Foto de grupo: Encuentro de Estocolmo, de izquierda a derecha: Antón Arrufat, Lourdes Gil, Jesús Díaz, Reina María Rodríguez, Heberto Padilla, Manuel Díaz Martínez, José Triana, René Vázquez Díaz, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, Pierre Schori (por el Centro Olof Palme) y Senel Paz.
René Vázquez Díaz muestra la Declaración de Estocolmo en 1994
Cuando una superpotencia se aviene a negociar de igual a igual con un pequeño vecino, tras negarse a reconocer su derecho a la autodeterminación y la vida durante más de medio siglo, no es porque sus aspiraciones de dominación se hayan esfumado sino porque ha mordido el polvo de la derrota. El Presidente Obama ha empezado a merecerse el Premio Nobel de la Paz que le otorgaron en Oslo. Bienvenida sea su voluntad de paz en ambas orillas del Estrecho de la Florida.
El asedio contra Cuba, con la política de aislamiento y estrangulación, terminó por aislar al agresor. Para los cubanos de alquiler, el desprecio a su propio país ha sido una poderosa motivación para la traición. Los oficialistas sumisos a sueldo de la NED, la USAID, el PP español u otros Gobiernos extranjeros, en instituciones espurias como Radio Martí, Diario de Cuba, la revista Encuentro, etc, terminaron recibiendo el título de charlatanes. Para los que durante décadas hemos combatido el bloqueo y el entrometimiento de Estados Unidos, la verdadera reconciliación consiste en unirnos todos al fin, dentro y fuera de Cuba, a favor del levantamiento total del bloqueo. Aún queda mucho por hacer.
Llevando a buen puerto las históricas negociaciones, el Gobierno cubano ha abierto nuevas esperanzas de negociación y aumento del bienestar. La mano cubana está abierta al análisis de las divergencias. De igual a igual. La soberanía cubana no está sobre la mesa. Nadie sabe cómo evolucionará la buena voluntad de la contraparte estadounidense. Por ello es esencial poner las cosas claras: La Casa Blanca ha reconocido su política de “aislamiento” de Cuba, sin mencionar la palabra agresión. Disposición al diálogo no significa propensión al olvido. ¿Qué nuevas formas adoptará la injerencia estadounidense en los asuntos cubanos?
Esto me hace recordar que este año se cumplen veinte años del llamado Encuentro de Estocolmo, del cual fui iniciador, gestor y coordinador. Celebrado en 1994 bajo la égida del Centro Internacional Olof Palme, aquella reunión enfocó, en un momento crítico de la historia de Cuba, una parte importante del territorio ideológico que en este mes de diciembre ha tenido un desenlace crucial.
El hecho de que un puñado de escritores de posiciones divergentes nos reuniéramos para ventilar nuestras visiones de la problemática cubana, llamó la atención sobre el papel de los escritores (y por extensión, también, de los artistas) en un tiempo de peligros y de cambios.
El famoso compromiso del escritor no es más que un pacto con los fundamentos de su propia vida: su decencia y su creatividad, su humanismo y su capacidad de identificación con su propio trabajo, sin excluir las grandes y duras realidades colectivas.
Eso lo viví en Estocolmo junto a un grupo de creadores de primera línea, de cuya selección fui enteramente responsable: Heberto Padilla y Pablo Armando Fernández, Lourdes Gil y Senel Paz, Reina María Rodríguez y Manuel Díaz Martínez, Jesús Díaz y Miguel Barnet, Antón Arrufat y José Triana. El Encuentro de Estocolmo se realizó antes de la promulgación de la Ley Helms-Burton (que sigue en pie) y de lo que vendría a ser la Posición Común de la Unión Europea. Es decir, antes de que la guerra de reconquista de Cuba, que en aquel momento ya se había hecho inusitadamente criminal con la Ley Torricelli, se reforzara hasta extremos nunca vistos.
Nadie se convierte en un héroe si su conciencia no lo obliga. Los cinco cubanos antiterroristas que infiltraron organizaciones que desde Miami preparaban nuevos atentados contra Cuba, son un ejemplo de que la justicia puede prevalecer al fin en este mundo plagado de desdichas. El amor, a veces, tiene el deber de hacer la guerra a la guerra.
Según la investigación exhaustiva de la American Association for World Health (AAWH), que en aquellos momentos investigó la situación del servicio oncológico pediátrico cubano, “los niños vomitaban un promedio de 28 a 30 veces por día” por faltarles la medicina cuya adquisición Estados Unidos bloqueaba “con las mejores intenciones”. Eso pertenece a lo que ahora Obama llama “la pesada carga de la historia”. El informe de la AAWH forma parte del libro Salud y nutrición en Cuba: efectos del embargo norteamericano, que compilé en 1999 para el Centro Internacional Olof Palme.
Cada uno de los participantes del Encuentro de Estocolmo interpretó a su manera el momento histórico de aquellos días de 1994. Los hechos que definieron aquella época y la historia posterior definieron también a cada cual. En mi caso particular, y desde mi posición de escritor solitario, la violenta reacción contra la llamada Declaración de Estocolmo marcó la diferencia entre convertirme en un aliado natural del pueblo agredido, o en un discreto cómplice del agresor. He aquí el texto íntegro de la Declaración de Estocolmo:
Once escritores cubanos, cinco que residen en la Isla y seis que viven en el extranjero, nos hemos reunido en Estocolmo, convocados por el Centro Internacional Olof Palme, para discutir durante tres días problemas culturales y políticos de importancia vital para Cuba.
En francas discusiones, que se desaarrollaron en una atmósfera de respeto mutuo, hemos llegado a los siguientes acuerdos:
1.- La cultura cubana, tanto la que se produce en Cuba como en el exterior, es una, y pertenece a la herencia de nuestra Nación.
2.- El embargo económico y financiero de los Estados Unidos de América contra la República de Cuba debe ser levantado urgentemente y sin condiciones, como factor indispensable que contribuya a fortalecer el equilibrio de la Nación.
Estocolmo, 27 de mayo de 1994.
Borrador de la Declaración de Estocolmo con todas las firmas,
no se había publicado nunca hasta hoy
Estos dos puntos esenciales fueron aprobados con su firma por todos los participantes. La declaración fue un producto colectivo que confeccionamos entre todos con entera libertad. Primero en un borrador, también firmado por todos, y luego en el documento final. Los argumentos que manejamos eran tan incontrastables como los que ahora, 20 años después, invoca el presidente Obama reconociendo lo inicuo del bloqueo. Luego hubo tres tristes retractaciones. Eso hoy carece de relevancia histórica. A veinte años de distancia, La Declaración de Estocolmo significa que haber exigido el fin del bloqueo en aquellas fechas terribles, era ponernos de parte de la vida frente al poderío de la muerte. Y la vida se alimenta del canto y la risa, de la promesa y la felicidad. No todos los artistas son necios a la hora de resistir las presiones de un imperio, ni la triste tentación de sus dineros.
Declaración de Estocolmo con todas las firmas.
* Novelista. Su obra más reciente es Ciudades junto al mar, Alianza Editorial, Madrid, 2011.
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