Por Alfredo Grande
(APe).- Cuando el genial Beethoven escribió la carta a su amada inmortal, quizá siempre supo que nunca sería leída. Compuso música que no pudo oír y a lo mejor, también compuso un amor que no pudo compartir. Como toda singularidad, puede conmovernos aunque no la entendamos. Beethoven fue una singularidad. Fidel Castro también. Una singularidad tiene una marca insoslayable: no se repetirá nunca más. Una singularidad ni siquiera puede ser copiada o imitada. No hay segundas versiones. No hay remake que valga.
Cuba revolucionaria es una singularidad en América. En toda la América. Mi primer curso en La Habana lo di en el año 1997 invitado por mi amiga y camarada Reina Rodríguez Mesa, en ese momento Jefa del Servicio de Psiquiatría del Hospital Joaquín Albarrán. De lunes a viernes dando una conferencia con la imagen del Che a mis espaldas y más de un centenar de colegas de varias generaciones.
Desde ese curso comenzó a soldarse un vínculo amoroso y político que nunca podrá disolverse. Yo había estado en La Habana en 1985 en ocasión de la Conferencia sobre la Deuda Externa de América Latina y el Caribe. Fui como delegado de la Confederación Socialista Argentina cuyo secretario general era Héctor Polino.
Tengo todavía el video en formato VHS de la conferencia del cierre de Fidel que duró 5 horas y parecieron 5 minutos. El permanente intercambio con mis colegas de la isla permitieron que por la infinita generosidad cubana, fuera designado miembro de honor de la Sociedad Cubana de Psiquiatría. Y no quiero renunciar a ese honor y tampoco quiero renunciar a ninguna lucha. Creo que para la izquierda clasista el pensamiento crítico es tan necesario como la clorofila para los vegetales. Producción permanente de oxígeno que no sólo sirve para respirar si no que sirve fundamentalmente para pensar. Pensamiento crítico que es lo opuesto al reproche.
Primero: siempre es colectivo. O sea: nuestro pensamiento está interpelado por el pensamiento crítico de nuestros compañeros. Y parafraseando a Rosa Luxemburgo, otra singularidad de la política, el pensamiento de los demás prolonga el mío hasta el infinito. De eso se trata. De amplificar lo propio en otros y otras. Es un imposible pero, como enseñó el Mayo Francés, por eso hay que pedirlo. Y exigirlo. Pero si el pensamiento crítico no es reproche, tampoco es alabanza. El pensamiento crítico es objetivo. No es absoluto ni es subjetivo. Objetivo en tanto incluye el análisis de la implicación del pensador.
El título de este texto da cuenta de mi propia implicación. Mi amada es la Cuba revolucionaria. En el territorio libre de América aprendí todo lo bueno y muy poco de lo malo. Como dijo Fidel: sólo los cubanos podrán destruir la revolución. “Desde mi elección como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, he reiterado en múltiples ocasiones, nuestra disposición a sostener con el gobierno de los Estados Unidos un diálogo respetuoso, basado en la igualdad soberana, para tratar los más diversos temas de forma recíproca, sin menoscabo a la independencia nacional y la autodeterminación de nuestro pueblo”. (Raúl Castro).
El Estado tiene razones que mi corazón revolucionario entiende, pero no se conmueve. Este corazón partido en tantos sueños posibles interrumpidos por pesadillas genocidas. Aún en la larga siesta de la democracia, se filtra algún insomnio con su ropa de campaña y su ruido de borcegos. El Estado, aún el Socialista, no tiene la misma lógica que la del sujeto. Ningún revolucionario puede sostener un diálogo respetuoso con el Jefe de una máquina asesina.
Cuando la Junta Genocida decidió invadir las Islas Malvinas como manotazo de asesino ahogado, parte de nuestra izquierda apoyó “críticamente” esa aventura criminal. En esos ahora lejanos tiempos escribí: “Lloren por mí, Islas Malvinas” publicado en la Revista LOTE. Suponer que el absoluto mal puede generar el relativo bien, es a mi criterio una estafa filosófica y un suicidio político. Haber leído “Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia” de León Rozitchner logró un efecto terapéutico, además de intelectual. Estos son los momentos en que más extraño al implacable pensamiento crítico de nuestro León. ¿Cómo no alegrarse de poder recuperar la soberanía sobre las “hermanitas perdidas” (1)? ¿Cómo no alegrarse de que los 5 patriotas prisioneros del imperio, héroes de la lucha anti imperialista, hayan regresado a la Cuba revolucionaria?
Y entonces: ¿Por qué será que no puedo alegrarme? Yo sé que ahora vendrán caras extrañas con su limosna de ayuda a mi tormento… Desviacionismo pequeño burgués, te quedaste en el 17, principismo de intelectual resentido… Futuros insomnios que sacudirán mis sueños posibles revolucionarios. Ya escucho el coro de socialdemócratas, progresistas, socialcristianos, centro derechistas, centro izquierdistas, centro centristas, incluso fascistas de consorcio, que alabarán el acuerdo.
Enemigos de la Revolución se entregarán al repugnante placer de aplaudirla tan solo porque exhibe su rostro menos revolucionario. Yo me seguiré conmoviendo con la profecía guevarista de “Uno, dos, tres, muchos Vietnam”. Profecía que a mi criterio no habla de un país, de un pueblo, de una guerra. Nos habla, nos interpela en no sepultar al “Vietnam” que bulle en nuestra sangre, que nos hace emocionar cuando escuchamos La Internacional, que nos sacude cuando el artista nos dice que pisará las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado.
No escribo contento este texto un jueves 18 de diciembre a las 2 de la madrugada. Me acompaña la singularidad de Beethoven. El Himno a la Alegría de su 9ª sinfonía. Pero no puedo alegrarme. Y no dejo de recordar mis peleas en la aventura de Malvinas, cuando hasta me acusaban de pro inglés. Sigo amando a Cuba revolucionaria. Como sigo amando a todas las madres de la plaza todas. Aunque algunos de esos amores casi me matan, y otros de esos amores me llevan de vida y coraje. Sigo amando a mi Cuba Revolucionaria. Pero no puedo estar contento. En esta soledad de computadora y mate ya lavado, empiezo a darme cuenta y con dolor aceptar que Cuba es ahora… mi amada mortal.
(1) La dictadura genocida acuñó lo de hermanitas perdidas. También lo del manto de neblina. Quisieron auto indultarse con esa parodia de lucha anti imperialista.
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