Por Norberto Ganci, Director de "El Club de la Pluma"
Ana María Mircovich da el puntapié inicial y comienza expresando:
“…Construyendo entre todos una editorial, se me ocurre como para empezar a romper el hielo, y a que las neuronas empiecen a iluminarse a fuerza de obligarlas. "La estigmatización a un grupo social. De la niñez recuerdo la frase “POBRE PERO HONRADO", parecían ir de la mano.
El juez Zaffaroni reconoce en una entrevista con Víctor Hugo Morales, que el cambio del pobre honrado al que se lo estigmatiza para llenar cárceles es una bajada de línea de Norteamérica. Sería interesante quizás recorrer esos caminos del orgullo por el hijo que podía llegar a la universidad "mi hijo el dotor"... a son todos unos negros de mierda…”
Al respecto, Monica Giacometti aporta: “…Estigmatizar, juzgar, etiquetar... modalidades comunes que colocan a todos en una misma bolsa. Cuando logramos detenernos, mirar-nos, podemos volver a la conceptualización del orgullo por los logros en igualdad de oportunidades. ¿Qué sucede cuando el estigmatizado, el rotulado se encuentra con "ese otro" que confía en él? Quizás su auto-estima se vea elevada y con su mano, ayudada por ese otro que somos cada uno de nosotros, logre quitar ese rótulo que otros le colocaron y creyó que era el que le correspondía... "Mi hijo el dotor" sólo volverá a ser posible si confiamos en que todos pueden lograrlo y hacemos que ellos puedan verlo así....”
Lamentablemente está inserto en el inconsciente colectivo, o no tan inconsciente, la discriminación como algo relacionado a eso otro lamentable que se denominaba “selección natural”. Recordemos cómo desde las viejas concepciones griegas, los esclavos eran “necesarios” para constituir “sociedad”.
Fue el “modelo” perfeccionado a través del tiempo que ha trazado esa tremenda línea que separa a los excluidos de los “bendecidos” por vaya uno a saber qué designio providencial supremo…
En ese modelo se han establecido “parámetros” tales como “el arriba y el abajo” para designar, por una cuestión de “altura” social, económica, educativa, profesional, etc. quienes pueden aspirar a una instancia superior y quienes “deben aceptar” lo natural que es la ausencia de posibilidades de progresar.
Eli Ferrari nos expresa al respecto: “…Salir de la pobreza: a través del sueño eterno del ascenso social, o... atacando sus causas e intentando exterminarla de raíz? Igualdad para consumir o igualdad para el buen vivir? Sentir orgullo porque pude trepar o porque miro a los costados y veo hermanos felices?...”
Alejandro Ippolito, contribuyendo en esto de romper reglas impuestas direccionadas a la no participación, comparte con nosotros una poética reflexión:
Hace muchos años dimos a luz un niño,
una esperanza ciega,
un espasmo,
apenas una mueca en el rostro del destino.
No lo quisimos bien, lo abandonamos en el medio de nosotros,
bailamos alrededor de sus pies descalzos, comimos hasta hartarnos
delante de su hambre y lo golpeamos hasta caer rendidos.
Su dolor se hizo silencio mientras le quemábamos la piel a carcajadas,
jamás le curamos sus heridas,
le negamos el abrazo y el resguardo del miedo y el frío.
Lo obligamos a vivir de espaldas para no tener que recordar su rostro,
bautizó con lágrimas sus días y el rincón del mundo a donde lo arrojamos.
No tuvimos en cuenta el tiempo que siempre había sido nuestro
y el niño regresó modificado pero con su desprecio intacto,
la mano que hoy nos tomó del cuello no era la de él sino la del hombre
en que lo transformamos debajo de su cáscara de barro.
Lo apartamos con espanto por supuesto y pedimos su muerte sin reparos,
entre gritos clamamos a los cielos que aleje ese demonio de nuestro lado,
que lo ponga en el lugar de los insanos, los salvajes, los perdidos.
Los malvados.
¿Por qué hay tanto odio en el niño que parimos hace años?
¿Acaso no conoce la piedad ese bastardo?
Levanten las murallas protectoras, siembren un círculo de fuego,
alambren el cielo y el espacio, acribillen al que asome la cabeza,
reduzcan el aire tan solo para nosotros, bésenle la frente con una bala
para que jamás regrese, que las púas le desgarren los intentos,
que no se atreva jamás, que no se atreva,
el oscuro habitante de lo incierto,
la mala ave que nos libre de su vuelo,
esa alma negra sin maestros,
el asesino,
el taimado,
el ladrón,
el hijo nuestro.
Gabriela Fernández matiza agregando que: “…no solo los jóvenes pobres están estigmatizados, también los jóvenes simplemente: lo cierto es que desde que nos lanzamos a la carrera del consumo, salimos a trabajar muchas horas y nuestros hijos son criados por la publicidad de la televisión o de la red. No estamos ahí con ellos para ayudarlos a mirar, para contribuir a la construcción de significados, para disputarles sentido a los ingenieros de la manipulación. Estamos ocupados ganando dinero para gastarlo en más tecnologías de la comunicación que nos vendan más estereotipos de belleza y juventud en pos de los cuales invertir más dinero y tecnología.
Los jóvenes están, en su mayoría, no solos, sino mal acompañados. Y además señalados por dedos acusadores que les echan la culpa de ser la “juventud perdida”. Y pocos de nosotros queremos y nos enorgullecemos de ser adultos, de ser “sus” adultos, de ser referentes felices y realizados que los llamen a buscar su propia realización.
Los jóvenes que matan en México no son jóvenes que NI NI como la corporación dio en llamar a los jóvenes cuyo futuro se ocuparon de robar. Esos jóvenes NI NI en nuestro país estigmatizados entonces por serlo, ahora son estigmatizados por estudiar para cobrar un plan social y/o son encarcelados sin cometer falta alguna para ganarlos para el narconegocio.
La pobreza honrada dejó de ser posible en el momento en que se impuso el tener por sobre el ser. En un mundo de consumismo vertiginoso el que no compra no es… por eso el pobre no puede ser honrado: está llamado a delinquir para poder comprar… Es muy triste el destino de una especie que trata a su cría como nosotros tratamos a la nuestra…”
No nos es posible permanecer sin al menos reflexionar sobre esto que atraviesa a nuestra sociedad; nos atraviesa y nos impone modelos, nos impone consumos, nos impone historias, nos impone realidades, tal vez y mucho más que seguro, todas ellas pasibles de alternativas.
Nuestros jóvenes, nuestros hijos son la presa fácil de la manipulación, o al menos fueron en otros tiempos. Más allá de los esfuerzos y estrategias por el control y dominación, hay esperanzas en la posibilidad de que nuestras descendencias puedan romper con todo los esquemas con los que nos controlaron. Ahora hay una alternativa y esa la constituyen nuestras críticas miradas y nuestros análisis sobre aquello que nos afectó y sus resultados.
La pobreza es una condición que el sistema ha impuesto para ejercer el poder y así controlar. La honradez no es una imposición. Se pretendió presentarla como la característica de algunos supuestos próceres, a fin de ser imitada. Cuando comenzamos a redescubrir nuestra historia, comprendimos que quienes portaban el título de honrados, muchos de ellos, fueron quienes nos robaron gran parte de nuestra identidad. Y a partir de allí comienza este camino de reconstrucción identitaria y la recontextualización de términos como honradez, pobreza, patria, nación, pueblo.
El desafío o la apuesta están en todos y cada uno de nosotros, de hacernos cargo, responsables en la construcción de otros tiempos posibles, donde la única frontera sea la que nos separa de la existencia que conocemos. Donde podamos derribar los falsos mitos del arriba y abajo, de pobreza y riqueza, y reconozcamos que la honradez no da permiso ni justificación a esa pobreza. Donde dejemos de querer ser eternamente jóvenes, flacos y lindos, y comencemos a encarnar una adultez feliz que sea un horizonte deseable para nuevas generaciones.
Que así sea.
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