Por Roberto Montoya *
“Está claro que las décadas de aislamiento de Cuba por parte de EEUU no han conseguido nuestro perdurable objetivo de promover el surgimiento de una Cuba estable, próspera y democrática (…) Los cincuenta años han mostrado que el aislamiento no ha funcionado. Es hora de un nuevo enfoque (…) A pesar de que esta política se basó en la mejor de las intenciones, su efecto ha sido prácticamente nulo: en la actualidad Cuba está gobernada por los hermanos Castro y el partido comunista, igual que en 1961 (…) No creo que podamos seguir haciendo lo mismo durante cinco décadas más y esperar resultados diferentes”.
El discurso de Barack Obama anunciando la reanudación de las relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba no deja lugar a dudas: 53 años de cruel bloqueo a la isla no han conseguido doblegar a su régimen. Nunca antes en la historia de Estados Unidos un presidente había hecho un reconocimiento semejante. ¿Sacará similares conclusiones Washington acerca del acoso y aislamiento al que somete a Teherán desde 1979?
Para intentar calmar a los sectores más recalcitrantes del Partido Republicano y de la comunidad cubana en EE. UU., Obama recordó que su país mantiene relaciones diplomáticas y comerciales con China y Vietnam, “que también están gobernadas por partidos comunistas”.
En la Guerra de Vietnam murieron 55.000 soldados estadounidenses; en Cuba no murió ninguno desde el triunfo de la revolución en 1959, pero el síndrome de Cuba se ha mostrado más profundo que el de Vietnam.
El imperialismo estadounidense nunca pudo digerir la instauración del régimen revolucionario a noventa millas de sus costas, como no pudo digerir el no poder conseguir su objetivo de derribarlo ni con su brutal bloqueo económico, comercial, financiero y tecnológico, ni con su intento de invasión en 1961 o con sus acciones de sabotaje, atentados e intentos de magnicidio.
Lo que Obama ha reconocido, en definitiva, es el fracaso del imperio para doblegar a la pequeña pero rebelde isla caribeña.
Diez administraciones antes que la suya se comprometieron a acabar con el régimen cubano y todas fracasaron.
Ese reconocimiento por parte de Obama ha provocado la repulsa de los sectores republicanos y cubanos de EE. UU. más ultras. El senador Marco Rubio lo calificó de “concesión a una tiranía”, al igual que el líder republicano de la Cámara de Representantes, John Boehner y hasta demócratas como Robert Menéndez denuncian que Obama ha canjeado a “espías cubanos por un estadounidense inocente”.
El Partido Republicano amenaza con vetar cualquier medida de acercamiento a Cuba, y esgrime para ello la vigencia de la ley por la que en 1961 se estableció el embargo y posteriores leyes como la Helms-Burton y Torricelli, que arrogándose derechos judiciales extraterritoriales lo endurecieron aún mucho más años después. Los republicanos controlarán a partir de Enero las dos Cámaras.
Sin embargo, incluso estas leyes dejan la última palabra al Presidente, resquicio que podría utilizar Obama para concretar su anuncio y profundizar el proceso aperturista a través de órdenes ejecutivas aún no teniendo la aprobación del Congreso. Es el recurso que Obama ha empezado a utilizar recientemente en otras áreas. Tras la derrota demócrata en las últimas elecciones legislativas parciales de medio mandato, Obama anunció que haría uso de su prerrogativa de dictar órdenes ejecutivas para sacar adelante reformas como la migratoria, aunque el complejo paquete de leyes que durante las últimas cinco décadas se puso en marcha para abarcar todos los ángulos del bloqueo a Cuba hacen prever que el proceso será sumamente complejo y largo.
A Obama le quedan dos años para desalojar la Casa Blanca y el desbloqueo a Cuba podría llegar a ser su único legado de importancia por el que podrá ser recordado. Algunos estiman que será prácticamente imposible que el bloqueo se pueda levantar antes de abandonar la presidencia.
Un camino muy largo por delante
Muchos diplomáticos, analistas y tertulianos se han apresurado a decir que ahora le toca a Cuba mover ficha, que el Gobierno de Raúl Castro debe corresponder a ese giro de Obama con la convocatoria de elecciones libres y reconocimiento de nuevos partidos políticos en la isla.
Obama, para mayor irritación aún de los ultras de su país, reconoció que no veía perspectivas de que el ramo de olivo tendido a Raúl Castro tenga alguna consecuencia en la situación política interna.
Raúl Castro, en el discurso que pronunció en paralelo a su homólogo estadounidense, aclaró que La Habana seguiría soberanamente con su propio ritmo y sus propios objetivos y que sólo podría confirmar que ese supuesto brusco giro en la política exterior de EE. UU. es real si EE. UU. levanta de una vez por todas el criminal bloqueo a su país, que ha supuesto unas pérdidas multimillonarias para la economía de Cuba y un retraso de medio siglo en muchos aspectos de su vida industrial, tecnológica y científica.
El presidente estadounidense sólo se ha comprometido hasta ahora a una renovación de las relaciones diplomáticas, a la reapertura de su embajada en La Habana, a la flexibilización de los viajes y los envíos de dinero desde EE. UU. a Cuba; al comienzo de las relaciones entre ambos países en áreas muy específicas de interés común como lo es la lucha contra las drogas, y se muestra dispuesto a valorar la posibilidad de quitar a Cuba de la lista de gobiernos y organizaciones terroristas.
El anuncio de Obama se produce, paradójicamente, días después de que el Congreso de EE. UU. aprobara una ley “de defensa de los derechos humanos en Venezuela”, que prevé negación de visitas y sanciones para 53 funcionarios venezolanos. Los dos autores del texto son precisamente el republicano Marco Rubio y el demócrata Robert Menéndez, los primeros que condenaron a Obama por este cambio de postura sobre Cuba.
En rechazo a la medida también presentó su renuncia Rajiv Shah, el jefe de la USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), una sigla que esconde numerosas acciones de hostigamiento a procesos progresistas en el mundo y que en Cuba intentó promover la formación de un grupo de jóvenes músicos de hip hop para que se pronunciara contra el Gobierno y al que se pretendía hacer conocer con giras en el extranjero.
La posibilidad de que se produjera un deshielo en las relaciones entre EE. UU. y Cuba estaba en la boca de muchos desde hace cerca de un año y el rumor se agudizó en los últimos días en los pasillos de la XIII Cumbre de la Alianza Bolivariana para Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA - TCP) que tuvo lugar en La Habana, así como en el décimo encuentro de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad que reunió paralelamente en Caracas durante una semana a 130 representantes de los cinco continentes.
El anuncio parecía inminente aunque se desconocía la profundidad del acuerdo. Las negociaciones habían comenzado en junio de 2013 en Canadá y tomaron aún más cuerpo en el otoño pasado gracias al decidido respaldo del papa Francisco.
España no puede reivindicar haber jugado papel alguno en esas negociaciones. El Ministro de Exteriores español, Garcia Margallo, fracasó también días atrás en sus intentos de verse con Raúl Castro y de convencerle para que asistiera a la Cumbre Iberoamericana en Veracruz, consciente de que su presencia favorecería que acudieran también a la misma varios presidentes progresistas latinoamericanos que, al igual que Cuba, se alejan cada vez más de la tutela que intenta ejercer España en esas cumbres del ¿Por qué no te callas?
El anuncio del acuerdo llegó en plena reunión de Mercosur en Argentina, despertando el júbilo entre los países miembros. Nicolás Maduro, presente en ese encuentro, lo calificó como una “rectificación histórica” de Estados Unidos y dijo que era “el gesto más importante de la presidencia de Obama”.
Por su parte, y en nombre de Mercosur, del que es presidenta temporal, Cristina Fernández envió “un inmenso saludo y respeto a la dignidad del pueblo cubano y su Gobierno que supo mantener en alto sus ideales”. Cuba tiene hoy día una mayor integración regional que en el pasado y por primera vez participará en la Cumbre de las Américas que tendrá lugar en abril de 2015 en Panamá, donde Raúl Castro coincidirá con Barack Obama.
En esas cumbres, celebradas cada tres años, solo participaban hasta ahora los 34 países miembros de la OEA. Cuba fue expulsada de la OEA en 1962 por presión de EE. UU. y aunque en 2009 recibió la invitación para reincorporarse, rechazó la oferta. Tras la defunción del ALCA y el surgimiento de nuevos organismos de integración y solidaridad latinoamericana como el ALBA, UNASUR o la CELAC, todos organismos en los que no participa EE. UU., la OEA fue perdiendo cada vez más peso y quedando más vacía de contenido.
Obama y el diario El País sueñan con una Cuba capitalista
A pesar del apoyo expreso y unánime recibido por Cuba de los países latinoamericanos tras firmar un acuerdo con EE. UU. en el que mantiene en alto sus ideales y su soberanía, El País hacía al día siguiente del anuncio una curiosa lectura del histórico anuncio. En el artículo Venezuela se queda sola que escribía Alfredo Meza desde Caracas el 18 de diciembre, se decían cosas como estas: “Con esa capitulación del régimen de La Habana también queda la interrogante de si se mantendrá en el tiempo el apoyo político cubano a la estrategia internacional de Venezuela, habida cuenta de las más recientes expresiones del Gobierno de Caracas hacia Washington”. O esta otra perla: “Con el fin del embargo aún pendiente, Venezuela comienza a quedar como el único ariete del discurso antiimperialista en América”.
El País pareciera entender así que el hecho de que EE. UU. acepte reanudar las relaciones diplomáticas y comerciales con Cuba y que previsiblemente levante gradualmente el embargo a la isla, supone inevitablemente que La Habana abrace el capitalismo y reniegue de su lucha contra el imperialismo estadounidense en todo el mundo después de medio siglo.
No es el único medio que tras acosar sistemáticamente a los gobiernos progresistas de América Latina valoran ahora este acuerdo como un triunfo de EE. UU. y “la democracia” contra “regímenes totalitarios” del continente americano, pero sí uno de los que lo hace de forma más grotesca.
Los deseos de El País coinciden sin duda con los de Obama. La rama de olivo que tiende está repleta de espinas. Estados Unidos no cejará en su intento de acabar con ese régimen enemigo; no puede soportar que Cuba se salga con la suya e intentará tirar el balón del lado cubano para que el Gobierno de Raúl Castro se vea forzado por su propia población a iniciar reformas económicas de gran calado, que se abra a la ley del mercado. Quiere que esas reformas permitan la entrada de sus multinacionales, que una mayor libertad de expresión abra las puertas a sus medios de comunicación y que una liberalización de la vida política permitan crear, de la nada, partidos políticos afines, como hizo EE. UU. en la Nicaragua sandinista en 1990.
EE. UU. no abogó realmente nunca por las libertades democráticas en Cuba, sino por la destrucción del sistema socialista y persistirá en su objetivo aunque por otros medios. EE. UU. necesita recuperar el terreno perdido en América Latina y el Caribe y este acuerdo con Cuba muestra que está dispuesto a adoptar políticas audaces e innovadoras para lograrlo. Fracasado el bloqueo lo intentará por otros medios.
Las presiones sobre el presidente estadounidense eran cada vez más fuertes y tuvo que readaptar la estrategia. Encuestas realizadas entre la comunidad cubana en EE. UU. compuesta por más de dos millones de personas, mostraba días atrás que cerca del 55% consideraba ineficaz y contraproducente el mantenimiento del embargo a Cuba.
Los propios productores y empresarios estadounidenses presionaban a la Administración Obama a levantar el bloqueo, tras comprobar que cada vez eran más países los que invertían en Cuba -China y Rusia acaban de firmar acuerdos millonarios- aprovechando las nuevas oportunidades que ofrece el Gobierno de Raúl Castro para las inversiones extranjeras.
Productores y empresarios estadounidenses se quejaban de no poder competir con otros países europeos y asiáticos a pesar de contar con la ventaja de su cercanía geográfica. Las acciones de aquellas empresas con inversiones en Cuba se dispararon inmediatamente tras el anuncio de Obama y Castro. El presidente de la Cámara de Comercio de EE. UU., Thomas Donohue, que recientemente había visitado la isla, dijo que “la comunidad empresarial de EE. UU. da la bienvenida al anuncio de hoy”.
Faltaba el intercambio de presos
La existencia de dos presos estadounidenses en Cuba y de tres cubanos en Estados Unidos obstaculizaban las negociaciones para alcanzar un acuerdo entre los dos países. Washington quería rescatar a uno de sus agentes detenido en Cuba desde hacía veinte años, aunque públicamente no lo mencionaba siquiera y defendía exclusivamente a un “contratista”, a Alan Gross, un hombre que en nombre de la comunidad judía estadounidense intentó dotar a los judíos de Cuba de un sistema satelital para acceder a un Internet seguro, blindado a cualquier tipo de control de las autoridades.
La Habana lo acusó de acciones para difundir propaganda enemiga.
El hecho de que Gross estuviera enfermo y que amenazara con suicidarse habría decidido a Obama a acelerar el proceso de acercamiento a Castro. Para La Habana a su vez, era vital la recuperación de los tres agentes de inteligencia que habían sido capturados por el FBI tras conocer que se habían logrado infiltrar en los sectores más ultras de la comunidad cubana, autores de numerosos atentados en la isla.
Las propias autoridades cubanas habían mostrado a agentes del FBI pruebas de las acciones en las que estaban involucrados esos grupos, pero esas pruebas permitieron a su vez a la agencia estadounidense descubrir quiénes eran los infiltrados. Pocos días después detenía a los cinco agentes y evitaba tomar cualquier acción contra los ultras cubanos.
Los cinco fueron juzgados en Florida y condenados a duras penas. Dos de ellos fueron liberados hace algunos años, los tres restantes ahora liberados han permanecido en la cárcel 16 años. Los cinco se convirtieron en figuras de gran popularidad en Cuba y objeto de campañas de solidaridad por su liberación en todo el mundo.
Han sido recibidos en La Habana como héroes.
Queda ahora por ver la agenda que seguirán Washington y La Habana para avanzar en este acuerdo pero que aún se encuentra en una fase muy preliminar. Hasta que el embargo, el bloqueo contra Cuba no sea levantado plenamente, la isla no podrá recuperar totalmente su normalidad comercial, financiera, en materia de telecomunicaciones, en acceso a determinadas medicinas y avances científicos, como en todo lo que esté de por medio el dólar, la tecnología y las patentes estadounidenses, omnipresentes en todo el mundo y que hoy le son vetadas. Raúl Castro sabe que no será precisamente un camino de rosas.
La normalización total supondría sin duda de hecho numerosos cambios en la vida económica, social y política de Cuba, una mejora significativa en la vida de la población y el fin de la Guerra Fría en América. Hoy los once millones de cubanos ven con más optimismo el año que está por empezar, por el momento pareciera que la partida va uno a cero a favor de Cuba, pero el Gobierno de La Habana sabe bien que es un acuerdo envenenado, que EE. UU. intentará poner a Cuba nuevamente contra las cuerdas aunque por otros métodos, tanto o más peligrosos que los que utilizó durante los últimos 55 años.
* Periodista y escritor. Forma parte del Consejo Asesor de Viento Sur
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