador de Vida.
En una, el imperio del horror y el espanto. En la otra, la promesa palpable de un mundo donde las palabras justicia, solidaridad, altruismo, amor, equidad, integren nuestro vocabulario cotidiano. En Cuba, ya lo hacemos.
* Periodista y escritora argentina radicada en Cuba.
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