Por Lianne Fonseca Diéguez
Foto: Javier Mola
Con la ciudad a la espalda, el suelo encerado y la suntuosa Cruz al frente, Teresa, en un susurro, da las gracias. San Lázaro hizo lo suyo y ella también. Sin importar el manojo de años, ni esa pierna derecha que da “lata”, ni los problemas cardiacos, se vistió el alma de acróbata y en 48 minutos demostró en cada peldaño de la Loma de la Cruz, su loco amor por los Cinco y por este país.
Llegó en un taxi y al verla, la creí endeble. Dudé. Pero ella venía “con todo” a cumplir su promesa. “Subo aunque sea gateando. Ellos son cubanos y yo soy madre”, dijo. Y supe entonces, como Silvio, “que hay locuras que son poesía...que no vale la pena curar”.
De todas formas no sería su primera vez. Por el regreso del niño Elián ya había realizado la misma peregrinación. Pero los años no perdonan y esta vez sería mayor el sacrificio. No obstante, en franco desafío a los achaques acumulados durante 87 años, y auxiliada por dos nietas, un bisnieto y una amiga nicaragüense, “paseó” conversadora la escalinata.
“Si quieres que te pague la promesa, lucha por ellos”, le decía al santo cuando la ausencia de los héroes le quemaba el corazón, ese corazón de luchadora que imagino tan blanco como su impoluta camisa de seda. Mientras caminamos, le conozco el alma a esta anciana, y no se me ocurre, una mejor luchadora de su edad. Teresa refleja, sin dudarlo, el mejor extracto del cubano.
Después de elevarse a 261 metros por encima del nivel del mar, regresó a su casa, en el Reparto 26 de Julio, para encender cinco velas y esperar hasta que se gastasen. Cierro los ojos y puedo verla, mucho más serena en su rutina de hacer cojines con tiras de tela y escuchar hasta el cansancio Radio Reloj. La vida es ahora una fiesta para Teresa. Sus hijos, al fin, están aquí.
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