Por Carlos Aznárez
Parece una broma pero se sabe que con ciertos temas no se juega. El próximo día 28 de noviembre comenzará en la ciudad marroquí de Marrakech un Foro Internacional sobre Derechos Humanos, allí precisamente, donde el gobierno anfitrión los viola sistemáticamente desde hace décadas. Y si faltaba algo, Argentina será participante activo del mismo, en el marco de una delegación montada por el ex juez y conocido represor español Baltasar Garzón, a través de esa plataforma autoreferencial denominada Centro Internacional para los Derechos Humanos, que alberga al ex magistrado y a su partenaire a sueldo, Adriana Arce.
Como viene ocurriendo a menudo desde que Garzón se hizo kirchnerista (de la misma manera que antes se codeaba con el ex presidente y jefe número uno de los escuadrones de la muerte españoles (el GAL) Felipe González) lo acompañan en esta nueva incursión internacional, funcionarios del gobierno argentino, como el Secretario de Derechos Humanos, Martín Fresneda, su jefe de Gabinete Agustín Cetrángolo, el Director de Derechos Humanos de la Subsecretaría de Política Exterior, Federico Villegas Beltrán y el secretario ejecutivo del Consejo Federal de DD. HH. de la Nación, Agustín Di Toffino.
En aras de acomodar las fichas para que el Congreso sea un éxito y que Argentina esté presente, todos ellos se reunieron ya en el mes de septiembre con el representante de la dictadura monárquica marroquí en Argentina, el embajador Larrbi Reffouh y otro cuadro de la política exterior del Reino, el presidente del Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos, Driss El Yazami, quien muy suelto de cuerpo destacó la organización de este evento en su país, argumentando que es un “reconocimiento internacional a los logros del Reino en esta área y a la vitalidad de las instituciones y organizaciones nacionales de la sociedad civil que trabajan en el campo de los derechos humanos”
¿Dónde se efectuó la reunión preparatoria argentina? Lo adivinaron: otra vez en la ex ESMA, y nada menos que en el Auditorio Alicia Eguren de Cooke, del Archivo Nacional de la Memoria.
No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta cómo se sentirían los inolvidable Alicia Eguren y el “gordo” John William Cooke si pudieran imaginarse que sus nombres son usados para albergar a un ex juez que hizo caso omiso a las denuncias de cientos de torturados vascos y catalanes, militantes revolucionarios como Alicia y John, a los que fue enviando a la cárcel una y otra vez.
Más aún, qué dirían ambos, combatientes revolucionarios por el socialismo, de un Congreso que pudiendo realizarse en cualquier rincón del planeta se efectuará justamente en un país, donde desde hace décadas las torturas, las desapariciones, los asesinatos extrajudiciales, los miles de presos, la invasión y ocupación de pueblos como el sararahui son parte de su contidianeidad. Eguren y Cooke, quizás chancearían sobre el particular con un: “¿estamos todos locos?”
La presencia del embajador de Marruecos, cuyo país es uno de los aliados fundamentales en Africa de la política genocida del Estado Terrorista de Israel y de las directrices injerencistas del Pentágono yanqui, no deja lugar a dudas de que los anfitriones del Congreso aprovecharán los tres días que durará el mismo, para blanquearse a escala internacional y contestar la múltiple información en contrario que cientos de organismos de DD. HH. han volcado sobre su adscripción al terrorismo estatal. Se sabe muy bien, cómo se las gasta Marruecos cuando desea halagar a sus visitantes, si no habría que preguntárselo a decenas de periodistas de aquí y de otros puntos del planeta que cada tanto son invitados “con todo pago” para hacer turismo y admirar la belleza de esa tierra milenaria. No hablarán, claro, de la miseria y la represión interna que siendo medianamente curiosos, cualquiera puede visibilizar en un recorrido por Rabat, Casablanca, Fez o la misma Marraquech. O yendo hacia el sur, en El Aiún robado a los saharauis.
Otra perlita que retrata a los organizadores marroquíes de este Congreso: antes de pasar por Argentina, los lobbistas del Reino se reunieron con sus aliados chilenos del CEDEPU (Centro de Estudios para la Democracia Popular), los mismos que el pasado 3 de noviembre participaron de una charla organizada por el “Centro Mohamed VI para el diálogo y la civilización” (SIC). Presentaban un libro: “Sahara marroquí: maniqueísmo y manipulación”, y en la gacetilla de invitación el tal CEDEPU (imagine cuantas prebendas debe recibir esta institución chilena por parte del Reino y comprenderá el por qué de la inclusión de Garzón y sus amigos argentinos en estas movidas marroquíes), decía: “A nuestro juicio este libro viene a acompañar la mirada donde se explicitará la situación de las provincias del sur y la constante estela de desinformación y malas interpretaciones con auspicio de Argelia, queremos invitar a este evento donde se reconocerá que "la situación nunca ha sido tan estable como lo es durante estos últimos cuatro años en el Sahara Occidental" donde el Reino de Marruecos ha dado al Sahara una condición de provincia autonómica, subrayando que el optimismo compartido por todos los saharauis en la región, también de aquellos prisioneros en los campamentos de Tinduf y fuera de los campos de la vergüenza”.
Marruecos y su historia de terror
En rápida síntesis como para que nadie de los concurrentes a este Congreso diga después que “no sabíamos nada”, como suelen hacer algunos conspicuos políticos oficialistas cuando se les acerca información sobre las andanzas de Garzón, aquí van algunos datos del país anfitrión.
Desde principios del siglo 19 tiempos en que gobierna la dinastía alaui (primero el sultán Yúsef, luego su hijo el rey Mohamed V, que al morir le pasó la posta a uno de sus hijos, Hassan II, y éste al fallecer dejó bien atornillado en el sillón de mando a su vástago, el actual rey Mohamed VI) el pueblo marroquí desconoce lo que es realmente una democracia. Y al que intentara oponerse a la “mano dura” con que la familia real gobernó durante décadas, la medicina fue siempre la misma. Represión y más represión.
Lo saben de sobra los historiadores que recuerdan, entre otras, la Revuelta del Rif (1958 - 59), cuando el pueblo rifeño se levantó en protesta y fueron bombardeados desde el aire y acuchillados por tierra por las tropas de Mohamed V, con apoyo de Francia. Miles de muertos y desaparecidos fue el saldo de este “incidente”.
Luego, con Hassan II llegaron lo que la historia recuerda como los “años de plomo”. Miles de perseguidos y desaparecidos, encarcelados en centros de exterminio (como la ESMA, claro). Los casos más conocidos son los de los militares golpistas secuestrados de la cárcel de Kenitra en 1973 y encerrados en las celdas subterráneas de la prisión secreta de Tazmamart hasta 1991 (sobrevivieron la mitad de ellos); el secuestro de los hermanos Bourequat, desaparecidos durante años y confinados en prisiones secretas (entre ellas Tazmamart) por razones que ellos mismos desconocen; el secuestro y desaparición de los hijos, hermano y sobrinos del general golpista Mohammed Ufqir, incluidos niños de corta edad, encerrados hasta 1991 en una cárcel clandestina en el desierto; la desaparición de centenares de presos políticos de izquierda (Ilal Amam, 23 marzo, de la organización “Sirvamos al Pueblo”) y saharauis. En otros casos, los desaparecidos fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales o murieron a consecuencia de torturas durante su interrogatorio.
En la lista de eliminación física de opositores está el muy publicitado caso del político socialista y presidente de la Tricontinental, Mehdi Ben Barka, secuestrado y asesinado en París en 1965. Otro hecho célebre es el de Mohammed Lahrizi, político socialista secuestrado y asesinado junto a su esposa suiza, Erika, y la hija de ambos, de tres años de edad, en 1963.
Entre quienes eran perseguidos por delitos de opinión ganó gran publicidad el encarcelamiento de Abraham Serfaty, el segundo preso más antiguo de África (después de Nelson Mandela).
El reinado del padre del actual monarca se caracterizó también por el hecho de que las fuerzas de seguridad abrieran fuego con total naturalidad contra los manifestantes opositores. El número de personas muertas o heridas a causa de ello fue alto y frecuente. Los casos más importantes son los de la revuelta del 23 de marzo de 1965, los disturbios de Casablanca de junio de 1981, los disturbios de Marrakech de 1984 y los de Tetuán de 1984.
Actualmente, esta misma política es aplicada a los islamistas, quienes por el solo hecho de oponerse al tirano Mohamed VI, son duramente represaliados. Ni qué decir de la “política inmigratoria” del Marruecos de hoy. En colaboración con el gobierno fascista español se encargan de reprimir a quienes intentan cruzar la frontera hacia Ceuta y luego de ser duramente golpeados por la Guardia Civil española, son cargados en camiones marroquíes y trasladados, muchos de ellos, a pleno desierto donde se los arroja -sin agua ni alimentos- para que mueran allí insolados y por inanición.
El genocidio del pueblo saharaui
Después de décadas de estar sojuzgados por el colonialismo español, el Sahara Occidental pasó a manos en 1976 del colonialismo marroquí. En ese operativo en el que la derecha y la mal llamada izquierda española del PSOE dejaron solos a los pobladores saharauis y literalmente los entregaron a la política invasora y cruel de Marruecos, ocurrió algo similar a la entrada de los sionistas israelíes en territorio palestino después de 1948. Una verdadera Naqba (Catástrofe) saharui, con cientos de muertos por los bombardeos con fósforo que Marruecos implementó contra los resistentes saharauis. Luego vino la segunda parte, con miles de desplazados (familias enteras) que huían del terror a convertirse en desaparecidos, y por último, el emplazamiento en tiendas de campaña y jaimas en pleno desierto, en Tinduf, de la mano de la solidaridad argelina de aquellos tiempos. Aún permanecen allí levantando en alto las banderas de la autodeterminación.
A partir de 1976, los saharauis se agruparon en el Frente Polisario y autoproclamaron la República Arabe Saharaui Democrática para guerrear contra el invasor marroquí.
Desde entonces, el Sahara Occidental es un territorio administrado de facto (pero no de iure) por Marruecos, si bien tal administración no la ejerce sobre la totalidad del territorio pues el Frente Polisario controla el 35% del mismo al este del muro que Marruecos construyó como defensa ante las eficaces guerrillas del Movimiento de Liberación Nacional Saharaui. Desde abril de 1991 rige un alto el fuego controlado por una Misión de la ONU (Minurso) y desde ese momento también se planteó la realización de un Referéndum de Autodeterminación al que sistemáticamente se niegan Marruecos y sus aliados internacionales, EE. UU., Francia y España entre otros. No es para menos, en la región ocupada están los mayores yacimientos de fosfato del mundo y Marruecos está dispuesto a torturar, matar y crear más campos de concentración para saharauis con tal de defender sus posesiones en lo que descaradamente denominan “provincias del sur marroquíes”.
Frente a esta política imperial, el pueblo saharaui tanto en El Aiún como en otras zonas ocupadas sigue resistiendo a través de verdaderas Intifadas, como la ocurrida hace cuatro años (noviembre de 2010), cuando 20 mil personas montaron un gigantesco campamento a pocos kilómetros de El Aiún. Después de varias semanas de valiente permanencia saharaui allí, finalmente Marruecos actuó como sabe hacerlo, envió miles de uniformados y colonos paramilitares, asesinó a varios pobladores y arrasó con el campamento, incendiando las jaimas y desatando terror e ira. Esta última derivó en una nueva Intifada saharaui en el centro de la ciudad y nuevas respuestas de brutal represión.
En este marco, cabe apuntar algo que no es menor. A la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) la han reconocido ya 82 Estados, entre ellos, en Latinoamérica, Bolivia, Cuba, Costa Rica, Domínica, Ecuador, Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Perú, República Dominicana, Uruguay y otros.
Como se podrá ver, Argentina no está entre ellos a pesar de los esfuerzos que realiza la RASD y su embajador no reconocido oficialmente, Salem Bachir, y toda la prédica de numerosas organizaciones populares locales que apoyan al Frente Polisario.
Es lógico, desde 1986 se han acrecentado los vínculos bilaterales, lo que quedó ratificado plenamente cuando Carlos Menem visitó Casablanca y se abrazó con el dictador Hassan II. Luego, durante el actual gobierno, esa relación sigue incrementándose. Y la política de “influencias” mediáticas a favor de Marruecos cada tanto recoge más adhesiones. Como la que desgranó en el matutino “La Nación”, Jorge Arguindegui, a nombre de la Cámara Argentina de Comercio: “El fallecido rey de Marruecos Hassan II impulsó, en su grandeza de estadista, la apertura de su país, hacia América Latina, recibiendo los ecos de una Argentina que se abría a la democracia y comenzaba a mirar con atención las múltiples y nuevas posibilidades que un país de Africa del Norte ofrecía”, escribió sin ruborizarse.
Por otra parte, también ha influido en esta “amistad argentino-marroquí” que impide el reconocimiento de la RASD, la presión de la embajada sionista en Buenos Aires, tratando siempre solícitamente de “darle una manito” a su aliado regional. Lógico, Marruecos es una pieza clave, junto a Arabia Saudí, Jordania y los Emiratos Arabes en la política pro-yanqui de oficiar de verdugos contra la la Resistencia Palestina y gobiernos como el sirio, el libanés y el iraní.
En conclusión: son muchos los datos que deberían advertir que este Congreso Internacional de Derechos Humanos no se debería realizar en Marruecos. Es como imaginar, 38 años atrás, en 1976, algo similar planteado en Buenos Aires, y que los anfitriones hubieran sido Videla y Massera. Y que el Driss el Yazami y el Garzón de aquella época se llamaran Hassán II y los fascistas españoles Manuel Fraga Iribarne y Martín Villa. Eso sí, en esa instancia aquí no hubiera existido un Secretario de Derechos Humanos para recibirlos, algo que debería hacerlo recapacitar al joven Martín Fresneda y a todos los impulsores locales del Congreso en Marraquech.
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