Se cumplen hoy 10 años de aquella noche. Donde la Reina del Plata fue sacudida a fuerza del ulular de las sirenas y del morbo de los multimedios, junto al cinismo del poder político. Todo era confusión. Familiares que no encontraban a sus hijos e hijas. Y una búsqueda interminable por todas partes. 194 jóvenes fue el saldo de una tragedia anunciada. Y el Estado es responsable.
Aníbal Ibarra era una caricatura. El matrimonio presidencial permanecía impasible en El Calafate. Pronto conoceríamos los intentos de coimas en las morgues de los cementerios porteños, aprovechándose de ese trágico día en el cual perdimos colegas, amigos y conocidos.
Pareciera que no bastó un juicio político. Todavía quiere ser candidato. De hecho, ha sido relegitimado. La cárcel fue para muy pocas y pocos. No hubo justicia. Por eso el dolor es incesante.
Y las ausencias se notan. Duelen. Hieren. Más de 30 familiares ya han fallecido porque no lo pudieron soportar. Todavía recordamos aquella intervención de Mariana Márquez en la Legislatura porteña. Y dió pelea hasta el final que se la llevó.
Las zapatillas hoy serán el símbolo de esa juventud asesinada por el Estado. Por ese ausente. Por su inoperancia. No fue el rock, fue la corrupción. Alguna vez hemos escrito que existieron responsabilidades políticas, administrativas y penales. Pocas de ellas fueron deslindadas en los ámbitos correspondientes. Pero los sobrevivientes y los familiares de las víctimas continuaron luchando y lo seguirán haciendo. Las secuelas respiratorias, psicológicas y psiquiátricas están presentes. Su reparación se hace a cuentagotas. Y la discapacidad se hace presente, pero de eso nada se dice. Se la oculta. Para los multimedios es más fácil contar muertos que personas con discapacidad. Sin embargo, también existen.
Y el recuerdo nos ronda de cerca. Ya no está la colega Jacqueline Santillán, que colaboraba con el Hospital Borda, tampoco Nicolás Colnaghi, aquel joven que colaboraba en el Club Ferro Carril Oeste y tantas y tantos otros que estuvieron cerca de ellas y ellos.
Nuestro compromiso está en la lucha. En la calle. En ese exigir justicia que se hace imperativo, porque el dolor fue, es y será incesante
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